Desde que China iniciara su apertura al mundo hace ya algo más de 40 años, la sociedad internacional ha asistido al despertar del gran gigante asiático, que abrazando un nuevo lema de “paz y desarrollo” ha irrumpido con firmeza en la escena global para transformar su geopolítica y alterar el equilibrio de un entorno cada vez más multipolar.
Con el propósito de consolidar su posición como potencia con ambiciones e intereses globales, y de proyectar su influencia más allá de sus fronteras nacionales, China, bajo la presidencia de Xi Jinping, ha puesto en marcha la Nueva Ruta de la Seda, todo un proyecto de ingeniería geopolítica que ha supuesto un enorme desafío para la economía mundial y toda una revolución en las infraestructuras de transporte de mercancías, pasajeros, hidrocarburos y tecnología. Además de revitalizar la histórica ruta terrestre que posibilitó el tráfico comercial entre Europa y Asia durante siglos, este titánico despliegue cuenta también con una vía marítima que permite a la República Popular garantizar su seguridad comercial y energética, al mismo tiempo que le dota de una posición privilegiada en el control naval del Sudeste Asiático y el Océano Índico. Así, siendo consciente de la inestabilidad que rodea el litoral sud-asiático, de sus profundas enemistades con otros países de la región y del indiscutible control estadounidense de la mayor parte de las rutas marítimas y estrechos, China ha impulsado una política de diversificación hacia el oeste que se extiende desde las costas de Asia hasta llegar a Oriente Medio, el Norte de África y Europa.
El llamado Collar de Perlas, constituido por una amplia red de puertos comerciales y bases militares, permite a China ganar influencia y prestigio en la esfera internacional, al mismo tiempo que solventa necesidades operativas de primer orden. Mediante el establecimiento de bases navales, la construcción de instalaciones aéreas y portuarias y la firma de acuerdos de inversión y cooperación económica, China ha logrado asegurar el suministro de los recursos necesarios para su desarrollo, ha forjado nuevas relaciones comerciales que repercuten en el crecimiento de sus exportaciones y ha cumplido con su objetivo de preservar la seguridad nacional proyectando un poder naval capaz de defender sus intereses lejos de su territorio.
Pese a que este complejo entramado cuenta con eslabones de gran relevancia geopolítica repartidos a lo largo de los cinco continentes, como el puerto de Gwadar que da acceso al Corredor Económico China-Pakistán, el centro logístico establecido en la localidad portuaria de Dolareh en la costa norte de Yibuti es quizá la perla más brillante del collar chino, por ser también la primera instalación militar permanente de China en el extranjero.
La denominada Base de Apoyo del Ejército de Liberación Popular, que comenzó a construirse en 2016 y se inauguró tan solo un año después, tuvo un coste de 590 millones de dólares, cuenta con 500 m2 de superficie, más de 20.000 m2 de espacio subterráneo y tiene potencial para albergar a 10.000 efectivos, aunque actualmente se calcula que solo han sido desplegados un millar de ellos. Pese a haber sido calificada por el gobierno de Pekín como un mero establecimiento de apoyo, la base cumple con diferentes cometidos de alta importancia para la política exterior del dragón asiático:
- Mantenimiento y asistencia militar a los contingentes chinos desplegados en misiones humanitarias en el continente africano, que hasta ahora debían regresar a China para abastecerse;
- Protección del millón de ciudadanos chinos que residen en el continente africano y que podrían necesitar ser evacuados como personal no combatiente en caso de conflicto bélico o catástrofe natural;
- Recolección de inteligencia, control de comunicaciones y monitorización de las actividades políticas y comerciales de otros países de la región.
La elección de este remoto enclave del Cuerno de África como país anfitrión responde a una cuidadosa evaluación de las necesidades geoestratégicas de China. En primer lugar, pese a compartir frontera con Etiopía, Somalia y Eritrea, Yibuti se consagra como el país más seguro y estable en un entorno conflictivo, pero de gran importancia estratégica. Por otra parte, el Cuerno de África, flanqueado por el Mar Rojo y el Mar de Adén, alberga el estrecho de Bab el-Mandeb, que constituye una de las rutas comerciales marítimas y de transporte de energía más importantes del mundo, concentrando hasta el 25% de las exportaciones mundiales y actuando como lugar de paso de alrededor del 30% del petróleo dirigido al Oeste. Por su accidentada orografía, Bab el-Mandeb ofrece pocas vías de paso alternativas ante un eventual colapso o cierre, obligando a quienes lo transitan a bordear el Cabo de Buena Esperanza, con el incalculable encarecimiento que ello implicaría.
El enorme potencial que brinda el continente africano no ha pasado desapercibido para China, que lo ha convertido en el escenario predilecto para proyectar su nuevo modelo de liderazgo mundial en el marco de la Nueva Ruta de la Seda. Si bien China ha sido acusada de estar ejerciendo una suerte de neocolonialismo en África, sus autoridades aseguran que se trata de una asociación horizontal y muy beneficiosa para un continente anteriormente olvidado y explotado por Occidente. En tan solo unas décadas, el paso de China por África ha supuesto una inversión acumulada de 100.000 millones de dólares que se traducen en la financiación de proyectos para construir 30.000 kilómetros de autopistas, generar 20.000 megavatios de electricidad, crear alrededor de 900.000 empleos locales y depurar más de nueve millones de toneladas de agua al día. Además, China ha impulsado la construcción y renovación de más de 6.000 kilómetros de ferrocarril en países como Angola, Nigeria, Etiopía o Sudán, y se espera que pronto de comienzo la construcción de una nueva ruta ferroviaria que conectaría el puerto de Dakar, con salida al Atlántico, con el puerto de Yibuti, donde China tiene asegurada su conexión con el Océano Índico.
Bajo la iniciativa “One Belt, One Road”, que adquiere una dimensión holística al apoyarse en el Collar de Perlas y la Ruta Marítima de la Seda, China ha desarrollado una política exterior multidisciplinar que aúna acciones diplomáticas, políticas, económicas y militares para devolver al gran gigante asiático su estatus de potencia mundial. En este sentido, la base naval de Yibuti, máxima expresión de la presencia de China en África, es una clara manifestación de la eficacia de esta estrategia: una combinación híbrida entre el poder duro (hard power), ejercido mediante la participación en el tablero mundial de la defensa y la adopción de acuerdos militares, y el poder blando (soft power), desarrollado a través de la inversión en infraestructuras civiles y la cooperación al desarrollo.