Desde hace décadas, cada cierto tiempo adquieren relevancia los pronósticos catastrofistas sobre el futuro de China. En las últimas semanas hemos entrado en una de estas etapas. La novedad destacada es que el catastrofismo se ha visto respaldado ahora por uno de los más importantes y prestigiosos sinólogos de la comunidad internacional, David Shambaugh, de la George Washington University y antiguo director de una de las publicaciones académicas más prestigiosas sobre China (The China Quarterly). El pasado mes de marzo, Shambaugh publicó un artículo en The Wall Street Journal titulado “The Coming Chinese Crackup”, en el que argumenta que el régimen comunista chino ha entrado en una fase final, y que las medidas represivas de Xi Jinping están llevando al país a un punto de ruptura.
El artículo de Shambaugh no es de acceso libre, pero sí puede leerse una entrevista en la que explica sus argumentos publicada poco después en The New York Times. La revista Foreign Affairs ha publicado una encuesta en la que pregunta a una serie de expertos si están o no de acuerdo con la afirmación: “The current Chinese regime will not survive the next decade without major reform”, con resultados y comentarios muy interesantes. Avancemos que 19 de los 32 encuestados están en desacuerdo con esa proposición, seis se declaran neutrales y sólo siete están de acuerdo.
Durante los más de 25 años que he seguido los temas de China, he visto cómo cada cierto tiempo afloraban con fuerza en los medios de comunicación previsiones sobre un próximo “colapso” de China. Poco después de los sucesos de Tiananmen de 1989 –que viví directamente en Pekín como Consejero Comercial de la embajada de España– hubo dos tipos de “pronósticos” que adquirieron gran aceptación. Uno de ellos apuntaba a que China entraría en una etapa de involución o abandono de la política de reforma, que retornaría más o menos a las líneas de la anterior etapa maoísta. El otro, radicalmente distinto, apuntaba a que los días del régimen comunista estaban contados, que éste sucumbiría y sería sustituido por un sistema democrático –como sucedió en esos años con otros regímenes comunistas.
Como es bien sabido, ninguna de esas previsiones se cumplió. El régimen comunista permaneció sólidamente asentado, y a partir de 1992 Deng Xiaoping dio un nuevo y fuerte impulso a la política de reforma y apertura al exterior, que ha proseguido hasta nuestros días.
Ha habido diversos argumentos que han alimentado las previsiones catastrofistas sobre China, pero actualmente se destacan dos. El primero –el más importante y permanente en el tiempo– es la estabilidad política del régimen político chino, al que se refiere el artículo de Shambaugh o la encuesta de Foreign Affairs. ¿Se mantendrá el régimen comunista, un sistema político basado en el dominio del poder por el Partido Comunista?
Esta cuestión conecta con otras que son también muy relevantes para el futuro de China. Por ejemplo, muchos analistas han señalado que, sin libertades, con las restricciones que existen sobre la información, Internet, etc., el dinamismo de la economía china se vería seriamente limitado a medio y largo plazo. Hay que tener en cuenta que la tasa de crecimiento de la economía china se ha reducido en los últimos años, y que ésta se encuentra en un proceso trascendental de cambio de un modelo basado en la exportación, las inversiones y la industria, hacia otro basado en el consumo doméstico y los servicios.
El segundo argumento –relativamente reciente– se refiere a la proyección exterior de China. Las ambiciones territoriales en Asia, unidas a su creciente poder militar, podrían llevar a un conflicto bélico con otros países asiáticos –y por efecto arrastre con EEUU- que tendría incalculables consecuencia para la zona y para la comunidad internacional en general.
Ambos argumentos ofrecen un amplio espacio para la discusión y el análisis. Respecto al primero, mi opinión es que el régimen del Partido Comunista Chino es más bien un régimen nacionalista sólidamente asentado y arraigado en las tradiciones culturales y políticas del país. En contra de una opinión bastante extendida, el PCCh cuenta con el apoyo de las clases medias y profesionales que ven en él una garantía de estabilidad y crecimiento económico. El Estado chino se encuentra muy lejos de ser un Estado débil o que dé signos de ser un Estado fallido. Por último, creo que un tema clave en relación con la estabilidad política –que apenas se suele mencionar– es que no existe una alternativa política al PCCh que tenga una mínima entidad.
En cuanto a la relación entre autoritarismo político y dinamismo económico, lo cierto es que durante las últimas décadas no ha habido en China una incompatibilidad entre ambos: el régimen autoritario ha ido acompañado de un fuerte crecimiento de la economía, así como de una gran capacidad de adaptación e innovación. Las multinacionales chinas que hoy triunfan en el mundo en el campo tecnológico son una buena prueba de ello.
Más preocupante puede ser la amenaza exterior. La creciente energía con la que China expresa sus reinvindicaciones territoriales en Asia, el fuerte aumento del gasto de defensa en otros países asiáticos con los que tiene contenciosos, como Japón, son algunos de los elementos que justifican la alarma sobre el riesgo de conflictos. Contra este riesgo, el principal antídoto es el pragmatismo de los gobernantes asiáticos, y en especial de los chinos: un conflicto militar tendría consecuencias devastadoras sobre el crecimiento económico y la modernización, que constituye el objetivo central de China desde que se asumió la política de reforma a fines de los años setenta del siglo pasado.
Tras varias décadas escuchando pronósticos catastrofistas sobre el futuro de China que no se han cumplido, lo más probable es que suceda lo mismo con los nuevos planteamientos de este tipo que se han reavivado en los últimos meses. Pero nadie puede estar completamente seguro… la evolución de la escena internacional nos depara con frecuencia sorpresas, desarrollos, que nadie anticipó.