En las últimas semanas, después de la muerte de un ciudadano alemán de origen cubano a manos, supuestamente, de un iraquí y un sirio, en la ciudad de Chemnitz, en el estado de Sajonia en Alemania oriental, se han producido numerosos incidentes y protestas lideradas por grupos de extrema derecha (lo mismo ha ocurrido en los últimos días por un caso similar en Köthen en el Estado de Sajonia-Anhalt). Los altercados han vuelto a traer a las primeras páginas de la prensa alemana e internacional el fenómeno de los neonazis en dicha zona de Alemania. Esta corriente ideológica, a pesar de ser inconstitucional, siempre ha estado presente, pero con la llegada del partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD) al parlamento alemán ha ganado más adeptos, más visibilidad y mayor confianza. Esto sucede en toda Alemania, pero sobre todo en el Este.
Chemnitz es un buen reflejo de lo que está pasando en Europa y EEUU y, por lo tanto, un buen caso de estudio. La pregunta es recurrente: ¿cómo puede ser que un país tan rico como Alemania tenga tanta gente con tanto odio? Y esta pregunta inicial nos lleva a otras preguntas más académicas. ¿Por qué hay más nazis en la anterior Alemania del Este que en la del Oeste, cuando hay muchos menos inmigrantes en la primera que en la segunda? ¿Será porque el Este de Alemania es más pobre o porque simplemente sus ciudadanos son más violentos y xenófobos? Es decir, ¿esto es un problema que surge de la desigualdad, como piensan muchos economistas, o más bien un asunto ligado a la identidad, como suelen indicar muchos politólogos y sociólogos?
“[El shock económico de la reunificación] ha hecho que la violencia sea todavía parte de la identidad de Alemania oriental, y lamentablemente esa violencia suele estar dirigida hacia los inmigrantes”
Todo indica a pensar que las causas son múltiples y tienen que ver tanto con la desigualdad como con la identidad. Hace un tiempo mi colega Federico Steinberg y yo proponíamos cinco causas que explican el rechazo a la globalización y el orden liberal (la desigualdad, la xenofobia, la revolución tecnológica, la crisis del Estado del bienestar y la deslegitimación de las elites). Todas ellas están reflejadas en los incidentes de Chemnitz. En primer lugar, hay que decir que la historia importa. El fenómeno de la extrema derecha violenta en el Este de Alemania no se puede explicar sin entender qué pasó después de la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana. Estos acontecimientos históricos se suelen presentar como positivos (y lo fueron) pero provocaron unas consecuencias negativas poco reconocidas.
Como señala la escritora Jana Hensel, nacida en Leipzig, en un excelente trabajo sobre la extrema derecha en Alemania oriental, la reunificación fue como una catástrofe natural de una violencia extrema. Los números así lo demuestran. En ningún país de la Europa del Este fue la depresión económica post-1989 tan dura como en la República Democrática Alemana (RDA). Sólo Bosnia-Herzegovina, desolada por la guerra, presentó números similares. Hasta 1993, de los 16 millones de habitantes de la RDA, 1,4 millones, o sea, casi un 10%, se marchó a la Alemania Federal (RFA). Los mejores y los más jóvenes se fueron y los menos preparados o atrevidos y más ancianos se han quedado atrás. El legado de eso todavía se percibe hoy. Si el Este de Alemania fuera otra vez un Estado independiente sería el más envejecido de Europa, después de Ciudad del Vaticano.
