Cuando el verano pasado, dos de las máximas figuras de la escuela neorrealista de Relaciones Internacionales, John Mearsheimer y Stephen Walt, publicaron en Foreign Affairs un artículo defendiendo un cambio sustancial en la estrategia nacional de Estados Unidos, difícilmente podrían haber pensado que iba a ser tan influyente sobre la administración que iba a llegar al poder seis meses después.
Creyendo que Hillary Clinton ganaría las siguientes elecciones presidenciales, estos profesores de las prestigiosas universidades de Chicago y Harvard consideraban necesario alertar de los problemas causados por la “hegemonía liberal”, una estrategia de política exterior centrada en la promoción de la democracia hasta el punto de subvencionar sustancialmente la defensa de los aliados de Estados Unidos y de intervenir militarmente de forma directa y masiva en terceros estados. En su lugar, proponían al próximo presidente una nueva estrategia: “contrapesar desde ultramar” (offshore balancing). El principal objetivo de esta estrategia es impedir la aparición de un líder regional que pueda cuestionar la hegemonía estadounidense y, para lograrlo, recurre fundamentalmente a la colaboración con otros países interesados en evitar el surgimiento de un líder en su región, reduciendo al mínimo las intervenciones directas de Washington en la contención de esa potencia emergente. De esta manera, Mearsheimer y Walt sostenían que Estados Unidos defendería sus intereses no sólo de manera más eficaz, sino también más eficiente, al reducir notablemente el número de sus tropas desplegadas en el exterior y, por consiguiente, su presupuesto militar.
Estos planteamientos casan bien con el acento aislacionista del presidente Donald Trump, que refleja el cansancio de quienes consideran desproporcionado el esfuerzo que realiza Estados Unidos en el mantenimiento del orden internacional. De hecho, han sido múltiples las voces en el mundo académico y mediático que han identificado el offshore balancing como la gran estrategia que adoptará la administración Trump. Si a esto añadimos las declaraciones del entonces candidato republicano demandando que Tokio y Seúl asumiesen un mayor esfuerzo para garantizar su propia defensa, o su retirada de un acuerdo con una dimensión geoestratégica evidente como el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), parecería que el nuevo presidente norteamericano estaría en proceso de reducir el perfil de Estados Unidos en la seguridad asiática, lo que podría abrir una ventana de oportunidad para una que China ocupase ese espacio. De hecho, esta interpretación está bastante extendida en Pekín, lo que explica el eco positivo que tuvo en China la elección de Trump, frente al continuismo de Hillary Clinton con el pivote asiático de Obama, criticado de forma sistemática por los medios oficiales chinos.
Sin embargo, una serie de acontecimientos en los últimos diez días parecen indicar que la administración Trump puede coincidir con Mearsheimer y Walt tanto en su predilección por contrapesar desde ultramar, como en su visión de China como el principal límite de dicha estrategia. A la vez que aconsejaban retirar las tropas estadounidenses de Europa y Oriente Medio, estos académicos identificaban un eventual liderazgo chino en Asia Oriental como la mayor amenaza para el mantenimiento de la preeminencia de Estados Unidos dentro de la comunidad internacional y, en consecuencia, sostenían que debían mantenerse los soldados norteamericanos estacionados en Asia. Este es el mismo mensaje que a principios de mes lanzó el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, James Mattis, durante su visita a Corea del Sur y Japón, países que acogen respectivamente a 24 mil y 39 mil soldados norteamericanos. Las declaraciones del general Mattis durante este viaje, subrayando el compromiso de Estados Unidos con el mantenimiento de la seguridad en Asia Oriental, y alabando el papel de Seúl y Tokio en sus alianzas con Estados Unidos, fueron recibidas de manera entusiasta por los aliados tradicionales de Washington en la región, pero algunos cuestionaban hasta qué punto eran compartidas por el presidente Trump.
La visita que acaba de realizar a Estados Unidos el primer ministro japonés, Shinzo Abe, nos ha sacado rápidamente de dudas. Estos días Trump ha reiterado en varias ocasiones el mismo mensaje, alabando a Japón por la labor que desempeña junto a Estados Unidos en el mantenimiento de la paz en Asia, sin hacer ninguna mención a una posible renegociación de los términos que rigen la presencia militar norteamericana en Japón. Asimismo, Trump subrayó la importancia de mantener el principio de libre navegación en Asia y de acabar con los programas nuclear y de misiles de Corea del Norte, asunto sobre el que hizo una declaración conjunta con el primer ministro Abe. Todos estos hechos apuntan, por el momento, hacia una política de seguridad de la administración Trump en Asia mucho más continuista de lo que podía vaticinarse hace algunas semanas. Habrá que ver hasta qué punto la administración Trump acaba abrazando el concepto de contención desde ultramar, lo que parece más claro, es que no tiene prisa por ponerlo en marcha en Asia.