La victoria de Moon Jae-in en las elecciones surcoreanas pone fin a nueve años de gobierno conservador y anticipa cambios significativos tanto en política económica y social como en la estrategia de Seúl hacia Corea del Norte y Estados Unidos. Este abogado especializado en Derechos Humanos se ha impuesto con un amplio margen sobre el resto de candidatos en unas elecciones con una alta participación, lo que evidencia que cuenta con un gran respaldo popular y el deseo de la población surcoreana de pasar página respecto al lamentable legado de la expresidenta Park Geun-hye, encarcelada y procesada por corrupción.
Sin pretender menospreciar su agenda reformista en materia fiscal, gobernanza corporativa, empleo, medioambiente y coberturas sociales, no cabe duda que fuera de Corea del Sur todavía levanta más expectación el nuevo giro que Moon Jae-in puede imprimir a la política exterior surcoreana y a las relaciones con su vecino del norte.
Hijo de refugiados norcoreanos, es muy probable que abogue por recuperar la política conciliadora hacia Pyongyang que ya implementasen dos presidentes progresistas, Kim Dae-jun y Roh Mo-yoon, entre 1998 y 2007. Esta estrategia, conocida como “Política del Sol”, se fundamenta en el convencimiento de que se puede apaciguar al gobierno norcoreano mediante la interacción y asistencia económica e incluso llegar a favorecer cambios socioeconómicos en este país. Moon se ha mostrado partidario de retomar esta vía si alcanzaba la Casa Azul y ha propuesto reabrir el parque industrial de Kaesong, donde llegaron a estar empleados más de 50.000 trabajadores norcoreanos y relanzar las conversaciones a seis bandas, entre las dos Coreas, China, Estados Unidos, Japón y Rusia para buscar la desnuclearización de la península de Corea.
Aunque no cabe duda de que el espíritu de esta estrategia, basado en la coexistencia pacífica en vez de la búsqueda de un cambio de régimen en el norte, puede contribuir a la distensión a corto plazo en la península de Corea, en caso de materializarse esta nueva “Política del Sol” no sólo estaría abocada al fracaso, sino que sería contraproducente.
Los incentivos económicos no son suficientes para disuadir al régimen norcoreano de su programa de proliferación, ya que las autoridades norcoreanas consideran la disuasión nuclear esencial para su supervivencia, al identificar una agresión exterior como el mayor riesgo para la continuidad del actual régimen. El destino de Muamar el Gadafi sirve de aviso para las autoridades norcoreanas, conscientes de cómo una intervención militar internacional acabó con el régimen de quien ocho años antes era alabado por George W. Bush y numerosos líderes mundiales por renunciar a sus armas de destrucción masiva. En este contexto, la reactivación de la “Política del Sol” no haría más que facilitar recursos y tiempo para que la República Popular Democrática de Corea siguiera desarrollando su programa nuclear militar y sus sistemas de misiles.
Este previsible golpe de timón en las relaciones con Pyongyang no es el único punto controvertido que amenaza con deteriorar los vínculos entre Seúl y Washington. Desde una perspectiva más amplia, el nuevo presidente surcoreano, que fue soldado en las fuerzas especiales de su país, aboga por aumentar la auto-suficiencia de la República de Corea en materia de defensa, en detrimento del actual papel que juega Estados Unidos en la misma. Por ejemplo, Moon aboga por asumir el control operativo de las tropas surcoreanas en tiempo de guerra, actualmente en manos estadounidenses, y por acelerar la introducción de sistemas militares nativos, como el sistema de ataque preventivo Kill Chain o la Defensa Aérea y Antimisiles Coreana (Korean Air and Missile Defense), para hacer frente a la amenaza militar norcoreana. En esta misma línea, el presidente Moon ha cuestionado el reciente despliegue por parte de Estados Unidos en suelo coreano de un sistema para derribar misiles balísticos, conocido como THAAD por sus siglas en inglés, y ha anticipado que será el nuevo gobierno quien tome una decisión final al respecto. Este asunto es una clara prueba de cómo el nuevo gobierno surcoreano tendrá que equilibrar sus relaciones con Washington y Pekín, pues el Moon Jae-in ya anunció que consultará con ambos antes de tomar una decisión sobre el THAAD.
En Pekín, por el contrario, miran esperanzados al nuevo gobierno surcoreano, que parece más receptivo que el anterior a tener en cuenta su rechazo al despliegue del THAAD, debido a que su radar puede ser usado para recabar información sobre los sistemas de misiles chinos. Además, si finalmente Moon sigue una línea más conciliadora con Pyongyang esto dificultaría la presión de Washington sobre Pekín para que aumente su presión sobre el régimen norcoreano, a la vez que favorecería los esfuerzos de China para que Estados Unidos descarte intervenir militarmente en Corea del Norte.
Estamos, por tanto, ante un cambio de gobierno cuya significación transciende el ámbito de la política nacional surcoreana y puede tener notables repercusiones sobre la seguridad de la península de Corea y el conjunto de Asia Oriental.