¿Cómo se ha vivido en China la victoria de Trump y qué implicaciones tiene para las relaciones sino-europeas?

Primer plano de Donald Trump (a la derecha) camina junto a Xi Jinping (izquierda) sobre una alfombra roja en un evento en Pekín, China. En el fondo, una fila de guardias de honor chinos detrás de ellos, sosteniendo rifles. Victoria de trump
Donald Trump participa en una ceremonia de bienvenida junto a Xi Jinping, el 9 de noviembre de 2017, en Pekín (China), como parte de un viaje de 10 días a Asia. Foto: Thomas Peter-Pool / Getty Images

Al igual que en 2016, en el momento del triunfo electoral de Donald Trump me encontraba en China. En este caso, participando en un proyecto financiado por la Comisión Europea para fomentar los intercambios entre centros de pensamiento europeos y chinos. Esto me ha brindado la oportunidad de pulsar de primera mano cómo se han recibido los resultados de las elecciones presidenciales estadounidenses en este país.

En términos generales, tanto la cobertura mediática como la respuesta diplomática antes y después de las elecciones han sido muy prudentes, queriendo evitar así tensar la relación con el próximo inquilino de la Casa Blanca. Medios chinos como People’s Daily o Global Times publicaron editoriales de tono moderado y conciliador enfatizando la necesidad de ambos países de favorecer el entendimiento mutuo. Durante la campaña electoral, los medios chinos han tendido a minusvalorar la importancia de estas elecciones sobre la evolución de las relaciones sino-estadounidenses, argumentado que tanto demócratas como republicanos están dispuestos a continuar con una política de contención contra China, al percibir este país como una amenaza existencial a la hegemonía estadounidense. La dureza de ambos partidos con China durante la campaña se presentó como muestra de este consenso sobre la política estadounidense hacia China, así como de su continuidad. De hecho, éste ha sido uno de los pocos temas en los que ambos partidos se han puesto de acuerdo para legislar en los últimos dos años. 

Todavía más prudente se ha mostrado la diplomacia china. Al ser preguntada por cómo afectaría el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses a la política de Estados Unidos (EEUU) hacia China, una portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino contestó que dichas elecciones eran un “asunto interno de Estados Unidos” y que “China continuaría viendo y tratando las relaciones entre China y Estados Unidos bajo los principios del respeto mutuo, la coexistencia pacífica y la cooperación mutuamente beneficiosa”.  Después de las elecciones, las autoridades chinas han mantenido un enfoque mesurado y constructivo, tratando de minimizar la incertidumbre en sus relaciones con la nueva Administración estadounidense. El mensaje de felicitación de Xi Jinping a Donald Trump expresaba esperanza en que ambas partes pudieran “mejorar el diálogo y la comunicación, gestionar adecuadamente las diferencias, ampliar la cooperación mutuamente beneficiosa y encontrar la manera correcta para que China y Estados Unidos se lleven bien en la nueva era en beneficio de los dos países y del mundo”.

Esto no ha impedido que, paralelamente, se haya desarrollado un intenso debate dentro de la comunidad académica china sobre cómo afectaría al país asiático el cambio de inquilino en la Casa Blanca. La política de Kamala Harris hacia China se esperaba que hubiera sido más continuista y previsible. Esto, unido a que probablemente habría impuesto menos restricciones a las relaciones bilaterales de lo que se espera que haga una segunda Administración Trump, lleva a que muchos expertos chinos consideren que habría sido más fácil para las autoridades chinas adaptarse a un gobierno de Harris que a una segunda Administración Trump. Sin embargo, también hay aspectos en los que se presuponía que Harris hubiera sido más problemática que Trump para el gobierno chino. De Harris se podría esperar una mayor presión política vinculada a violaciones de derechos humanos y más capacidad de liderazgo para coordinarse con otros países a la hora de aplicar medidas para contener a China. Tim Walz, el candidato de Harris a la vicepresidencia, que encarnaba perfectamente esta dualidad, con una dilatada experiencia directa en China y de intercambios con este país, aboga por mantener contactos fluidos con este país a la vez que mantiene una actitud abiertamente crítica con la falta de derechos y libertades. Por tanto, no era de extrañar que no hubiera un consenso claro entre los expertos chinos sobre cuál era el candidato preferible. En lo que sí había bastante coincidencia era en ver a Trump como la opción que suponía, a la vez, tanto un mayor riesgo como una mayor oportunidad para China.

La estrategia del próximo gobierno de Trump hacia un tema tan sensible como Taiwán es un ejemplo evidente de la enorme dispersión de escenarios que ha abierto su elección sobre el futuro de las relaciones sino-estadounidenses. Los más optimistas en China esperan que Trump haga honor a su palabra de exigir a Taiwán asumir un mayor coste económico por su defensa o que, incluso, en su afán de alcanzar acuerdos económicamente ventajosos para EEUU, pudiera reducir significativamente el compromiso de Washington con la defensa de Taiwán. Ello permitiría a Pekín avanzar en su deseo de incorporar la isla dentro de la República Popular China. Por el contrario, otros recuerdan que durante el primer mandato de Trump se tomaron medidas, como la aprobación de la Taiwan Travel Act, que fueron fuertemente criticadas por el gobierno chino por favorecer los vínculos políticos ente EEUU y Taiwán en detrimento del principio de una sola China.  Es más, en el entorno del presidente Trump hay posibles miembros de su gobierno, como su exsecretario de Estado, Mike Pompeo, que han abogado públicamente por el reconocimiento formal de Taiwán como un Estado soberano por parte de EEUU.