Ese shock ha hecho que la violencia sea todavía parte de la identidad de Alemania oriental, y lamentablemente esa violencia suele estar dirigida hacia los inmigrantes. El “otro” las suele pagar, y si es más débil, más. Los últimos 20 años así lo demuestran. Ya en 1992 grupos neonazis quemaron centros de asilo en Rostock mientras los vecinos aplaudían desde las ventanas: una imagen vergonzosa. En los años 90 hubo múltiples episodios de “caza al inmigrante”; en 2011 se descubrió la existencia del Nazionalistischer Untergrund (NSU), un movimiento terrorista nacionalsocialista al que se le atribuyen las muertes de por lo menos nueve inmigrantes; y en los últimos años se ha hecho fuerte el movimiento anti-islámico Pegida, surgido en Dresde, también en el estado de Sajonia. Muchos expertos piensan que esta violencia ha sido tolerada por las instituciones. La opinión pública, como las autoridades del Este de Alemania, no han condenado de una manera tajante las expresiones y los actos racistas y violentos como en el Oeste de Alemania. Eso explicaría la improvisación y permisividad de la policía de Sajonia a la hora de, primero, evitar y, después, neutralizar, la violencia de los grupos neonazis en Chemnitz, muchos de ellos vinculados a movimientos de hooligans, y conocidos por los agentes del orden locales.
“La innovación, el desarrollo y la sofisticación están en las ciudades del Oeste […], y eso ahonda en la percepción de que hay alemanes de primera y de segunda”
Todo esto no quiere decir que los esfuerzos de reunificación hayan sido en vano. El progreso de Alemania oriental en los últimos 20 años ha sido importante. Pero todavía no está a los niveles del Oeste. La renta per cápita es un tercio más baja y el desempleo dos puntos más alto (el 6,8% frente al 4,8% en el Oeste). Esto no parece mucho, pero tiene gran impacto en la percepción general. En Chemnitz, en concreto, el desempleo está por encima del 7%. Esto hace que muchos ciudadanos del Este se consideren de segunda, sobre todo porque tienen unos servicios públicos peor financiados. La sensación es que la actividad económica y la riqueza están en el Oeste. Como ejemplo se pone que ninguna de las 40 empresas que componen el DAX40, el índice bursátil alemán, tiene su sede en el Este de Alemania. Esto crea frustración y rencor y, en ciertos casos, odio; rabia que después se descarga hacia el inmigrante. Así pues, la desigualdad y la crisis del Estado de bienestar explican bastante el fenómeno.
Esto está relacionado lógicamente con la revolución tecnológica. La innovación, el desarrollo y la sofisticación están en las ciudades del Oeste (aunque no en todas: Bremen tiene un desempleo de casi el 10%) y eso ahonda en la percepción de que hay alemanes de primera y de segunda, algo que está vinculado a su vez con la deslegitimación de las elites. Mucha gente del Este no se ve reflejada en, ni representada por, las elites alemanas. Los políticos y los intelectuales predominantemente del Oeste son demasiado cosmopolitas y liberales para su gusto, y además tienen una actitud paternalista. De ahí viene el calificativo nazi de Lügenpresse (prensa mentirosa) que hoy en día hace referencia a que la prensa nacional, dominada por las elites liberales, le oculta el lado negativo de la inmigración a la población alemana. Muchos ciudadanos del Este (y del Oeste) leen en la prensa local que un extranjero ha cometido un crimen, y como no lo ven recogido en la prensa nacional, compran ese argumento.
El elemento identitario es, por lo tanto, igual o más potente que las otras razones (aunque se solapan y retroalimentan). Lo que vemos en el Este de Alemania no es muy diferente a lo que observamos en Hungría y Polonia (y en muchas otras regiones de EEUU y de Europa donde la extrema derecha gana apoyos). Ahora mismo las encuestas dicen que AfD superaría, con un 27% del voto, a la CDU en Sajonia. Hay indicios de que este partido tiene bastantes apoyos entre la policía y el funcionariado y algunos incluso piensan que la CDU de Sajonia, liderada por el presidente Michael Kretschmer, nunca ha sido muy liberal. La geografía y la historia cuentan aquí. Sólo hay que ver dónde está Sajonia en el mapa para darse cuenta de que muchos sajones todavía se sienten el primer muro de contención frente a la posible invasión musulmana. Pensar eso puede calificarse de xenófobo y retrogrado (y seguramente lo sea), pero la triste realidad es que cuánto más se dice y escribe esto, más poder toma la extrema derecha.