La “victoria” de Mitt Romney sobre Barack Obama en el primer debate presidencial, y la presión que está sufriendo la Casa Blanca por su actuación en los acontecimientos que rodearon la muerte del embajador norteamericano en Bengasi, han multiplicado las esperanzas de los republicanos para hacerse de nuevo con las riendas de la política exterior y de la seguridad nacional.
Los republicanos saben que al final todo se decidirá en el terreno económico. Pero las encuestas muestran ahora una carrera mucho más reñida y mucho más abierta hacia la Casa Blanca. Romney quiere aprovechar esta circunstancia para convencer a los norteamericanos de que “el fracaso del liderazgo de Obama va más allá de las fronteras de EEUU”, según un experto republicano. En cuanto a lo ocurrido en Bengasi, los detalles que están saliendo a la luz sobre la falta de coordinación y los errores de varias agencias federales están cuestionando la veracidad de los primeros comunicados oficiales emitidos por la Casa Blanca tras el ataque, en los que se descartaba la implicación de grupos organizados. Para Romney está claro que no se trató de un incidente aislado, y lo está utilizando como ejemplo del fracaso de la política de leading from behind de Obama y como muestra de que al-Qaeda y sus socios siguen presentes en muchos países, no sólo en Libia sino también en Yemen, Somalia, Irak y Siria, sugiriendo que la organización terrorista no está tan debilitada como argumentan los demócratas.
Romney ha pasado a la ofensiva tras un mal comienzo de campaña, que ha estado marcada por una casi total ausencia de los asuntos internacionales, su precipitada y torpe intervención tras las primeras noticias sobre los asaltos a las embajadas en septiembre, y la filtración de un desafortunado e indiscreto vídeo en el que manifestaba opiniones de muy dudoso gusto. El primer paso fue la publicación, tres días antes del primer debate con Obama, de un artículo en el Wall Street Journal. En él, el candidato republicano apostó por una nueva estrategia para Oriente Medio, diferente a la de su contrincante, al que acusaba de poner a EEUU a merced de lo que acontece en la región en vez de tomar la iniciativa, poniendo en ocasiones en riesgo la propia seguridad de los norteamericanos. Según Romney, con Obama EEUU ha perdido el liderazgo que le llevó en el siglo pasado a encabezar la promoción de los derechos humanos, del libre mercado y del Estado de Derecho en el mundo. Una pérdida que ha hecho a EEUU –y también a sus aliados– más vulnerables ante los retos del siglo XXI, retos que son diferentes pero que requieren también de la fortaleza estadounidense para hacerles frente. Por ello, el primer paso para una nueva estrategia consistiría en comprender mejor cómo EEUU ha llegado a esta situación y, después, recuperar la fortaleza económica, militar y moral del país.
Pocos días después de la publicación de este artículo, Mitt Romney pronunció un importante discurso de política exterior en el Instituto Militar de Virginia. Centrado principalmente en Oriente Medio, presentó un mundo mucho menos seguro y caracterizado por muchas más dificultades e incertidumbres de las que suele reconocer Obama. El líder republicano quiso diferenciarse del demócrata asumiendo, él sí, el deber y la responsabilidad de EEUU de mantenerse en su posición y liderar el mundo, haciendo una referencia especial al general Marshall. Un papel que EEUU tiene que volver a desempeñar a pesar de sus problemas económicos y del desgaste sufrido tras luchar dos guerras en una década. Porque de no ser así, “lo harán otros, otros que no tienen por qué compartir sus mismos valores e intereses” –sin mencionar ningún país en concreto– y el futuro será más sombrío para EEUU y sus aliados.
Romney ofreció sobre todo un tono diferente al de Obama, en ocasiones catastrofista, y utilizó repetidamente términos como “fortaleza” y “liderazgo”, pero sin identificar de manera clara qué haría de forma diferente al actual presidente: mantiene la política de retirada de Afganistán aunque no descarta un compromiso más allá de 2014 si la situación de seguridad lo requiere; apoya la política de sanciones de Obama contra Irán, mucho más duras que las de George W. Bush, pero sin explicar qué haría si no surten efecto; y apuesta por ayudar a rearmarse a la oposición siria (una vez que se haya identificado con mayor precisión a los elementos de ésta que realmente se merecen tal apoyo), actitud no muy distante de la de la administración Obama, pero sin llegar a contemplar una intervención militar en dicho territorio.
