Con el 12 de octubre como trasfondo, una nueva estatua de Colón fue removida de su pedestal. En este caso, la erigida en el mexicano Paseo de la Reforma. Según las autoridades locales, sería algo temporal, ya que se quiere una “restauración en profundidad”. Sin embargo, como aclaró Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, responsable de la operación y perteneciente al mismo partido político que el presidente López Obrador (Morena), se abrirá un debate para decidir el emplazamiento del monumento.
De alguna manera, esta retirada en dos fases recuerda lo ocurrido en Buenos Aires en 2013, cuando la entonces presidenta, Cristina Fernández, ordenó retirar la estatua de Colón ubicada frente a la Casa Rosada. Finalmente, ésta se instaló mirando al Río de la Plata, en las proximidades del Aeroparque. En su lugar se situó una de Juana Azurduy, donada por el gobierno de Evo Morales.
La proximidad del 12 de octubre para impulsar una medida semejante no es casual. Como recordó Sheinbaum, hay que vincularla con los 700 años de la fundación lunar de Tenochtitlán, los 500 de su conquista y los 200 de la Independencia. Estos dos últimos eventos son los que reivindicó López Obrador para solicitar a la Corona española y a la Iglesia Católica un pedido expreso de perdón por el daño causado durante la conquista y la colonización.
El reclamo tiene un fuerte contenido nacionalista e intenta apelar directamente a los sentimientos populares, elementos propios del populismo que caracteriza al gobierno federal. En realidad, es más un mensaje para las propias bases electorales que para los destinatarios de las misivas, el rey Felipe VI y el papa Francisco. Si se buscara algún resultado positivo, se hubieran arbitrado otros medios y otras formas, como contactos diplomáticos discretos, que permitan al Vaticano y al gobierno español encontrar respuestas satisfactorias para todas las partes.
Tanto en México como en España ha habido reacciones contradictorias. Su amplitud irá creciendo a medida que nos acerquemos al 13 de agosto de 2021, cuando se recuerde la conquista de la capital del Imperio Azteca. Es más, el ruido aumentará mientras se insista en un debate intergubernamental abierto. Otra cosa es la discusión en la opinión pública, los medios de comunicación y la comunidad científica.
En España, el rechazo al pedido de perdón ha sido generalizado. Sin embargo, no se puede olvidar el contexto, la forma en que fue formulado, más como una exigencia y una imposición que como un acto conjunto de reflexión sobre un pasado histórico común. De ahí la importancia de las formas, que pueden terminar condicionando y sesgando posibles gestos formales.
Las reacciones han ido de un extremo al otro, como se vio en marzo de 2019, tras conocerse la primera carta de López Obrador. En un lado VOX, que insiste en los “valores civilizatorios” (religión, lengua y cultura): “López Obrador, México y toda América deberían agradecer a los españoles que llevaran la civilización y pusieran fin al reinado del terror y barbarie al que estaban sometidos. Nada más que decir. España dejó Nueva España como un territorio rico y próspero”. Por el otro Unidas Podemos, para quien: “López Obrador es el digno presidente de México. Tiene mucha razón en exigirle al rey que pida perdón por los abusos en la Conquista”, además de comprometerse con “un proceso de recuperación de la memoria democrática y colonial que restaure a las víctimas”.
Muchos historiadores se quejan del uso presentista de la historia con fines políticos y del abuso de la “memoria histórica” para un momento tan lejano como el siglo XVI. Es evidente que aquí se mezclan ideología y política con conocimiento histórico. Desde esta perspectiva, Enrique Moradiellos señala: “Si España tuviera que pedir perdón por lo que hicieron generaciones de españoles, algunos de los cuales eran portugueses o genoveses, como Colón, abriríamos la espita para decir a los cromañones que pidan perdón por los neandertales, a los musulmanes por haber invadido la Península y acabar con el Estado godo, a los godos por haber invadido la Hispania romana y haber acabado con la provincia de la Bética… Es una locura, es un bucle”.
En México, ha sido llamativa la postura del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que rechaza el pedido de perdón al considerar que no han sido conquistados. También piden dejar “de jugar con el pasado lejano” en lo que consideran un acto de “demagogia e hipocresía” que solo pretende justificar la violencia actual. Por eso afirman que no quieren “volver a ese pasado, ni solos, ni mucho menos de la mano de quien quiere sembrar el rencor racial y pretende alimentar su nacionalismo trasnochado con el supuesto esplendor de un imperio, el azteca, que creció a costa de la sangre de sus semejantes”.
Finalmente se preguntan: “¿De qué nos va a pedir perdón la España? ¿De haber parido a Cervantes? ¿A Federico García Lorca? ¿A Miguel Hernández? ¿A Antonio Machado? ¿A.. Ana Belén, Sabina, Serrat, Ibáñez… Miguel Ríos, Paco de Lucía, Víctor Manuel…? ¿A Buñuel, Almodóvar… Saura, Fernán Gómez…? ¿A Dalí, Miró, Goya, Picasso, el Greco y Velázquez? ¿A la república? ¿Al exilio? ¿De qué nos va a pedir perdón la Iglesia Católica? ¿Del paso de Bartolomé de las Casas? ¿De quienes arriesgan su libertad y vida por defender los derechos humanos?”.
Entre los argumentos esgrimidos a ambos lados del Atlántico para exigir perdón por los abusos y la crueldad de la conquista y el carácter depredador del imperialismo, se menciona la actitud de algunos países coloniales europeos, como Bélgica, Países Bajos, Reino Unido y Francia. Siendo precedentes a considerar, no se debe olvidar que los procesos de descolonización en estos imperios ocurrieron en la segunda mitad del siglo XX, y no a comienzos del XIX como en el Imperio español. También se alude a la postura de la Iglesia católica, a través de pronunciamientos de Juan Pablo II (1992), Benedicto XVI (2007) y Francisco (2015).
En los próximos años y al amparo de nuevos quintos centenarios de episodios de la conquista y de los bicentenarios restantes, como en Bolivia, Perú y América Central, crecerán las voces que reclamen perdón e incluso reparación. Frente a ello la inacción no es el camino. Hay que actuar y tomar iniciativas. Entre otras cosas, está en juego la imagen y el papel de España en América Latina, pero también los de América Latina en España. Pero no puede ser un camino unidireccional. Hay que sumar las fuerzas de españoles y latinoamericanos en la búsqueda de soluciones comunes.
El 12 de octubre pasó de ser el Día de la Raza, de la Hispanidad, o incluso el Columbus Day en Estados Unidos, a convertirse en una jornada de lucha anticolonial (cualquiera que sea el contenido que le demos al concepto). ¿Por qué no convertirlo, por ejemplo, en el Día de Iberoamérica o del Inmigrante Iberoamericano? O en cualquier otro que potencie todo lo que nos une.
Sería una fecha que ponga en contacto a las distintas colonias de inmigrantes originarias de los países iberoamericanos, tan frecuentes en nuestros pueblos, y a sus múltiples y variadas costumbres y valores, con las sociedades de acogida. Pero no solo a los migrantes transatlánticos, sino también a los intra latinoamericanos e ibéricos. Sería una piedra más en el dilatado camino de construcción de una identidad común, una identidad que recoja el pasado de los pueblos indígenas, de las sociedades europeas y sobre todo del mestizaje, de ese mestizaje tan propio y sincrético que caracteriza y da sentido a lo iberoamericano.