Esto evidencia que para China será determinante ver de quién se rodea Trump y qué peso tendrán esos colaboradores en el gobierno, pues no olvidemos que muchas de las personas que le son próximas tienen un profundo rechazo ideológico a la República Popular China. Parafraseando a uno de los participantes chinos en un seminario celebrado recientemente en la Universidad de Zhejiang: “Ellos (los americanos) nos juzgan por lo que somos. Ustedes (los europeos) nos juzgan por lo que hacemos”. Valgan de ejemplo dos de las figuras que están sonando con más fuerza para el puesto de secretario de Estado: Robert C. O’Brien y Marcos Rubio. El primero publicó en junio de este año un artículo en Foreign Affairs abogando por el desacoplamiento con China y criticando a la Administración Biden por no haber hecho lo suficiente en este sentido. Por su parte, el senador Marcos Rubio se presenta en su página web oficial como alguien que está “liderando la carga para reequilibrar nuestras relaciones con la China comunista”. Si estos halcones consiguieran imponer sus posiciones, asistiríamos muy posiblemente a un desacoplamiento mucho mayor no sólo a nivel económico y tecnológico, sino también a nivel educativo, científico y cultural entre EEUU y China, particularmente perjudicial para el país asiático.

El estallido de una guerra comercial abierta entre los dos países también es mucho más probable con la vuelta de Trump a la Casa Blanca. El presidente electo se comprometió a  establecer aranceles masivos, como mínimo del 60%, sobre todas las importaciones chinas. Independientemente de si esta medida se aplicara, parece evidente que Trump va a endurecer sustancialmente la presión comercial sobre el país asiático. Si bien las autoridades chinas llevan meses preparándose para este escenario, y algunos académicos chinos han transmitido públicamente confianza en la capacidad de China de lidiar con este escenario, hay un reconocimiento generalizado de que el aumento de la presión comercial sería muy perjudicial para una economía que no atraviesa su mejor momento.

En cualquier caso, también son numerosas las voces que hablan de las oportunidades que una segunda Administración Trump puede presentar para China. La más obvia es el deseo de Trump de ser reconocido como un gran negociador, capaz de llegar a acuerdos desde una lógica transaccional y pragmática. En un artículo publicado en China Daily, el director de su oficina en Bruselas se refería a las promesas de Trump de terminar las guerras como “más necesarias que muchas otras cosas” y elogiaba su predisposición de llevarse bien con China, Rusia y Corea del Norte. Trump es de las poquísimas personas en Washington que elogia públicamente a Xi Jinping y el presidente chino ya fue capaz, durante el primer mandato de Trump, de conseguir que se diera marcha atrás a restricciones sobre empresas chinas como Huawei y ZTE.

Además, el muy probable chovinismo de la acción exterior de una segunda Administración Trump podría volver a materializarse en proteccionismo, aislacionismo y unilateralismo, lo que posiblemente alienaría a muchos países, incluyendo a los aliados tradicionales de EEUU. Esto es visto como una oportunidad para la diplomacia china, que recuerda cómo se hundió la imagen internacional de EEUU durante el primer gobierno de Trump y cómo esto facilitó que pudieran presentar a China como la gran valedora de la lucha contra el cambio climático y del libre comercio. Una posible salida de EEUU del Acuerdo de París claramente llevaría a una repetición de ese escenario.

En este sentido, desde China se muestran optimistas sobre el futuro de sus relaciones con la Unión Europea (UE), especialmente si se pone fin a la guerra en Ucrania, que es uno de los principales lastres a nivel político de la relación bilateral. Ya se está comenzando a lanzar desde este país el mensaje de que China y la UE son socios ideológicamente afines en la defensa de elementos centrales del orden internacional vigente como el régimen de Naciones Unidas contra el Cambio Climático, la Organización Mundial del Comercio o la Agenda 2030.

Asimismo, el proteccionismo de Trump se espera que no sólo golpee a China, sino también a la UE y sus Estados miembros. Por lo que hay analistas chinos que se muestran optimistas sobre el futuro de las relaciones económicas de China con otros perjudicados de las políticas económicas trumpistas. De hecho, esto parece que ya está contribuyendo a facilitar negociaciones bilaterales entre Pekín y Bruselas, como un posible compromiso de precios de los exportadores chinos de baterías que podría derivar en la eliminación de los aranceles impuestos recientemente por la Comisión Europea sobre los vehículos eléctricos chinos. Por el contrario, los expertos chinos se muestran mucho más reacios a reflexionar, al menos con sus colegas europeos, sobre la posibilidad de que Trump haga de la contención de China su gran prioridad en política exterior y que esté dispuesto a llegar a acuerdos favorables para sus aliados europeos a cambio de apoyo en una estrategia más sistemática de contención contra China.

Dentro de la enorme incertidumbre que genera la elección de Trump sobre el panorama internacional, en China son conscientes de su enorme capacidad disruptiva y se están preparando para afrontarla de la forma más provechosa posible para sus intereses.