La visita de Henrique Capriles, el líder de la oposición venezolana, a Bogotá provocó una intensa tormenta política y diplomática tanto en su país como en las relaciones bilaterales colombo-venezolanas. El principal factor desencadenante del conflicto fue el encuentro, una visita privada, que mantuvo Capriles con Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia en la Casa de Nariño, la sede oficial de la presidencia. También molestó su visita al Congreso colombiano, donde frente a un grupo de diputados y senadores pidió que “no dejen sola a Venezuela”.
En cualquier país normal una situación de este tipo hubiera causado mucho menos ruido o hubiera pasado prácticamente desapercibida, con una mínima cobertura en las páginas interiores de los periódicos. Son incontables los casos en que líderes de la oposición son recibidos por jefes de estado o de gobierno, o visitan parlamentos extranjeros, en los más diversos países del mundo. Baste recordar el recibimiento con honores de jefe de estado que otorgó en su día Fidel Castro a Hugo Chávez cuando éste visitó La Habana en diciembre de 1994, tras pasar dos años en la cárcel por su actividad golpista.
En esta ocasión nos enfrentamos a una reacción desmesurada del gobierno bolivariano, debido a las manifestaciones de altos funcionarios gubernamentales y parlamento. Tanto el ministro de Exteriores, Elías Jaua, como el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, hicieron durísimas declaraciones, mientras el presidente Nicolás Maduro llamaba de regreso a Caracas a Roy Chaderton, el comisionado del gobierno venezolano para el proceso de paz colombiano que se está negociando en La Habana.
El conjunto de la respuesta venezolana responde al contexto extraordinario que vive el país. Al mismo tiempo, el gobierno del presidente Maduro sitúa las relaciones internacionales, incluso con los países vecinos y los “hermanos latinoamericanos”, bajo la misma dinámica que rige la política interna. De este modo, en la política exterior bolivariana ha desembarcado la crispación y la polarización, dominada por la lógica amigo/enemigo tan presente en la lucha política nacional.
La extrema dureza de las palabras oficiales del gobierno venezolano se expresa por si misma. El ministro Jaua señaló que el gobierno venezolano “lamenta profundamente que el presidente Santos haya dado un paso que de manera dolorosa nos va a llevar a un descarrilamiento de las buenas relaciones que teníamos”. Al mismo tiempo insistía en que “se confirma que desde Bogotá hay una conspiración abierta contra la paz en Venezuela” que alcanza “los más altos poderes del Estado colombiano”. Y agregó: “es lamentable para ambos pueblos” que mientras su gobierno “está haciendo esfuerzos denodados” para lograr la paz en Colombia, a cambio “reciba como respuesta de las instituciones del estado colombiano en Bogotá el aliento y el estimulo a quienes pretenden desestabilizar la paz en Venezuela”.
Por su parte, Diosdado Cabello calificó como una “agresión” a Venezuela la decisión de Santos de recibir a Capriles y fue todavía más lejos al afirmar: “El presidente Santos le está poniendo una bomba al tren de las buenas relaciones que tanto le pidió el presidente Chávez… Le mete una patada a la mesa recibiendo a alguien que está en contra de la paz de Venezuela”. “Desde el Poder Legislativo rechazamos contundentemente esto, porque se trata de una conspiración contra Venezuela que encuentra en territorio colombiano y en el Gobierno colombiano apoyo… entendemos que es un plan de la derecha internacional donde el presidente Santos es parte activa”. Por eso concluyó diciendo que planteará al parlamento que pida al gobierno colombiano que “clarifique si está con el golpismo que representa Capriles o con el pueblo de Venezuela”.
Es evidente que todo esto muestra el nerviosismo en que está instalado el gobierno de Nicolás Maduro y su creciente pérdida de credibilidad frente a la comunidad internacional. El riesgo de persistir en esta tendencia es un cada vez mayor aislamiento internacional. En el caso de Colombia la situación se agrava, ya que el gobierno venezolano había pensado que a raíz de los diálogos de paz de La Habana entre el gobierno de Bogotá y las FARC, el presidente Santos debía funcionar como una especie de rehén en sus manos si no quería que los diálogos descarrilaran.
Los declaraciones de Jaua y Cabello también permiten contextualizar el estado de las relaciones bilaterales hispano – venezolanas. Después de la elección que, según las cifras oficiales, dio lugar a un ajustado triunfo de Nicolás Maduro sobre Enrique Capriles, la tensión entre Caracas y Madrid escaló de forma importante. En dos ocasiones las autoridades chavistas protestaron duramente por las declaraciones del ministro Margallo.
En aquel entonces, algunos analistas hablaron de la imparcialidad o de la ligereza del discurso español, que no contemplaba adecuadamente la compleja realidad venezolana. A la vista de lo ocurrido como consecuencia de la visita de Capriles a Bogotá se desprende que por más cuidado que se ponga, por más que se escojan adecuadamente las palabras (eligiendo las menos controversiales), la reacción violenta de la contraparte es posible en la medida que los dichos y las acciones propias no se adecuen a las expectativas bolivarianas. Y éstas pasan, únicamente, por la subordinación a sus puntos de vista.
La reacción venezolana también evidencia la amenaza que supone para el proyecto hegemónico cubano – venezolano de expansión continental el lanzamiento y potencial desarrollo de la Alianza del Pacífico. La reciente cumbre presidencial de la Alianza, celebrada en Cali, es buena prueba de sus posibilidades de ampliación, a la vista de las reacciones de países tan diversos como Uruguay, Paraguay o incluso Ecuador, que de momento, según su ministro de Exteriores, se limita a recopilar información sobre el proceso. Mientras Juan Manuel Santos asumió en Cali la presidencia pro tempore de la Alianza, en breve Nicolás Maduro asumirá la presidencia pro tempore de Mercosur. Con este tipo de actitudes del gobierno venezolano lo único que se logra es atentar contra el proyecto de unidad continental, retóricamente denominado de “patria grande” o incluso contra la misma supervivencia de Unasur.