La construcción europea en la posguerra mundial fue, como dijera Jacques Delors, “hija de los amores virtuosos de la democracia cristiana y de la socialdemocracia”. Mucho ha cambiado la primera, aunque se mantiene con fuerza, si bien disminuida, en Alemania. Pero en los dos países centrales de la UE, la socialdemocracia está en crisis (y en Alemania la suma de porcentajes de votos democristianos y socialdemócratas es de las más bajas de la posguerra). En Francia, el Partido Socialista se radicalizó y se esfumó en las últimas elecciones y pueden pasar años antes de que se recomponga. En Alemania el SPD se ve forzado a abandonar la coalición de gobierno con los democristianos bajo Angela Merkel, pues sabe –mirando a Francia– que el 20,5% obtenido, su peor resultado, no es una base estable. La única manera de intentar recuperarse es reinventándose desde la oposición (y evitar que ésta sea dirigida por la derechista, antieuropea y xenófoba Alianza por Alemania –AfD–). Pero tal paso debilita los ardores europeístas de Merkel pues sus previsibles nuevos socios la pueden frenar: los liberales impidiendo que se reforme y complete la Unión Económica y Monetaria y los Verdes poniendo trabas a la Europa de la defensa. Paradojas de la situación: cuando Francia, con el liberal-social Emmanuel Macron, se vuelve propositiva y activa en Europa, puede que París no encuentre en Berlín el socio que esperaba.
Es verdad que la crisis de los socialistas franceses ha hecho emerger un Macron dinámico en materia europea, como demostró con su reciente discurso en La Sorbona y su actitud en el posterior Consejo Europeo en Tallin (Estonia). Pero ello no quita para que, en parte, el debilitamiento de estos y otros socialdemócratas cambie el sentido de la construcción europea, alejándolo del famoso “modelo social europeo”, que lleva tiempo haciendo aguas de la mano de la globalización, del cambio tecnológico y de su propio éxito. Pues ha cambiado la base sociológica tradicional socialdemócrata, reduciéndola. Y hoy ni la socialdemocracia –ni nadie– tiene respuestas –ni a veces las preguntas pertinentes– ante estos nuevos desafíos. Ahora bien, a la hora de renovar esas preguntas y respuestas tendrá ahora un papel fundamental el SPD y su Fundación Friedrich Ebert.
Todo esto ocurre en una situación de gran volatilidad electoral en casi todos los países. Los socialdemócratas han perdido terreno en casi toda Europa, a favor de nuevas izquierdas y nuevas derechas populistas, o de su propia radicalización. En los Países Bajos y en casi todos los países escandinavos –antaño socialdemócratas por excelencia–, han pinchado. Las fronteras entre los partidos, entre las opciones ideológicas, no cuentan para los votantes. En Francia muchos han pasado directamente del antiguo Partido Comunista al Frente Nacional. En Alemania, según algunas estimaciones, el SPD ha vivido trasvases de votos, por partes iguales, a los liberales, la Izquierda (Die Linke, poscomunista), los Verdes, y la AfD, perdiendo más terreno en las zonas económicamente más deprimidas de Alemania. Votantes de Die Linke se pasaron directamente a liberales y AfD, de nuevo, sobre todo en el Este de Alemania. Y por si fuera poco, el voto a la AfD por edades también resulta preocupante, al atraer una parte significativa del voto joven, que también han perdido los socialdemócratas.
Los eurófobos ganaron especialmente en los Estados de la antigua Alemania comunista, poniendo de relieve que a pesar del dinero invertido y del tiempo transcurrido desde la caída del muro de Berlín en 1989, la reunificación de Alemania sigue sin haber cuajado en términos económicos y sociales. Tampoco ha cuajado la unificación europea más general, pues las mayores resistencias a las cesiones de soberanía se dan hoy en los países del Este, pese a su crecimiento económico y a los fondos que reciben de Bruselas: Kaczynzki en Polonia, Orban en Hungría y Borisov con su soberanismo, frente a los que la moderación y el europeísmo, también en parte socialdemócrata, se baten en retirada.
Los socialdemócratas representaban la reconciliación entre el Estado y el mercado desde la izquierda. Esa base era uno de los fundamentos de esta UE. Como recordaba Sheri Berman, la competencia que ha marcado la política europea durante años ha sido “entre un centro-izquierda y un centro-derecha que ofrecían verdaderas diferencias en sus propuestas políticas, pero estaban de acuerdo en el marco básico de la democracia liberal, capitalista”. Eso puede haberse acabado. Al menos de momento, frente a los que se presentan como “alternativa al statu quo” para los perdedores de la situación (que en EEUU podían optar tanto por Donald Trump como por Bernie Sanders). Tendrá –está teniendo ya– consecuencias para el proyecto y la gobernanza de Europa.