El año pasado el término elegido por una empresa que hace tal ejercicio como nueva expresión más popular en Japón, fue bakubai. Traducido equivale a “poder explosivo de compra” (de los turistas chinos) en ese país. Si se ven en muchos templos budistas o santuarios sintoistas en Tokio o Kioto, o en las calles, a chicas jóvenes vestidas con kimono (sus acompañantes masculinos a menudo también), hay muchas posibilidades de que sean chinas, y que lo hayan alquilado por horas para hacerse fotos con sus parejas.
No es la relación entre gentes lo que preocupa a los japoneses, muchos de los cuales ven a estos turistas chinos como ellos eran hace unos lustros cuando empezaron a salir por el mundo. Y les están agradecidos de consumir en Japón y tirar algo de una economía que languidece. Lo que preocupa es la debilidad interna de China, y, sobre todo, que ésta lleve a afirmar aún más su fortaleza externa.
Cuando se quiere saber algo de un país, siempre es bueno escuchar qué dicen los vecinos, sobre todo cuando Japón tiene intensas relaciones económicas con China y excelentes expertos sobre ese país. No ya para conocer el desafío estratégico que se les plantea a los japoneses y otros Estados de la zona, sino lo que se está cociendo en Pekín. Aunque algún experto reconoce que “no podemos ver el futuro de China”, e “impredecible” es el término que surge una y otra vez al referirse al vecino gigante.
El embride de la economía es real, lo que, según estas visiones, puede llevar a que el actual liderazgo en Pekín impulse aún más el nacionalismo y se frene el “sueño chino” del que tanto habla el presidente Xi Jinping. Este está logrando una acumulación de poder en su persona que no se había visto desde los tiempos de Mao Tse-Tung. Aunque quizá para lograr algunos cambios, reformas internas necesarias, sea la única manera. Su gran vulnerabilidad es que ha de pensar en su sucesor. De hecho, tiene que haber dos sucesiones en el poder en Pekín en los próximos 15 a 20 años. Tetsuo Kotani, investigador senior del Instituto de Japón para Asuntos Internacionales, lo ve consolidado, pero esta consolidación le ha granjeado enemigos. El mandato de Xi Jinping termina en 2023 y será juzgado por sus éxitos y fracasos.
No cabe esperar a corto plazo un colapso del sistema o de la economía, según Akio Takahara, profesor en la Universidad de Tokio. Pero la credibilidad del Partido Comunista Chino (PCCh), con 88 millones de integrantes en un país de 1.300 millones de habitantes, está a la baja, apunta Satoshi Morimoto, ex ministro de Defensa, que comparte el citado temor a que el régimen actúe de forma nacionalista –y sobre todo anti japonesa– hacia afuera para compensar la situación dentro. “La misión nº 1 de Xi Jinping es mantener el sistema político”, no empujar la cuestión exterior, señala otro experto, y para ello necesitan el apoyo de la gente. Aunque esta quiere también sentir que China se ha recuperado como gran potencia.
Los chinos no pueden comprometer dos cuestiones que consideran esenciales: la marítima, y la histórica. Los expertos japoneses consultados no creen que el PCCh tenga claros objetivos de expansión marítima. Pero, desde luego, busca reconstruir una narrativa frente a los “siglos de humillación” (colonización e invasión occidental y japonesa, todas por mar).
El reciente discurso de Xi Jinping sobre el control de los medios de comunicación indica que el régimen no está dispuesto a abrir la mano en este terreno. No es que en China haya mucha demanda de democracia, señala Takahara, pero sí de poner fin a los abusos de poder y nepotismos varios y de impulsar el Estado de Derecho. Las protestas sociales van en aumento. El profesor de la Universidad de Tokio señala que, si en 2014 se contabilizaron 1.370 en China, en 2015 esta cifra se multiplicó por dos.
Tetsuo Kotani ve muchos problemas para la estabilidad de China en los próximos años. Primero, porque el crecimiento de su economía se ha frenado y era parte de la legitimidad del PCCh, aunque no vea enormes problemas sociales a corto plazo porque el Estado aún tiene mucho dinero que gastar. Pero la demografía también pesa, y, debido al envejecimiento y a los efectos de la politica de “un solo hijo” (ahora abrogada aunque el efecto de tal rectificación tardará años en dejarse sentir), los chinos “pueden hacerse viejos antes que ricos”, como apunta un observador.
Algunos grandes proyectos impulsados por China se van a frenar o incluso parar, vaticina Takahara, como la llamada “Nueva Ruta de la Seda” y el proyecto de “Un cinturón, un camino”. “Se lo están pensando”, señala, y no han comprometido de verdad mucho dinero. “No van a hacer nada que no sea rentable”, concluye.
El objetivo declarado es conseguir una sociedad próspera para 2021. Pero “no saben lo que quieren”, salvo que el PCCh conserve el poder. En los próximos 15 a 20 años, se mantendrá, a pesar de un crecimiento económico más lento. Después, es más difícil de prever. Es como “un elefante que intenta corre tan rápidamente como pueda”, se señala.
No se ve un futuro brillante para la economía china. La inversión japonesa en China es la mitad que hace tres años debido al aumento de los costes laborales en China (frente a Vietnam, la India y Myanmar) y un mercado de consumidores de clase media que se puede reducir. Y las fábricas chinas empiezan a utilizar más máquinas (muchos robots hechos en Japón) que personas.
Además, “no es una nación que se haya modernizado en términos políticos”, señala el profesor Kazuya Sakamoto de la Universidad de Osaka. Recuerda que es el único de los países grandes del mundo en el que los ciudadanos no eligen a su líder. China tiene una perentoria necesidad de modernización política, “pero poner el nacionalismo por delante se lo impide”, añade.
Sakamoto ve a China aislada “y sin idea de cómo liderar el mundo o del orden mundial que quiere”, aunque sepa que no quiere el actual. Carece de “poder blando”. Pero el profesor pone de relieve los fastos con los que se recibió en octubre pasado a Xi Jinping en Buckingham Palace, la sede de la jefa del Estado que primero colonizó China.