No estamos en una guerra militar, ni siquiera fría, pero sí proliferan las llamadas guerras de desinformación. Las fake news, las noticias falseadas a propósito y su difusión son parte de esto. La nueva Estrategia Española de Seguridad reconoce las actividades de “influencia y desinformación” en Internet como una nueva amenaza a la seguridad nacional. Esta capacidad de desinformación no ha nacido sólo en Rusia o en territorio ruso. Además de lo que todo este ámbito supone para el terrorismo yihadista. Pero frente a estos ataques de desinformación –que se han vivido en EEUU, Francia y Alemania, y ahora en el entorno de la cuestión catalana, entre otros– los países occidentales, por separado y unidos, están en situación de debilidad, pues carecen de los instrumentos necesarios para defenderse. El primero, la confianza.
Hablamos de la difusión de esas noticias falsas por medios convencionales o redes sociales. No de cómo hackers rusos robaron información de la campaña de los Demócratas en las últimas elecciones presidenciales en EEUU, y la utilizaron. Eso corresponde plenamente al ámbito de la ciberseguridad. Como la vigilancia por parte de la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU (NSA, por sus siglas en inglés) de ciudadanos y gobiernos extranjeros, la captura de información confidencial por parte de otras empresas o Estados, o los ciberataques contra infraestructuras críticas. Otra cosa es la manipulación informativa y desinformación, a veces producto de algoritmos (bots) diseñados para estos fines, o de personas dedicadas a estos menesteres. La seguridad del Internet de las cosas no es lo mismo que la del Internet de las ideas. Y si Occidente estuviese en guerra, podría responder con armas parecidas al enemigo, como ha hecho en el pasado con otras herramientas. Pero no lo estamos, aunque todo esto sea parte de la teoría de la guerra híbrida rusa, como bien ha explicado Mira Milosevich-Juaristi al hablar de la “combinación”. La teoría de la inoculación –usar la desinformación para combatir la desinformación– no funciona en tiempos de paz. Uno de los fuertes de Occidente es su libertad informativa, aunque una de sus mayores debilidades sea la pérdida de confianza de sus ciudadanos en los medios de comunicación de calidad. Eso hace que este pulso sea asimétrico: sociedades abiertas, frente a otras más cerradas y controladas. La capacidad de influencia de ellos (sean quienes sean) en nosotros es muy superior que la nuestra en ellos.
Vivimos en burbujas informativas, en cámaras de eco o de resonancia, gracias a Internet y las redes sociales. El hecho de que la gente se aísle en estas burbujas y reciba solo opiniones que concuerden con su ideología o prejuicios, alimenta la credulidad y la capacidad de manipulación desde dentro de los países y desde fuera, utilizando medios que manipulan, como la rusa RT, y que así logran mayor repercusión. Las redes sociales son más penetrables a la influencia no deseada y dirigida, y cada vez más con imágenes visuales, reales o falseadas. Esta capacidad aumenta más aún cuando la mentira no tiene coste en unas redes sociales cada vez más importantes (el 44% de los estadounidenses se informan a través de Facebook), y, además, es negocio, pues muchas noticias falsas lo son para los que las fomentan si tienen difusión. No obstante, es discutible el impacto real de estas fake news. Pueden ser efectivas, pero no decisivas. Aunque es verdad que alimentan la ira.
Una línea de defensa frente a las noticias falsas es denunciándolas de forma activa. Rusia y su Ministerio de Asuntos Exteriores son muy activos en la denuncia de lo que consideran noticias falsas occidentales. La UE tiene una unidad dirigida esencialmente a Rusia (East Stratcom) pero es insuficiente. La OTAN está desarrollando desde su Mando de Transformación en Norfolk nuevas estrategias al respecto, y para finales de 2018 debería haber propuesto una Estrategia de Comunicación. El German Marshall Fund ha lanzado una “Alianza para Asegurar la Democracia” con, entre otros, estos fines. Por cierto, recuerda que en los Papeles Federalistas Alexander Hamilton ya advertía de la necesidad de proteger el proceso electoral norteamericano contra injerencias extranjeras. No todo es nuevo, aunque hayan cambiado los instrumentos y la velocidad a la que se puede actuar. Las sempiternas artes del engaño se han hecho digitales.
La falsa información se debe contrarrestar desde abajo, desde los propios ciudadanos, desde las propias empresas de medios sociales, como Facebook y Twitter, que no acaban de conseguirlo, y desde los gobiernos, pese a su descrédito. Desde una mayor cultura de las redes sociales y de la seguridad que falta en nuestras sociedades en las que todos compiten por ese bien escaso que es la atención de los usuarios. Hay que estudiar más este fenómeno en las escuelas de periodismo, e incluso desde la enseñanza básica para formar ciudadanos –que no solo usuarios– preparados ante estas posibles manipulaciones.
Otra parte de la respuesta es el periodismo de calidad. Pero estos medios, en cualquiera de las plataformas que usen, tienen sus propios problemas: falta de recursos presupuestarios, pues casi todos están en crisis, y falta de credibilidad, menos especialistas, menos corresponsales, menos capacidad de periodismo de investigación y de comprobación de datos, y menos independencia. En EEUU, según Gallup, la confianza de los estadounidenses en los medios de comunicación de masa tradicionales ha pasado del 72% en 1976 a un 32% en la actualidad (y sólo el 14% entre los republicanos) como recoge un reciente excelente análisis sobre la cuestión. Esta batalla contra los medios críticos la ha ganado de momento en EEUU Trump con su campaña de desprestigio permanente de los medios llamados “liberales” –a los que tacha constantemente de diseminar fake news–, y la manipulación por parte de otros como Breibart News y Cambridge Analytics. En Europa, algunos estudios han puesto de relieve que la desconfianza de los jóvenes en los medios solo se ve superada por la que tienen en la gran empresa o en el gobierno.
El debate sobre la posverdad, las noticias falsas y la manipulación, favorece a los manipuladores. La desconfianza no se puede compensar simplemente con más información. Como señala el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han, “una acumulación de información no puede generar la verdad”. Añade que “la transparencia solo se requiere de forma urgente en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”. Es decir, nuestra debilidad está en nuestra propia desconfianza. Y como ya hemos apuntado, estamos en un momento de desconfianza general, de desconfianza en las instituciones y en los medios, de la que se aprovechan los manipuladores.