Los recientes casos de corrupción que sacuden a Argentina y afectan fundamentalmente al kirchnerismo han abierto un intenso debate en torno al futuro político del kirchnerismo y del peronismo. Esta situación se suele vincular con el actual gobierno y si lo perjudican o benefician unos escándalos que golpean cada vez más directamente a la ex presidenta Cristina Fernández.
Para comenzar, la primera cuestión a analizar gira en torno a si estamos frente al principio del fin del kirchnerismo y a las posibilidades de Fernández de volver al poder en 2019. En esta estrategia las elecciones de medio término de 2017 eran una etapa obligada, ya que no sólo darían mayor visibilidad política a los principales referentes kirchneristas, sino también mostrarían las debilidades de la presidencia de Mauricio Macri y sus políticas juzgadas como antipopulares.
Tanto desde un punto de vista político como judicial los casos de Lázaro Báez y José López han impactado de lleno en el Frente para la Victoria (FPV), la estructura organizativa del peronismo kirchnerista, afectando profundamente su credibilidad. Son muchos los que, tanto fuera como dentro del peronismo, vaticinan el fin de la aventura iniciada en 2003 con el desembarco de Néstor Kirchner en la política nacional.
Hay quien insiste en la capacidad de supervivencia del kirchnerismo, pero son más los que consideran que si esto ocurre será únicamente como un fenómeno residual y no como un referente de peso o una alternativa dentro del sistema político argentino. Obviamente esta perspectiva no es compartida desde dentro del FPV, algunos de cuyos dirigentes estiman que pese a la brutalidad del impacto finalmente terminarán recuperando el favor popular.
Sin embargo, un kirchnerismo alejado del poder, sin el control del presupuesto federal ni de numerosos medios de comunicación ya no puede condicionar la agenda política de la forma en que lo hizo en la «década ganada». Para colmo, se ha acelerado el proceso de deserciones en sus propias filas, lo que muestra tanto su debilidad como el aislamiento creciente de Fernández.
Esto nos lleva directamente al futuro del peronismo y a sus opciones para recomponerse. En los últimos 12 años el peronismo era sólo un adjetivo calificativo del kirchnerismo. No sólo eso, su deriva bolivariana impregnó prácticamente todas las estructuras partidarias, como ocurrió con el menemismo en la década de 1990. Por eso, los principales referentes políticos del peronismo concentrado en su recomposición interna intentan distanciarse de la corrupción sistémica de raíz kirchnerista. Y para ello insisten en los verdaderos valores del movimiento nacional y popular y en la anormalidad de la deriva reciente.
La cuestión principal es si el peronismo se reconstruirá en torno a un liderazgo fuerte, capaz de convertirse en un referente social. Es posible, aunque deberá afrontar serios desafíos. Para comenzar, ha perdido algunos resortes importantes de poder, como la provincia de Buenos Aires, pese a seguir controlando importantes núcleos territoriales, como la mayoría de las provincias y numerosos ayuntamientos. También se nota la falta de un líder carismático, aunque esto se puede remediar con cierta facilidad.
El peronismo de 2016 no es el mismo de 1989 o de 2002, lo que complica algo las cosas. La aventura de Sergio Massa se ha prolongado demasiado y ha cobrado cierta autonomía, lo que complica su regreso tranquilo al redil. Por eso habrá que ver si la recomposición del peronismo es rápida y pacífica o producto de un proceso más atribulado. Nada está escrito.
Queda finalmente el futuro del macrismo. La afirmación más frecuente es que para el gobierno y la coalición Cambiemos la polarización con el kirchnerismo era funcional y favorable. Y que si el kirchnerismo entra en fase de descomposición tendrá que enfrentarse a un peronismo fortalecido que le complicará las cosas, comenzando por las elecciones de 2017. Pero, esta teoría presenta el declive del kirchnerismo y la recomposición del peronismo como vasos comunicantes, en un proceso automático y rápido, lo que está por ver.
El fuerte rechazo del kirchnerismo entre vastos sectores sociales es un hecho. Esto explica, en buena medida, el triunfo de Macri en las elecciones presidenciales de 2015. En principio, el peronismo, especialmente si se desprende de todas las adherencias kirchneristas/camporistas, no genera tanto rechazo, lo que debería perjudicar al gobierno. Sin embargo, no sabemos cuál será la estrategia de la nueva conducción y si apuesta por la confrontación o por algún tipo de diálogo/colaboración con el gobierno. La respuesta a esta última cuestión no la dará únicamente la voluntad de los nuevos mandos peronistas, sino la evolución de la propia coyuntura argentina. Conjugar el futuro político argentino es más difícil de lo que parece.