Son los primeros años del siglo, pero no de este.
Los avances científicos producen un indisimulado optimismo en los países más desarrollados, embarcados en cambios económicos, sociales, políticos, tecnológicos y culturales: «el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva, la belleza de la velocidad». Las clases más favorecidas viven los efectos de una primera globalización económica (el londinense, según Keynes, «podía pedir por teléfono, al tomar en la cama el té de la mañana, los variados productos de toda la tierra, en la cantidad que le satisficiera, y esperar que se los llevaran a su puerta»); la circulación mundial de las artes hace florecer tanto el interés por los países más lejanos como las rupturas que llamamos hoy «vanguardias»; el telégrafo y la radiotelefonía llevan la información de un lugar a otro del mundo a la velocidad de la luz, mientras los primeros aviones, las grabaciones musicales, las fotografías y el cinematógrafo transforman vertiginosamente los imaginarios colectivos; los europeos disfrutan de lo que Stephan Zweig llamó «la era de la seguridad», el sentimiento «más deseable de millones de personas, el ideal común de vida» en un momento de optimismo por el futuro.
La Gran Guerra transformará en pesadilla el ensueño de la belle époque, pero ese despertar abrupto lo completará la mayor catástrofe epidémica de la historia desde que tenemos registros: la gripe H1N1 de 1918. En tres oleadas (primavera de 1918, otoño de 1918 e invierno de 1919), la conocida desde entonces como «gripe española» mató a un número de personas imposible de determinar: algunas fuentes hablan de 20 a 30 millones, otras elevan el número hasta 50 o incluso 100, solo en un año más que en las dos guerras mundiales juntas. La poderosa medicina de la época, que con tratamientos antibacterianos, vacunas y el auge de la higiene pública había acabado con casi todas las enfermedades importantes en el mundo occidental, no sabía siquiera de qué se trataba (la gripe se atribuía, erróneamente, al bacilo de Pfeiffer) ni pudo hacer nada contra un enemigo que quedaba fuera del alcance de los microscopios ópticos, hasta que los electrónicos descubrieron, un cuarto de siglo después, el mundo de los virus.
… and in flew Enza
Aquella gripe no empezó en España, quizá ni siquiera en 1918, sino antes. Hoy se da por hecho que comenzó en Estados Unidos y se registró por primera vez en varios cuarteles militares a comienzos de 1918 (entre ellos Fort Dix), desde donde se fue extendiendo hasta el este del país con el tránsito de los soldados sin que se creyera conveniente alertar a la población. Su fulminante expansión en los campos de la Gran Guerra europea se produjo gracias a los mismos soldados estadounidenses que Woodrow Wilson envió, desde 1917, para cambiar el curso del conflicto. En Estados Unidos se hizo entonces popular una cancioncilla de finales del siglo anterior, conforme la enfermedad se extendía por todo el territorio:
«I had a little bird,
Its name was Enza.
I opened the window
And in flew Enza![1]»
La agencia Fabra –una de las tres «efes» de la actual agencia de noticias pública– informaba en primavera en un teletipo enviado a Reuters de que «una extraña forma de enfermedad de carácter epidémico ha aparecido en Madrid. La epidemia no es grave; no se han registrado muertes».
El diario La Acción lo narra diciendo, el 21 de mayo, que en Madrid «no hay una casa donde no guarde cama alguno de la familia. […] Los médicos hablan de fiebre gripal, del vulgar «trancazo», pero hemos creído observar que divagan un poco en este caso. […] Los madrileños, como gente optimista y chungona que son, han decidido no tomar en serio la epidemia de actualidad».
Enseguida, todos los diarios refieren la noticia: la epidemia es leve, se extiende especialmente «en los asilos, en los cuarteles, en las casas de vecindad» y la causa pueden ser los gérmenes presentes en las capas subterráneas emergidas con las obras del metro. La enfermedad es tan contagiosa y ligera que se la bautiza con el nombre de la canción más popular del momento, el «Soldado de Nápoles» de la zarzuela «La canción el olvido», estrenada ese mismo año. El 25 de mayo, La Vanguardia recoge unas declaraciones de Gregorio Marañón con un mensaje de tranquilidad: «Se trata, como ya han adelantado los periódicos, de una epidemia leve».
Poco tiempo después, se suceden las noticias de personas que se desploman en plena calle, y corren rumores de que Alfonso XIII y el primer ministro Maura se han contagiado (el Rey tendrá, algo más adelante, una escarlatina, y la hija de Maura morirá en octubre). El rumor de la enfermedad del rey y el amplio tratamiento en los periódicos del país contribuirán a difundir internacionalmente la noticia de la «grippe espagnole», «Spanish flu» o «Spanish lady», términos probablemente originados en el Reino Unido debido a que los países en conflicto prefieren ocultar su verdadera situación sanitaria. España había decidido, en 1914, mantenerse neutral en la Gran Guerra, por lo que el control informativo no es tan estricto como en los países en guerra y las noticias sobre el «soldado de Nápoles» se difunden sin mayor prevención. Como explica Laura Spinney, los nombres de la pandemia sirvieron inicialmente para culpar a otros: en Senegal era la «gripe brasileña»; en Brasil, la «gripe alemana»; en Dinamarca, la gripe del sur y los polacos la llamaban «gripe bolchevique»; Kenneth C. Davis recuerda que los alemanes la llamaron «peste rusa» y los rusos, «gripe china». El uso en la prensa occidental y las publicaciones médicas del término «Spanish flu» terminó por consolidar esa denominación.