A pesar de partir de un diagnóstico mucho menos benévolo de la realidad internacional que Obama, al final Romney no se aparta mucho de la corriente dominante en materia de política exterior norteamericana. Una postura que quedó patente en su discurso de Virginia al mencionar su apoyo a la solución de dos Estados como salida al interminable conflicto palestino-israelí. Lo mismo puede decirse de su deseo de que los europeos cumplan su compromiso de gastar un 2% del PIB en defensa, condición que sólo cumplen actualmente tres Estados miembros de la OTAN.
Más allá de la promesa de que Israel volverá a ser el gran aliado de EEUU en la región y no uno más, la ausencia de detalles sobre la estrategia necesaria para moldear los acontecimientos en Oriente Medio puede llevar a algunos votantes a pensar que la política exterior de Romney no sería muy diferente de la de Obama. Con dos posibles salvedades: en el caso de Irán y de su programa nuclear, cabe pensar que la “línea roja” de Romney estaría más cercana en el tiempo que la de Obama; y en lo que al despertar político de algunos Estados árabes se refiere, el candidato republicano querría condicionar la ayuda estadounidense al cumplimiento de ciertos requisitos por parte de los países receptores. Sin embargo, nada sabemos sobre lo que haría Romney si Teherán sigue ignorando las advertencias norteamericanas, como tampoco queda claro qué sucedería con la ingente ayuda militar que Washington presta a El Cairo caso de producirse una involución anti-democrática en Egipto. En lo que a la relación con los países del Golfo se refiere, su deseo de “profundizar en la crítica cooperación con nuestros socios del Golfo” resulta tan ambiguo como desconcertante.
En realidad, las propuestas concretas mencionadas por Romney para hacer frente a la inestabilidad de la región se condensan en la promesa de ampliar la presencia de la US Navy mediante la construcción de 15 buques cada año (incluidos tres submarinos), la restauración de la presencia permanente de sus portaaviones en el Mediterráneo oriental y en la región del Golfo, y el freno a los recortes en los presupuestos de defensa.
El discurso de Virginia se centró casi exclusivamente en el área de Oriente Medio y Norte de África, por lo que quedaron otros muchos asuntos en el tintero, si bien Romney se refirió de pasada a varios de ellos: Rusia hizo acto de presencia al manifestar el candidato su reticencia a negociar un nuevo tratado sobre control de armas (que Obama probablemente no saque adelante tampoco, ya que, aunque lo hiciese, languidecería en el Senado); habló del reparto de la ayuda al desarrollo, que seguramente modificaría; y mencionó que retocaría los planes de defensa antimisiles, aunque manteniendo los compromisos adquiridos con los aliados, entre ellos España, puesto que los republicanos ya criticaron a Obama en su día por despreciar este legado de Bush.
Si hace cuatro años los demócratas presumían que Obama transformaría el mundo, ahora son los republicanos quienes prometen hacerlo, solo que con más firmeza y realismo, y de la mano de aquellos aliados con los que comparten intereses y valores. Pero sobre todo con menos promesas que su antecesor, porque como afirmó Romney en Virginia, “la esperanza no es una estrategia”. Por su parte, los demócratas seguirán llamando la atención sobre la presencia nutrida de neoconservadores entre los asesores de Romney, sugiriendo de forma implícita que su presidencia significaría el regreso a las políticas del primer mandato de George W. Bush. Sin embargo, lo que parece cada vez más evidente, como puso en evidencia el discurso de Virginia, es que existen muchas divisiones dentro del campo republicano en materia exterior. Son diferencias que se remontan a enero de 2009, cuando Bush dejó la Casa Blanca sin haber cerrado buena parte de su agenda exterior, y que siguen estando presentes en esta campaña. Aun a riesgo de simplificar, cabe hablar de un grupo de asesores de tendencia neoconservadora, liderados por John Bolton, y otro de inclinaciones realistas, vinculado a Robert Zoellich. Si Romney llegara a ocupar la Casa Blanca, uno de sus primeros retos consistiría precisamente en lograr conjugar y equilibrar las distintas posturas existentes entre sus asesores en política exterior.