Europa, se está repitiendo hasta la saciedad, está viviendo la crisis de refugiados más grave desde la Segunda Posguerra Mundial, que tras el horror de la contienda fue un horror de traslados de poblaciones, como bien documentó Keith Lowe en Continente Salvaje. Pero Europa parece haber olvidado de dónde viene y que para estos centenares de miles de personas es –sobre todo Alemania–, tierra de promisión. Ellos también huyen de guerras, en Siria, Irak, en un Afganistán no estabilizado, o Yemen, entre otras.
Un camión lleno de refugiados muertos, la foto de un niño sirio fallecido en una conocida playa de Turquía, las escenas en la frontera húngara o en la estación de trenes de Keleti en Budapest pueden haber despertado algunas conciencias. Pero los europeos están divididos. Se agolpan muchos elementos que ponen en jaque los valores, los principios y las políticas sobre los que se ha construido la UE. Los que más reniegan de sus deberes morales y jurídicos son los que rechazan la idea de “más Europa” y los inmigrantes económicos, a menudo difíciles de distinguir, que colapsan Calais y las vías del Eurostar.
Se impone una solución, o mejor dicho una acción aunque sea un paliativo, urgente. Quizá la haya a largo plazo, aunque no a base de más muros, con una mayor europeización de la gestión de este tipo de drama. Pero el reto es inmediato. Que se salve el largo plazo no garantiza que se supere el corto, para lo que se requiere, sin demora, mucha más solidaridad, entre europeos y hacia afuera. Incluso las diferencias sobre el largo plazo pueden dificultar el corto.
Esta crisis está poniendo de relieve o acentuando algunos graves problemas:
1. La división entre Europa Occidental y Oriental. Son las dinámicas internas de cada país las que impiden actuar a escala europea. Los gobiernos en Berlín, París y Roma, juntos en esto (sin España) acusan gravemente a los de Budapest, Praga, Varsovia y Bratislava, capitaneados por el derechista húngaro Viktor Orban, que rechazan no sólo un sistema de cuotas obligatorias de reparto de refugiados sino la posibilidad de soluciones pan-europeas. Hungría, país de tránsito, en lo que va de año ha concedido menos de 300 asilos, es decir, un 0,2% del total comunitario de 150.000. Alemania, que espera 800.000 en todo el año, un 40%. Pero no es sólo una cuestión de este eje de Visegrado. Aunque bajo la presión de la opinión pública esté flexibilizando su disposición, en el Reino Unido David Cameron, que teme que este asunto se mezcle con su referéndum sobre la UE, había mantenido una postura absolutamente contraria a acoger a más refugiados de Oriente Medio (y desde luego de inmigrantes desde Calais). La solidaridad con una Grecia desbordada también se hace de rogar. El Gobierno en España se había resistido a abrir la puerta a los demandantes de asilo, aunque aumentará su cuota. Está por ver si la próxima semana los ministros de Interior y Justicia de la UE logran un acuerdo y un nuevo reparto de cuotas y de gestión más solidario, tras la vergüenza del que acordaron en julio. Hay un cierto reposicionamiento, aunque los de Exteriores han avanzado poco. Y la solidaridad entre los europeos no puede basarse en poder pagar para evitarla, como si se tratara de bonos de emisión de carbono. La UE va a salir de este trance de nuevo tocada. Otra herida.
