Si en noviembre del 2020 los estadounidenses eligen al candidato o candidata demócrata como próximo presidente de EEUU (posibilidad que existe) su política comercial estará en el punto de mira de todo el mundo.
Comercio y aranceles han sido protagonistas indiscutibles de la Administración Trump y sin duda lo seguirán siendo durante el próximo año. Las noticias más recientes hablan de un acuerdo temporal entre Washington y Pekín tras 15 meses de idas y venidas, mientras que Bruselas ha trasladado su malestar a EEUU por la decisión de imponer aranceles por valor de 7.500 millones de dólares a productos de la UE –entre ellos vino, queso y aceite de oliva español– por los subsidios a Airbus.
Si Trump ha mostrado siempre su voluntad de comprometer los principios del libre comercio por objetivos de seguridad nacional, hubo un tiempo en el que los demócratas fueron más agresivos contra el libre comercio que la actual administración.
Existe dentro del Partido Demócrata una división entre presidentes globalistas y legisladores localistas; entre aquellos que han apoyado las políticas liberales de Bill Clinton y Barack Obama y los que sostenían que debían hacer más por defender a los trabajadores ante los aspectos menos ventajosos de la globalización. Los más progresistas criticaron los acuerdos comerciales y se vieron apartados por la Administración Clinton y posteriormente por la de Obama, mientras que los que apostaban por la liberalización llevaron a China a la OMC, finalizaron el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, por sus siglas en inglés) que comenzó George W. Bush e impulsaron las negociaciones del TPP (Acuerdo de Asociación Transpacífico, por sus siglas en inglés) y del TTIP (Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión, por sus siglas en inglés).
Si bien sigue existiendo dicha división, el ala defensora del libre comercio del caucus demócrata del Congreso ha ido mermado considerablemente durante los últimos tiempos. De hecho, antes de que llegara Trump a la Casa Blanca, los congresistas demócratas llevaban tiempo acusando a China de ser un agresor comercial, de perjudicar a la industria norteamericana y de manipular su moneda generando así un tremendo déficit comercial; denunciaron que el NAFTA favorecía la externalización y apostaron por los aranceles como herramienta para ayudar a los trabajadores del país.
Luego vino Trump, apoyando políticas que ellos defendieron y alejándose del mainstream republicano que desde la década de los 80 del siglo pasado ha estado firmemente unido al libre mercado. Donald Trump les robó el manual a los demócratas más progresistas y designó a China como “currency manipulator”, amenazó con aranceles a diestro y siniestro y renegoció el NAFTA.
Aún no sabemos si sus anacrónicas políticas se revelarán como una aberración que deberá corregir la próxima elección presidencial. Pero todo apunta a que el futuro del liderazgo de EEUU en el sistema comercial internacional puede depender de la elección del próximo candidato demócrata.
Los candidatos demócratas
La política comercial de Trump ha puesto a los demócratas en una complicada situación: cómo diferenciarse ahora del presidente sin ceder en sus posiciones como partido y en su tradicional defensa de los trabajadores.
Si alguien esperaba que los demócratas presentaran un plan contundente contra las políticas comerciales de Trump, no lo están haciendo. Todos los candidatos se oponen a su diplomacia de Twitter y a su estilo beligerante, pero no defienden abiertamente el libre comercio ni proponen un cambio de fondo. Los mensajes sobre lo que hay que hacer son en ocasiones incoherentes y no han dado respuestas suficientes a aquellos que han sufrido las consecuencias negativas del libre comercio.
Solo dos candidatos, Elisabeth Warren y Beto O’Rourke, han presentado un plan sobre política comercial.
Elizabeth Warren ha redactado sus planes bajo la rúbrica del comercio justo, lo que recuerda mucho Trump. Para este último significa forzar a los países a reducir sus barreras comerciales bajo la premisa de que no tomarán represalias porque no querrán perder el acceso al mercado estadounidense. Warren también afirma que el mercado de EEUU en el más atractivo del mundo, pero apuesta por usar el poder de su economía para forzar a otros países a cambiar sus políticas. Así, ha hecho una lista con las condiciones que los demás países deben cumplir para comerciar con EEUU: proteger la libertad religiosa, defender los derechos humanos, apoyar el Acuerdo sobre el clima de París, luchar contra la corrupción, frenar la evasión fiscal, reforzar los derechos laborales y combatir el tráfico sexual. Ella renegociaría todos los acuerdos existentes según estos criterios, que ni EEUU cumple.