Durante el verano de 1918, la epidemia parece adormecerse, pero en septiembre el virus vuelve con más fuerza, quizá por el cambio de estación, quizá porque los temporeros regresados de Francia lo implantan de nuevo en un mes marcado por fiestas populares y religiosas. Aunque la gripe de 1918 aparece en primavera, su impacto es devastador a lo largo de los seis meses siguientes. Conforme aumentan las defunciones, viñetas como la publicada por Aguirre en El Fígaro ironizan sobre la supuesta levedad de la epidemia:
«Sigue presentándose con carácter benigno. Faltan cementerios».
Para octubre de 1918, la situación está fuera de control.
Solo aquel mes se calcula que murieron en España más de tres mil personas diarias. Como resultado, 1918 es el año con mayor número de muertes en nuestra historia: más de setecientas mil en total, un cuarto de millón más de la media de los años anteriores. Ese mes de octubre se alcanza una monstruosa tasa del 3,8% de mortalidad total, aunque en ciudades como Zamora supera el 10%, mientras su obispado organiza misas multitudinarias que contribuyen más a la propagación del virus. Todas las provincias, salvo Canarias, sufren intensamente la epidemia, aunque Madrid –que vivió más intensamente la primera oleada en primavera– tiene ahora menos defunciones que otras provincias. Mariano de Cavia en El Sol pide, a falta de otro remedio, que se usen mascarillas: «contra la epidemia se suplica el velo», recomienda siguiendo las indicaciones del Instituto Pasteur.
Cuando el 11 de noviembre de 1918 termina, por fin, la Gran Guerra europea, la gripe comienza su desaparición, primero de los periódicos y más tarde de la memoria colectiva, en la que la denominación «gripe española» será ya irreversible.
2019: una nueva pandemia mundial, sin gentilicios
Los numerosos paralelismos entre la epidemia de H1N1 de 1918 y la actual nos han hecho preguntarnos hasta qué punto se ha producido una asociación del nuevo virus con alguno de los países en los que se está manifestando más violentamente. ¿Es esta una gripe italiana, china, española? La referencia a la enfermedad como «Chinese flu» por parte de Donald Trump y otros personajes públicos o la supuesta denominación de «Kung Flu» de la Casa Blanca ha sido rápidamente condenada por las autoridades de Pekín, conscientes de la transcendencia que el apodo puede tener para la reputación del país. Esta batalla de «soft power» se libra constantemente en todas las plataformas de comunicación pública y tanto el gobierno como las embajadas de China están atentas a cualquier intento de dar un origen geográfico a la nueva pandemia.
¿Cómo se está presentando la COVID-19 a las opiniones públicas? ¿Como una gripe china, italiana, española? ¿Cuánto están informando los medios nacionales acerca de la pandemia? En las últimas semanas, hemos seguido con atención la evolución de las noticias acerca de la pandemia COVID-19 en los medios europeos para intentar comprender hasta qué punto las opiniones públicas de la UE estaban activadas en torno al tema. Para ello hemos calculado un indicador de agenda sencillo revisando el porcentaje de noticias en los medios nacionales de cada país que trataron el asunto de la pandemia. Destacaremos aquí brevemente solo algunos datos clave.
Los datos revisados (hasta el 14 de abril de 2020) reflejan bien el escenario de los dos últimos meses, con los medios de los países del sur de Europa muy activados (por encima del 60%), y los del norte con mucha menos atención al tema, pese a que los medios de algunos países como Dinamarca, Finlandia o Países Bajos han aumentado su atención a la pandemia en los últimos días.
Y, más importante aún, ¿qué países son los protagonistas de las noticias sobre la COVID-19? Hemos comprobado aquí qué países se mencionan expresamente en las noticias sobre la pandemia publicadas por los medios nacionales y locales de Alemania, Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
Como mostramos en la representación gráfica de los datos de este estudio, la enfermedad emerge en las agendas públicas en la última semana de enero, siempre con China en el centro del escenario hasta la irrupción de Italia que, para finales de febrero, pasa a convertirse en el principal punto de interés. Los medios británicos y alemanes son quienes mayor atención prestan a la situación italiana, más incluso que a China a partir de esa fecha. Irán, en las primeras semanas de la pandemia, y Reino Unido desde la primera semana de abril, se incorporan también a la agenda mediática de los países que hemos revisado. Estudiando las noticias publicadas por medios nacionales de Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos, España es el tercer país más mencionado durante estas semanas, siempre por detrás de China e Italia, cuando se trata la actualidad de la COVID-19. Son los medios británicos quienes informan más –de entre los cinco países muestreados– acerca de la pandemia en España.
El riesgo reputacional para España es, por tanto, muy elevado. Por más que resulte irrelevante al lado del impacto diario en vidas humanas, nuestro país debe tomar en consideración también esa variable. Como explica Kenneth C. Davis en su estudio sobre la pandemia de 1918, «para cuando las autoridades españolas comprendieron que la reputación del país se estaba dañando, era demasiado tarde». Observar y gestionar la información que España proyecta a las opiniones públicas de todo el mundo, no solo a la propia, es otro de los agotadores desafíos de estos días inciertos.
[1] Yo tenía un pajarito / que se llamaba Enza / abrí la ventana / y por ella entró Enza. En el último verso, la expresión “in flew Enza” es homófona del término que designa a la gripe en inglés, «influenza».