Hace ya algo más de tres años comenzaba una ambiciosa negociación que buscaba sentar unas nuevas y sólidas bases en la relación transatlántica, promoviendo la creación de lo que algunos consideraron se iba a convertir en una especie de “OTAN económica”. No solo eso, se argumentaba asimismo que el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) tendría un impacto geopolítico de primera magnitud, y serviría para amortiguar en cierto modo el anunciado “pivote hacia Asia” de los Estados Unidos. Se esperaba que la negociación fuese sencilla y que antes del final del segundo mandato del presidente Obama se pudiese concluir con éxito.
Pero no ha sido así. Al fin, la Unión Europea ha reconocido algo que parecía evidente: es improbable (en palabras de la Comisaria de Comercio, Cecilia Malmström) y no es realista (según Peter Ziga, el ministro de Comercio eslovaco) cumplir el ambicioso timing que se planteaban las partes. ¿Por qué cada día es más difícil que se firme antes de que se marche Obama de la Casa Blanca? La explicación radica en la progresiva complicación de las negociaciones. En un primer momento, apenas había un actor importante por cada una de las partes (Obama y la Comisión Europea dándole el impulso político necesario); en estos momentos existe una multiplicidad de sujetos activos, muchos de los cuales son escépticos con el acuerdo, cuando no manifiestamente hostiles al mismo.
Al otro lado del Atlántico nos encontramos a un Presidente que ha logrado varios éxitos en materia exterior a lo largo de este mandato (entre otros, el acuerdo con Irán, el acuerdo con Cuba y la firma del Acuerdo de Asociación Transpacífico o TPP, por sus siglas en inglés), pero que actualmente no dispone ni del tiempo ni de la capacidad de influencia suficiente para lograr que su agenda respecto al TTIP se cumpla. Entre otros motivos, porque no existe en absoluto un clamor popular por los acuerdos comerciales, cuestión que se pone de manifiesto en los recelos de Hillary Clinton (sobre todo respecto del TPP, más que del TTIP) y en el rechazo directo de Donald Trump. No hay que olvidar, por otra parte, el menor atractivo del acuerdo tras el referéndum en el Reino Unido, en el que venció la opción de los partidarios del Brexit. Un TTIP sin el país que supone en torno al 25% de sus exportaciones a Europa… es claramente menos atractivo para los Estados Unidos.
Mucho más complicada si cabe es la situación a este lado del océano. Nunca antes un acuerdo comercial europeo había sido sometido a tal escrutinio público, pero el hecho de que tuviese una ambición mucho mayor que la meramente comercial y que fuese negociado entre dos grandes potencias como son la UE y EEUU, ha acabado provocando una mayor petición de rendición de cuentas, traducida en unos niveles de transparencia nunca antes conocidos en la historia de las negociaciones comerciales (si bien aún insuficiente para los críticos con el acuerdo). Quienes se oponen abiertamente a la firma del Tratado han logrado apoyos considerables, especialmente en algunos países de Centroeuropa como Alemania (a pesar de todo, y según datos del Eurobarómetro, un 53% de los ciudadanos europeos lo apoyaría, frente a un 32% que lo rechazaría). La labor de los contrarios al TTIP ha sido constante y muy efectiva, actuando tanto en el nivel analógico como en el digital, llevando a cabo numerosas manifestaciones en los últimos meses (quizás, la más importante fue la que reunió en Berlín en 2015 a más de 250.000 personas) o utilizando el hashtag “StopTTIP” para documentar dichas manifestaciones y los abusos que consideran que el Tratado acarrearía para los europeos.
El movimiento del “lobby” (entendiendo “lobby” como grupo de interés que articula unas demandas con el objetivo de que se promuevan decisiones a su favor) anti-TTIP ha sido tan efectivo que ha traspasado la frontera de influir a la opinión pública para pasar a la de influir a la esfera política. Tanto es así que en las últimas semanas hemos visto declaraciones de líderes alemanes y franceses (como Sigmar Gabriel o el propio François Hollande) declarando que el acuerdo comercial no estaba listo o estaba, directamente “muerto». Incluso, a finales de la semana pasada se llegó a solicitar por parte de Francia y Austria la paralización de las negociaciones y la reanudación de las mismas bajo otro nombre, dada la mala prensa que tendría ya el TTIP. Esta nueva situación en Europa, en la que parte de la opinión pública (especialmente en algunos países) está claramente en contra, y algunos líderes europeos también lo están, complica radicalmente el panorama, a pesar de que, como bien sabemos, las competencias en materia comercial no sean de los Estados miembros, sino de la Comisión Europea.
Así pues, si le sumamos a todo lo ya mencionado las dudas sobre hacia dónde irá el proyecto comunitario tras el impacto (sobre todo psicológico) que tuvo la decisión británica de salir de la UE, junto con un calendario de citas con las urnas extremadamente complejo y agitado (presidenciales en EEUU, repetición de presidenciales en Austria, referéndum constitucional en Italia, posibles terceras elecciones en España, generales en Países Bajos, presidenciales en Francia, y generales en Alemania), donde además partidos que no comparten el clásico consenso pro-europeo tienen opciones reales de lograr avances muy significativos, entonces no podemos sino concluir que las posibilidades reales de que el TTIP se firme, al menos a corto plazo, son cada vez menores. Muy a pesar de los esfuerzos de la Comisión por mostrar aparente normalidad, el contexto no es nada idílico para el TTIP.