En unas semanas podremos haber visto el nuevo multilateralismo en acción, o sus límites. El acuerdo global catalizado por la OCDE sobre impuestos a las grandes tecnológicas es un hito. La cumbre a principios de noviembre en Glasgow del COP26 para avanzar en la implementación del Acuerdo de París de 2015 contra el cambio climático es una oportunidad que no cabe desperdiciar. Pero, a la vez, estamos viendo el coste del no multilateralismo, en la ausencia de una verdadera acción global para ampliar la vacunación contra el COVID-19 al conjunto de la humanidad, lo que va “en contra de la moral y de la lógica”, como afirmó Agnes Binagwaho de la Universidad de Equidad Global Sanitaria, de Ruanda, en la reciente cumbre del T20 (la red de think tanks del G20) en Milán.
Multilateralismo es alianza de potencias y otros actores en busca de objetivos comunes. Se opone al unilateralismo (actuar uno solo), al a-lateralismo (que puede conducir a la anarquía o caos globales) y al “¡Sálvese quien pueda!” (que se ha vivido en Afganistán). El nuevo multilateralismo, en un mundo multipolar, forzosamente diferente al que vivimos en el pasado, tiene diversos actores y niveles. Lo llamamos en su día gobernanza inductiva. Desde entonces, se ha asentado la idea de la pluralidad de los concernidos, los multiple stakeholders: Estados y gobiernos, ciudades, sociedades civiles (ciudadanos, ONG y fundaciones), empresas y sindicatos, etc., como veremos en la cantidad de actores que va a confluir en Glasgow. Puede ser, como en el caso del Acuerdo de París, un multilateralismo sin tratados, aunque el acuerdo de la OCDE, al introducir reformas fiscales requerirá ratificaciones nacionales, que en muchos casos no está asegurada. Y es un multilateralismo global. EEUU, China, la India y los países de la UE, entre otros, son parte del acuerdo logrado desde la OCDE y del de París. Casi todos ellos, pero no Xi Jinping, estarán también en Glasgow. EEUU y la UE van al COP26 con una propuesta para reducir en una década en un 30% la emisión de metano, más dañino que el CO2, pero sin el apoyo, al menos de momento, de China, la India, Rusia o Brasil, los mayores emisores de este gas de efecto invernadero.
La nueva Agenda Común que ha presentado el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, propugna un “multilateralismo interconectado, inclusivo y eficaz”. Está llena de objetivos bienintencionados, pero carece de instrumentos y medios financieros para lograrla. No hay fondos comunes para luchar contra el cambio climático, o para una vacunación global contra el COVID-19, aunque estén resucitando los Derechos Especiales de Giro y muchos países desarrollados estén dispuestos a ceder los suyos a los más atrasados.
El multilateralismo no ha resuelto todo en el pasado, pero ha permitido avances en la lucha contra la pobreza (aunque esta ha vuelto a crecer con la pandemia), en la reducción de los conflictos armados en el mundo, en derechos y condiciones de las mujeres, y en una vacunación bastante global (el 85%) de niños frente a diversas enfermedades. Hoy los principales retos, amenazas, en la agenda global no son, salvo excepciones, directamente de seguridad militar, sino de otro tipo –clima, biodiversidad, pandemias, Estados frágiles o terrorismo y ciberseguridad, entre otros–, que requieren nuevas formas y métodos de cooperación multilateral.
Interesante es en la Agenda Común que Guterres presentó a la Asamblea General de la ONU en septiembre, la idea de un nuevo pacto social global –la Agenda 2030 de Objetivos de Desarrollo Sostenible es parte de eso– y, sobre todo, el deseo de suministrar bienes públicos globales. De hecho, en su Agenda, Guterres pedirá la constitución de una Junta Consultiva de Alto Nivel, dirigida por ex jefes y jefas de Estado y de Gobierno, que señale los bienes públicos globales y otras esferas de interés común donde más falta haga mejorar la gobernanza y proponga alternativas a tal fin. Promoverá la convocatoria de una “Cumbre del Futuro”. Desde el T20 se propugna un multilateralismo más inclusivo y centrado en la gente, que vaya más allá del habitual enfoque geopolítico.
A este respecto, y más allá de la llamada “diplomacia de las vacunas”, que no ha funcionado como se esperaba, ni siquiera para China, tenemos un problema presente que pone de relieve el coste de la falta de ese nuevo multilateralismo eficaz que se busca. A saber, la falta de una campaña global de vacunación contra el COVID-19. Como ha puesto de relieve el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su último informe, a finales de septiembre, el 58% de la población de los países de altos ingresos estaba plenamente vacunado, el 36% en las economías emergentes y un mero 4% en los países de bajos ingresos. No se trata de generosidad, sino incluso de egoísmo, pues esta falta de vacunación global favorece el surgimiento de variantes, y, además, como recalca el FMI, está frenando el despegue de la economía mundial.
Los ministros del ramo del G20 han acordado –sin poner los medios– que se vacune un 40% del mundo para final de este año, y la próxima cumbre de este Grupo, en Roma a final de mes, podría aprobar el objetivo de un 70% para finales de 2022. Pero, con la dinámica actual, será difícil lograrlo. Para ello, como indicaba Agnes Binagwaho, África tendría que fabricar sus propias vacunas, sin negar el derecho a un beneficio por parte de las farmacéuticas que las han desarrollado.
En este caso, el coste del no multilateralismo es elevado. Si Glasgow no supone un progreso real, lo será aún más. Mientras, aunque sea con un acuerdo de mínimos (impuesto del 15% como máximo para las Big Techs donde presten sus servicios, no donde tengan su residencia fiscal), la OCDE se ha mostrado como el gran think y action tank global, que puede catalizar ese necesario multilateralismo, que requiere la colaboración de muchos, desde luego de los “grandes”, y que resuelva problemas, en vez de dilatarlos en el tiempo, agravándolos cuando no generando otros nuevos.