A pesar de la paulatina pérdida de interés en la OTAN de los últimos dos presidentes norteamericanos, la invasión rusa de Crimea ha revitalizado el atractivo por la alianza. Sesenta y cinco años después de su creación, con la mira puesta en la Cumbre Gales de septiembre de 2014 y con el recién nombrado secretario general Jens Stoltenberg, la OTAN se configura como la única opción de disuasión creíble frente al creciente expansionismo de Moscú.
El Tratado de Washington es un texto corto pero de importancia vital para el mundo Occidental. Sus artículos han permitido la supervivencia y posterior extensión de lo que se conoce como “el Mundo Libre”. Por encima del resto se destacan los artículos 5 y 10, estableciendo el primero la defensa colectiva como la razón de ser de la propia OTAN, mientras que el segundo abre la puerta a cualquier estado, que perteneciendo a esta zona geográfica, desee integrarse en la Alianza Atlántica. Sobre estos artículos se construye la arquitectura de seguridad del espacio Euro-Atlántico, tanto antes como después de la caída del Muro de Berlín. Si bien es cierto que en Europa Occidental no concebimos que existan amenazas estatales, los denominados nuevos miembros (Polonia, Bulgaria, Estonia etc…) consideran que la OTAN es su auténtico seguro de vida frente al expansionismo ruso.
A pesar de que en los últimos años Rusia se ha mostrado como una potencia revisionista y agresiva con sus vecinos, la OTAN no ha cejado en la extensión de la cooperación hacia el Kremlin. A modo de ejemplo podemos destacar el centro de información de la OTAN en Moscú, la aportación rusa a la operación Active Endeavour o la lucha conjunta contra los narcóticos en Asia Central. Gracias al Consejo OTAN-Rusia, Moscú disfruta de un status privilegiado que, según algunos autores, permite a Rusia tener un pie dentro sin ser miembro de la Alianza. Pero esta política de mano tendida no ha sido recíproca y Rusia no ha cambiado su percepción negativa de la OTAN. Para el Kremlin la Alianza sigue siendo un enemigo o cuanto menos un rival. Valgan dos ejemplos para corroborar esta afirmación. El primero es la continua celebración de ejercicios militares en los que se simula la invasión de un Estado OTAN por parte del Ejército Ruso (West 2009 o Surprised Drill 2013). Y el segundo es que las doctrinas militares aprobadas por Moscú consideran a la OTAN como uno de los principales peligros militares de la Federación Rusa (Doctrina Militar Rusa 2010, punto 8), entendiendo incluso las ampliaciones como agresiones a Rusia.
Las relaciones OTAN Rusia comienzan a empeorar en 2004 y, aunque anteriormente habíamos vivido episodios de gran tensión -el informe de ampliación (1995) o la intervención en Kosovo (1999)-, la invasión de Abjasia y Osetia del Sur en 2008 fue un punto de no retorno cuya segunda parte la hemos vivido con Crimea en 2014. En esta ocasión la OTAN vuelve a cobrar importancia ya que las agresiones rusas han tenido por objeto a dos candidatos: Georgia y Ucrania. Probablemente si dichos estados hubieran progresado más en el camino hacia su integración en la Alianza, hoy no estaríamos hablando de los episodios de Osetia, Abjasia y Crimea. En otras palabras, el artículo 5 sigue siendo un elemento claro de disuasión. Afortunadamente los aliados no han oído las voces que pedían el desmantelamiento de la alianza siguiendo los pasos de su contraparte el Pacto de Varsovia.
Quizás esa desconfianza haya estado presente en la motivación de la OTAN para construir el Escudo Antimisiles. Aunque no estará plenamente operativo hasta 2018, el programa se lanzó en 2004 en la Cumbre de Estambul justo cuando comienzan los problemas con Rusia. El Escudo Antimisiles es percibido por Moscú como una amenaza directa contra su propia seguridad, y aunque esta iniciativa puede desequilibrar la relación de fuerzas, no es menos cierto que se trata de una medida de carácter defensivo que, siguiendo a Robert Jervis, no debe preocupar salvo que se tengan planes ofensivos.
En todo caso, la Alianza ha asegurado que no se trata de una medida contra ningún Estado concreto, y mucho menos contra Rusia, pero en el Kremlin se ha asumido como un ataque directo contra su propia seguridad. En cualquier caso, después de los episodios de Osetia, Abjasia y Crimea, el Escudo Antimisiles parece proteger el flanco oriental de la OTAN ya que las intenciones cambian pero las capacidades permanecen.
La invasión de Crimea es una prueba de que el comportamiento ruso en política exterior responde al realismo más ofensivo. Bien se le podría atribuir la famosa frase de John Mearsheimer que afirmaba que la tragedia de las Grandes Potencias es que no pueden evitar competir.