Fueron noventa minutos más de lo inicialmente previsto, hasta completar tres horas y media en la primera reunión del Consejo OTAN-Rusia celebrada desde marzo de 2014. Aunque todavía se desarrolló una reunión tras la toma de Crimea por parte de Moscú (marzo de 2104), el Consejo quedó hibernado a partir de junio de aquel mismo año. Desde entonces las tensiones no han hecho más que aumentar. Pero a pesar de todo, el nuevo encuentro demuestra que a ambas partes les interesaba evitar que se rompieran definitivamente los canales de contacto.
Creado en 2002, el Consejo OTAN-Rusia nunca ha funcionado a pleno rendimiento. Por su parte, la Alianza no ha sabido cómo ocultar las sospechas sobre una Rusia demasiado grande para formar parte de la organización (recordemos que ya la URSS lo planteó abiertamente cuando se creó la OTAN en 1949) y deseosa de volver a controlar un área de influencia en su vecindad europea y asiática. Para Moscú, el tiempo transcurrido desde entonces solo le ha servido para confirmar su idea de que está siendo asediado y de que hay un plan maquiavélico para destruirlo.
En esas condiciones ambos se han ido llenando de razón, acumulando gestos de desencuentro creciente. Ucrania constituye uno de los focos principales de tensión, en la medida en que, a diferencia de lo que ocurre para EEUU y la Alianza, para Rusia se trata de un interés vital. En paralelo, los acuerdos de Washington para desplegar sistemas de su escudo de misiles en Europa Oriental e incrementar la rotación de unidades propias o aliadas en territorio próximo a la frontera rusa no han hecho más que incentivar los atrevimientos rusos, con sobrevuelos de sus cazas en la proximidad inmediata de buques y aeronaves estadounidenses y aliados.
A estas alturas, y con una larga historia de permanente pulso a las espaldas (más para la galería que con pretensión real de enfrentamiento), ya es imposible (y hasta irrelevante) determinar si fue primero el huevo o la gallina. Lo que parece claro es que la reunión del Consejo OTAN-Rusia no ha permitido disipar las dudas y sospechas mutuas.
Pero en todo caso, la propia celebración del encuentro pone de manifiesto el interés de ambas partes por mantener activos los mecanismos de diálogo. Por un lado, porque ambos los necesitan para evitar que ese toreo de salón pueda acabar provocando un choque indeseado. Los sobrevuelos y acercamientos de buques y aeronaves forman parte habitual de los procedimientos de disuasión –mostrando la bandera en aguas o espacios en disputa–, pero también sirven para calibrar la operatividad de los sistemas del adversario y para examinar sus verdaderas capacidades. Son operaciones que entrañan un cierto nivel de riesgo de descontrol, que, en el peor de los casos, puede activar una escalada con consecuencias muy superiores a las calculadas por quien las haya decidido en principio.
En un nivel superior, el encuentro del pasado 20 de abril puede entenderse como un intento de reconducir algunos de los temas espinosos de la agenda común. Así, volviendo a Ucrania, se vislumbra la necesidad de coordinar los esfuerzos para que puedan aplicarse todas las estipulaciones contempladas en los Acuerdos de Minsk. No parece casualidad que en esa misma fecha los dirigentes del Donbas ucranio hayan dado a conocer su decisión de retrasar las ya diferidas anteriormente elecciones locales hasta el próximo 24 de julio, o que parezca concretarse el acercamiento entre Kiev y Moscú, empezando por un inminente acuerdo sobre intercambio de prisioneros. Adicionalmente, Moscú trata de combinar acciones y gestos de fuerza con otros de contemporización y acomodo, con intención de seguir ahondando las divergencias internas en el bando occidental (tanto en la OTAN como en la Unión Europea) con la pretensión de que finalmente el próximo verano se vea libre de las sanciones que tan seriamente están afectando a sus planes económicos.
Nada de eso, en cualquier caso, puede hacer olvidar de un solo golpe que, según el comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa, el general Philip Breedlove, Rusia es percibida como “una amenaza existencial a largo plazo para Estados Unidos y los aliados”. Algo así parece deducirse también de la decisión polaca de incrementar en un 50% el despliegue de sus unidades militares hacia la frontera rusa. Veremos que nos depara la próxima Cumbre de la OTAN, a celebrar en Varsovia los próximos días 8 y 9 de julio, dado que comienzan a detectarse indicios de que la Alianza podría estar finalmente interesada en replantear, como ya Medvedev propuso en 2009, el sistema de seguridad europeo.