Warren es ideológicamente más ambiciosa que Bernie Sanders, que se sitúa en el mismo espectro político. El senador es un proteccionista convencido que apoya la imposición de aranceles a países como China, Rusia, Corea del Sur y Vietnam para proteger a la clase trabajadora estadounidense. Ninguno de los dos, por tanto, tienen reparos en fantasear con políticas proteccionistas.
Beto O’Rourke, por su parte, pide suspender de forma inmediata los aranceles de la Administración Trump, así como mejorar los acuerdos comerciales con terceros países para esta vez sí favorecen a los trabajadores estadounidenses. Apuesta por ser duros con China, si bien hace un llamamiento a la cooperación con los aliados y la OMC para la resolución de las disputas. En este extremo más moderado también se sitúa Joe Biden , el que fuera vicepresidente con Barack Obama, quien votó por el NAFTA, por mantener la relaciones comerciales con China y apoyó el TPP. Ahora sin embargo parece desmarcarse y tambalearse en sus argumentos, ataca la “irresponsable guerra arancelaria” pero luego reduce su crítica a que hay que ser duros con China. El resto de candidatos apenas se pronuncia y carecen de planes concretos.
Los votantes
Los demócratas, a primera vista, no están poniendo demasiada distancia con la política comercial de Trump y su “América primero”, aparte de criticar sus formas. Sin embargo, cuanto más escala la guerra comercial, más impopular se vuelve el proteccionismo entre los votantes. Así lo dicen las encuestas.
Los estadounidenses apoyan más que nunca el libre comercio. Según el Chicago Council, un 87% lo considera bueno para la economía y un 85% para los consumidores. También una mayoría del 63% ve beneficios en los acuerdos comerciales para todas las partes, incluyendo una mayoría de demócratas (74%), independientes (59%) y republicanos (54%). Además, un 77% apuesta por cumplir con la OMC.
Unas encuestas confirmadas por el Pew Research Center en las que, si hace dos años el 50% de los estadounidenses pensaba que el libre comercio era bueno para el país, ahora ha subido hasta el 65%. Y son los votantes demócratas los que, en particular, han abandonado su hostilidad de los años 90 hacia el libre comercio, subiendo hasta el 73%, 13 puntos más que hace dos años. De la misma forma, según una encuesta de Hill-HarrisX, el 58% de los demócratas creen que las negociaciones de Trump con China tendrán como resultado menos trabajos y oportunidades económicas.
Sin embargo, el 74% de los republicanos está a favor de imponer aranceles contra las importaciones chinas, mientras que la mayoría demócrata se opone (66%) y los independientes están divididos prácticamente al 50%. Por lo tanto, parece que hay acuerdo entre los norteamericanos sobre los beneficios del libre comercio pero no en cuanto a los aranceles.
Esquivar el asunto comercial no es una solución, y apostar por defender el libre comercio puede ser una apuesta ganadora para los candidatos demócratas. Si Trump supo ver el descontento de la clase media blanca trabajadora, que combinaba resentimiento racial y nacionalismo económico, los demócratas no deberían perder de vista el apoyo al libre comercio entre los estadounidenses y en particular de la base demócrata. Quizás porque se ha convertido en un asunto más generacional que ideológico.
Si bien es cierto que el partido ha virado a la izquierda desde 2016, la base progresista demócrata –y la mayoría de los jóvenes– se ven cada vez más como ciudadanos globales. Les gustan las cosas buenas de la globalización: las grandes competiciones deportivas, la comida y la música de cualquier rincón, les preocupan los derechos humanos en el mundo, los desastres climatológicos, vitorean la democracia global y creen que no hay una solución nacional al comercio global.
Por otro lado, en un swing state como Michigan, que históricamente ha sido demócrata pero donde la narrativa de Trump ganó en el 2016 por muy poco, una reciente encuesta muestra a una mayoría que cree que los aranceles a las importaciones de China están castigando tanto a los agricultores como a propios consumidores. Ya no se desestima la idea de que puedan volver a votar a los demócratas. Y lo mismo ocurre con otros estados donde los estadounidenses son los que están pagando por los aranceles y no los chinos, como asegura el presidente.
Con todos estos indicios ¿por qué ningún candidato demócrata defiende el libre comercio en EEUU?