2. Políticas sin medios ni instituciones. La culpa no es del acuerdo de Schengen (en el que hay países no comunitarios, y en el que no están el Reino Unido e Irlanda pese a pertenecer a la UE) aunque es objeto de crítica, renovada tras el fallido atentado en un tren de alta velocidad entre Ámsterdam y París. Es suficientemente flexible para atender a situaciones extremas. Pero lo que algunos quieren es la vuelta a lo nacional y a las fronteras internas. Un problema, como lo ha puesto de relieve el ex primer ministro belga y líder de los europarlamentarios liberales Guy Verhofstadt, es que esta Europa impulsa políticas sin poner los medios y las instituciones suficientes para hacerlas efectivas. Se ha visto con la crisis del euro que ha obligado a acelerar la marcha. La Oficina Europea de Apoyo al Asilo, sita en Malta, sólo cuenta con 80 personas. Frontex, la agencia europea para la gestión de la cooperación operativa en las fronteras exteriores, se ha reforzado, pero aún de forma insuficiente, tanto que ha tenido que contratar medios privados. Y no se trata sólo de medios, sino también de enfoque político. Como decíamos, hay gobiernos que no quieren una gestión comunitaria, o al menos más colectiva, del asilo y de la inmigración, una política común.
3. Ha habido una falta de liderazgo de los países y de las instituciones. Ante este desafío, Angela Merkel, pese a la presión de sus socios bávaros de la CSU, ha despertado, para retomar el discurso sobre los valores europeos y la defensa de los “derechos civiles universales” más básicos. Y lo hace como canciller de un país que espera tener que acoger este año a más refugiados que ningún otro: 800.000, es decir, un 1% de su población. Pocos lo aguantarían. Ha hablado de “dignidad de cada individuo, sin empezar a decir que no queremos musulmanes pues somos una tierra cristiana”. Alemania, Francia e Italia se han unido en una petición para un reparto justo de los refugiados acogidos. España, donde no hay problemas de opinión pública en esta materia, tendría que haber estado ahí. Mientras, en los países de destino, incluida Alemania, pero también Dinamarca, Suecia y el Reino Unido crecen los movimientos y partidos ultraderechistas contrarios a la inmigración y a los refugiados y, claro, a una política europea al respecto.
4. La incapacidad ante estos conflictos. Naturalmente, no siempre hay una solución ante ellos. Los europeos, con EEUU, no han sabido o podido encontrarla ante la guerra civil a tres bandos en Siria. Cuando, con EEUU, intervinieron en Libia, destruyeron un régimen, pero también un Estado, desestabilizando no sólo el país sino sus vecinos en el Sur. Por no hablar de Irak (con una invasión en 2003 que está en el origen de muchos de estos males). O de una acción en Afganistán que no han rematado. Hay una responsabilidad europea tras las causas de estos éxodos. Sea como sea hay que atender también a los refugiados locales, que se cuentan por centenares de miles, en los países vecinos, como Jordania, y en los Balcanes, de paso. Y cuidar mejor a lo que ocurre en los vecinos de los vecinos, como se está intentando hacer en el Sahel. Pero los conflictos van a seguir, y con ellos vendrán más refugiados.
¿Soluciones? Acabar con estas guerras, luchar contra el tráfico de personas, fomentar el desarrollo y crecimiento económico y social de estos países, vecinos o vecinos de nuestros vecinos, impulsar una colaboración contra la inmigración ilegal como la que España tiene con Marruecos o lograr una política de inmigración y asilo auténticamente europea, que implique un reparto automático de los refugiados, o contemplar las necesidades de población de una UE envejecida son cuestiones que, si acaso tienen solución, tomarán tiempo y no todas podrán resolverse o a su vez generarán nuevos problemas.
Se exige una gestión ahora, aunque se requiera una “paciencia y persistencia estratégica”, como lo describe Johannes Hahn, comisario para la Ampliación. Merkel lo ha entendido bien: Europa ha de hacerse a la idea de acoger a más refugiados, entre todos, con un reparto más equitativo. No queda otro remedio. Es una cuestión jurídica –cumplir con las obligaciones suscritas entre otros en el Reglamento de Dublín de 2013– pero sobre todo un deber moral. Si Europa no lo atiende, se socavará a sí misma y perderá su alma, a la que miran estos refugiados. Nos estamos olvidando de dónde venimos. De ser un continente salvaje, aunque también el que concibió la Ilustración y los Derechos Humanos.