Desde el momento en el que el ser humano logró manipular los átomos con propósito militar, la carrera nuclear no se ha detenido un solo instante. Hoy, con nueve potencias nucleares y algunos otros países soñando con añadirse al club, la aspiración de un mundo desnuclearizado parece cada vez más lejana. Es cierto que no hay una veintena de potencias nucleares, como predijo el presidente Kennedy en 1963 en su afán por detener la locura, y que incluso se ha aprobado un Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (Asamblea General de la ONU, 7/7/2017). Pero también lo es que hoy se acumulan todavía en el planeta unas 15.000 cabezas nucleares (el 93% entre Washington y Moscú a partes iguales), que no existe ni un solo proceso negociador en marcha –ni bilateral ni multilateral– para reducir los arsenales existentes, que ninguno de los que disponen de esos ingenios ha firmado el Tratado de la ONU y que, por el contrario, se detecta una clara voluntad de tomar posiciones de ventaja en una dinámica armamentística que se adivina irrefrenable.
Tres fechas bien recientes sirven como muestra:
- 15 de enero: Irán trata de poner en órbita el satélite Payam-e Amirkabir empleando para ello el cohete Simorgh, de fabricación propia. Aunque el intento se saldó con un nuevo fracaso, volvió a disparar las alarmas tanto en Tel Aviv como en Washington, acusando a Teherán de violar la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU, de julio de 2015, y de tratar de ocultar que en la práctica era la primera etapa de un misil intercontinental.
Irán lleva años intentando emplear medios propios para poner satélites en órbita. Su primer éxito, al tercer intento, se registró en 2009, cuando consiguió ese objetivo utilizando su propio cohete Safir SLV. La serie Simorgh inició su andadura en 2010 y antes del actual fracaso ya había cosechado otros dos en abril de 2016 y en julio de 2017. Aunque el programa misilístico y espacial iraní suscita una notable controversia es un hecho que este lanzamiento no ha supuesto una violación de la citada Resolución, dado que su texto solo prohíbe actividades relacionadas con misiles balísticos que puedan portar una cabeza nuclear. Algo que, por muchas que sean las similitudes generales que quepa establecer, queda fuera de lo que puede hacer hoy por hoy un cohete como el Simorgh, de tres fases y motores Nodong norcoreanos. Eso no quita para olvidar que Irán ya dispone de misiles de alcance medio, como los Shahab-3 y los Khorramshahr, que podrían portar una cabeza nuclear; algo que le resulta imposible con el resto de su arsenal de Shahab-1 y -2, Qiam, Sajjil o Ghadr.
Por supuesto, las lecciones aprendidas de un cohete como el Simorgh pueden ser muy útiles para desarrollar un programa de misiles balísticos intercontinentales; pero no basta con disponer de un vehículo con potencia suficiente para salir de la atmósfera, dado que un misil de ese tipo necesita luego superar retos como los de la reentrada, la operatividad asegurada en cualquier condición climatológica y sin tiempo para muchos preparativos o la miniaturización de la bomba para instalarla en la cabeza del misil. Cuestiones todas ellas que aún no están al alcance de Teherán.
- 17 de enero: El presidente estadounidense, Donald Trump, visita el Pentágono para presentar la US Missile Defense Review. En línea con la US Nuclear Posture Review, presentada en febrero del pasado año, el documento transmite la clara percepción de que Washington apuesta mucho más por la modernización de sus arsenales que por el control de armas y el desarme. Convencidos de que para garantizar la consecución de los objetivos nacionales y defender los intereses propios en un entorno cada vez más competitivo (pensando sobre todo en Rusia y China, pero sin olvidar a Irán y Corea del Norte) lo mejor es poder otorgar más opciones nucleares al comandante en jefe, tanto en el nivel estratégico como en el táctico, el esfuerzo debe centrase tanto en diversificar dichos arsenales como en aumentar las capacidades defensivas.
Así, en términos más concretos y a corto plazo se anuncia la intención de chequear la utilización del interceptor SM-3 Block IIA (componente destacado del sistema Aegis de defensa antimisiles) contra misiles intercontinentales, evaluar el empleo del caza F-35 contra plataformas móviles de misiles, probar armas laser o de microondas de alta energía contra misiles balísticos durante su primera fase de vuelo o instalar sensores en el espacio para detectar lanzamientos de misiles y desplegar interceptores en el espacio exterior. En definitiva, dotarse de mejores capacidades para detectar, seguir y destruir misiles en vuelo y para hacer frente a nuevos desafíos tecnológicos como los que el propio Vladimir Putin anunció el pasado 1 de marzo en su último discurso sobre el estado de la nación
- 2 de febrero: Si nada lo remedia, se inicia ese día el proceso de retirada de Estados Unidos del INF (Tratado de Armas Nucleares Intermedias, firmado por EEUU y Rusia en 1987). El negativo resultado de la reunión mantenida en Ginebra el pasado día 15 de enero por los representantes rusos y estadounidenses ha llevado de inmediato a la Casa Blanca a anunciar que en esa fecha iniciará su retirada si antes Moscú no decide eliminar su misil balístico 9M729. Si finalmente se da ese paso no solo supondrá la pérdida de uno de los pilares básicos de la seguridad mundial (junto al Tratado de Misiles Antibalísticos, ABM, del que Washington se retiró en 2001, y cuando el Nuevo START termina su vigencia en 2021), sino que dejará nuevamente al continente europeo en una situación muy expuesta.
Frente a este cúmulo de malas noticias no hay, desgraciadamente, nada positivo en el horizonte inmediato del ámbito nuclear que apunte en un sentido más esperanzador. O simplemente más humano.