Siria e Irak se encuentran emplazadas en lo que antaño fuera Mesopotamia, cuna de la civilización indoeuropea en cuyas tierras se asentaron los imperios sumerio, babilonio y asirio. Alberga tesoros y reliquias de culturas pre-islámicas, así como de origen griego, romano y bizantino. Dan testimonio de ello los monumentos, templos y antigüedades que han sobrevivido al desgaste, guerras, expolios y saqueos a lo largo del tiempo, pero que vuelven a ser amenazados.
Daesh, el autoproclamado Estado Islámico, ha exhibido la demolición, en Siria, del milenario templo de Baal en Palmira y el monasterio de Mar Elian mientras que, en Irak, los yihadistas mostraron la destrucción a martillazos de antigüedades contenidas en el museo de Mosul, la devastación de las históricas ciudades de Hatra y Nimrud y la demolición de las murallas de Nínive. Con ello, Daesh pretende demostrar determinación en destruir todo lo procedente de lo que el Islam llama la “época de la ignorancia”, y lo justifica hacia sus simpatizantes y seguidores con argumentos religiosos –la prohibición de adoración de imágenes y falsos ídolos contenida en el Corán–. Argumento en línea con su interpretación excesiva y rigorista del Islam, pero ciertamente alejado de sus verdaderas –nada religiosas– intenciones:
Por un lado, el afán propagandístico. La repercusión mediática se ve multiplicada cada vez que emiten videos destruyendo patrimonio arqueológico, e incluso combinándolo con ejecuciones colectivas. Su salvajismo responde a la voluntad de atracción de la mayor atención posible, en aras de generar expectativas de éxito que favorezcan la captación de simpatizantes y potenciales foreign fighters. Sin duda, resulta altamente mediático mostrar la destrucción de patrimonio de la humanidad de incalculable valor… bueno, no tan incalculable. Sería una lástima dejar escapar un negocio tan lucrativo por motivos religiosos. Este hecho no escapa a los yihadistas que encuentran, a través del tráfico de antigüedades, una jugosa fuente de financiación de creciente importancia. Desde que empezaran los bombardeos sobre las refinerías de petróleo de la coalición internacional, los ingresos de la agrupación terrorista han caído drásticamente, por lo que el tráfico de estos objetos se ha convertido en una rentable actividad –de los mercados ilícitos, el mercado negro de arte y antigüedades es, tras el de drogas y el de armas, el tercero en importancia–. Los beneficios de esta actividad se estiman en alrededor de 50 millones de dólares al año, a sumar al robo de bancos de las localidades que toman, los rescates por secuestros, la extorsión y los “impuestos revolucionarios” de las áreas que controlan.
Hasta el año 2014 el expolio se llevaba a cabo por bandas de saqueadores profesionales a los que, cuando Daesh se apoderó de la región, impuso un impuesto sobre el valor de las riquezas desenterradas, a modo de «licencia» para excavar. Sin embargo, a mediados de 2014, el grupo comenzó a gestionar directamente las excavaciones, contratando a sus propios arqueólogos, equipos y máquinas. Fue entonces cuando se observó un pico de actividad en el saqueo y una mayor afluencia de restos arqueológicos en los mercados de antigüedades. Éstas pasan por rutas de contrabando –las mismas empleadas para el tráfico de personas, armamento o dogas– a través de Turquía, Jordania o Líbano, para venderse después en mercados de Estados Unidos, Reino Unido, Suiza o Alemania, donde no resulta difícil encontrar pequeñas piezas de vidrio, tallas de hueso, monedas, cerámica u otros objetos cuya particularidad no deja lugar a dudas sobre su procedencia de los territorios controlados por Daesh.
Existe una legalidad internacional que regula el comercio de antigüedades: las Convenciones de la UNESCO, en vigor desde 1970, y la reciente prohibición del Consejo de Seguridad de la ONU, en febrero de 2015, del comercio de objetos de procedencia ilegal siria e iraquí. Sin embargo, su aplicación es prácticamente imposible dada la turbulencia en la que ambos países se hayan sumidos. El Consejo Internacional de Museos ha emitido una lista roja de objetos susceptibles de tráfico, y redes policiales como el FBI o Scotland Yard alertan sobre sanciones, pero hoy por hoy poco se ha podido hacer para paliar esta situación más allá de la interceptación de los cargos, pues una vez llegan al mercado europeo o estadounidense, resulta difícil demostrar la procedencia ilícita de los mismos.
Son necesarios varios frentes para combatir una organización terrorista internacional. Tan importante como la lucha sobre el terreno contra los terroristas es la elaboración de políticas antiterroristas orientadas a cortar sus ingresos. De esta forma, limitar al máximo los fondos de Daesh es clave para dificultar su avance y permanencia en el tiempo. Lamentablemente, hasta la fecha, parece ser capaz de pagar por todo lo que necesita, gracias incluso a recursos obtenidos de forma impía.