Durante mucho tiempo Costa Rica fue presentada como una gran excepción, no sólo en América Central, sino también en el conjunto de América Latina. Cuando en las décadas de 1960 y 1970 proliferaban las dictaduras militares en la región, Costa Rica era uno de los pocos oasis democráticos entonces existentes. En efecto, en compañía de México, Colombia y Venezuela formaba el cuarteto de países con gobiernos elegidos democráticamente. Incluso en los 50, al igual que Cuba, Argentina y Uruguay, tenía los indicadores sociales más avanzados, como ha probado Carmelo Mesa Lago. Hoy las cosas han cambiado y la excepcionalidad prácticamente se ha trocado en norma.
Pese a todo, la confianza de los costarricenses en la democracia (62%), de acuerdo con las cifras que da el Latinobarómetro 2017, está por encima de la media regional (53%), aunque todavía muy por encima de lo que ocurre en el resto de América Central. Así, por ejemplo, los países del llamado “Triángulo Norte” son los que obtienen las peores valoraciones: Honduras (34%), El Salvador (35%) y Guatemala (36%). Sin embargo, los derroteros por los que actualmente transcurre la política tica y el escaso entusiasmo que suscitan los dos partidos tradicionales –Liberación Nacional (PLN) y Unidad Social Cristiana (PUSC)–, más la crisis que viven algunas instituciones democráticas claves no permiten ser demasiado optimistas sobre el futuro político de la nación.
Al respecto es interesante observar el discurso de dos de los candidatos que durante mucho tiempo estuvieron a la cabeza de las encuestas. El primero fue Juan Diego Castro, del Partido Integración Nacional (PIN), que se centró en la lucha contra la corrupción y la violencia, y se manifestó a favor de utilizar la mano dura. Pese a sus esfuerzos solo pudo acabar como el quinto más votado, a bastante distancia de los cuatro primeros. Fabricio Alvarado, del Partido Renovación Nacional (PRN), fue quien tomó el relevo y logró llegar a la meta con los mayores apoyos, gracias a su clara apuesta en rechazar el matrimonio igualitario y en resaltar una serie de valores familiares y religiosos, en consonancia con sus creencias evangélicas.
El presidente que salga de la segunda vuelta deberá enfrentar un parlamento fragmentado y tendrá grandes dificultades para articular los consensos necesarios que le permitan impulsar aquellas políticas públicas, de cualquier tipo, más próximas a su ideario. El 1 de abril se enfrentarán el ya mencionado Fabricio Alvarado y el candidato oficialista, Carlos Alvarado Quesada, del Partido Acción Ciudadana (PAC), y uno de ellos será la nueva autoridad máxima del país. Pero, en un Parlamento de 57 miembros, el PRN apenas tiene 14 diputados y el PAC solo 10.
Se suele argumentar con razón, y en este caso aún más, que una segunda vuelta es una nueva elección. La idea se refuerza a partir de la exigua diferencia entre los dos contendientes de la segunda vuelta: 66.000 votos o 3,25 puntos porcentuales. A esto hay que agregar las concepciones absolutamente contrapuestas que mantienen ambos sobre buena parte de los desafíos nacionales, aunque Fabricio Alvarado ha apostado básicamente por centrarse en su agenda valórica. Así por ejemplo, cuestiones esenciales para el futuro del país, como la acometida de las reformas necesarias para resolver el acuciante déficit, que en 2017 alcanzó el 6,2%, ni tan siquiera ocupan un lugar destacado en sus discursos.
Mientras el candidato del PRN ha hecho de la defensa de la familia y la condena de cualquier política pública que suponga una mayor “permisividad”, el del PAC ha insistido en la diversidad de la sociedad costarricense y en la necesidad de gobernar “para todos y todas”. En la búsqueda de los valores tradicionales que hicieron de su patria un gran país apuntó: “Costa Rica tiene que apalancar sus fortalezas, la democracia, el respeto a los derechos humanos que está en juego en esta elección, sería perder una de nuestras grandes banderas en el círculo de naciones”.
La última elección nos sitúa en una situación de empate técnico: 45% para el predicador evangélico, Fabricio Alvarado, y 42% para el ex ministro de Trabajo, Carlos Alvarado Quesada. De cómo ambos candidatos planteen la campaña dependerá el resultado final. La duda estriba en si una campaña altamente emocional y monotemática, que le permitió al representante del PRN conquistar el corazón del 25% del electorado, también le servirá para ampliar considerablemente su caudal de votantes y ganar la elección.