La ola de cambio en el mundo árabe supone un cambio de los escenarios geopolíticos energéticos. Oriente Medio y el norte de África concentran más del 60% de las reservas mundiales probadas de petróleo y el 36% de la producción. Los países afectados por las revueltas sociales suponen porcentajes reducidos de la producción mundial (Egipto, 0,9%; Yemen, 0,4%; y Libia, 2%; Bahréin apenas produce petróleo). Hasta ahora sólo la producción libia (un millón y medio de barriles/día – mbd) se ha visto afectada en unos 50.000 barriles diarios, pero la repatriación del personal de las compañías extranjeras y el cierre de los puertos tendrá mayor impacto en los próximos días. Oriente Medio y el norte de África cuentan también con el 45% de las reservas probadas de gas y alrededor del 20% de la producción. La suma de la producción de Egipto, Libia y Bahrein apenas representa el 3% de la producción mundial.
Estas cifras son importantes, pero deben ponerse en perspectiva. La capacidad ociosa (spare capacity, capaz de ponerse en el mercado en días) de Arabia Saudí es superior a un millón de barriles/día, casi equivalente a la producción de Libia. En cuestión de semanas podría alcanzar entre 3 y 5 millones de barriles/día, cantidad similar a la producción de Irán. Arabia Saudí ha anunciado estar dispuesta a aumentar su producción para compensar cualquier caída en la de Libia, y la OPEP dio garantías similares. Sin embargo, los precios del crudo se han situado en máximos desde el inicio de la crisis económica, haciendo retroceder las bolsas por temor a que se pudiera retrasar, o incluso inhibir, la incipiente recuperación económica. Los precios también subieron por el riesgo de perturbaciones en el Canal de Suez, por donde transitan unos 2 mbd, que sumados al oleoducto Sumed (más de 1 mbd) representan alrededor de un 5% del comercio mundial de petróleo. Hasta la fecha no se ha producido ningún incidente, aunque sí hubo sabotajes en un gasoducto que transporta gas egipcio a Israel.
Como el mercado del petróleo es fungible, puede acudirse a otros proveedores y el impacto se refleja en aumento de los precios y no en desabastecimiento. Por ello, aunque el 85% de las exportaciones libias de crudo vayan a Europa, y la tercera parte a Italia, son sustituibles antes de agotar los stocks. España importó en el último año de Libia el equivalente al 13 % de las importaciones de crudo y el 1,7% de las de gas natural, que se importa como Gas Natural Licuado, más flexible que los gaseoductos (a diferencia de Italia, que importa su gas libio por gasoducto). Estas cantidades son gestionables, aunque suponen una alteración de la cadena para la industria (Repsol ya ha comenzado a evacuar a su personal y ha interrumpido las operaciones en el país), si bien el peso de Libia para los operadores españoles es reducido.
Por tanto, la situación no supone una amenaza a corto plazo para la seguridad de abastecimiento energético, con la importante excepción de Italia en materia de gas (un 13% de sus importaciones proceden de Libia). Pero el riesgo se está trasladando a los precios y la incertidumbre aumenta por el riesgo de contagio a productores de mayor importancia. A medio y largo plazo, que la región tenga más reservas probadas que producción actual (y por tanto mayor capacidad de producción esperada futura) indica que su importancia estratégica es mayor a largo que a corto plazo.
La incertidumbre afecta sobre todo a la relación entre cambio político y riesgo, es decir si el cambio político puede aumentar los riesgos, y con ellos los precios. La respuesta es: a corto plazo sí; a largo plazo, no necesariamente, porque un mundo árabe democrático ofrece más garantías de estabilidad. A largo plazo los beneficios pueden ser inmensos, pero la transición promete ser compleja y no coge a la economía mundial en su mejor momento para asumir costes adicionales a corto plazo.