La Asamblea Nacional francesa ha votado a favor de la moción de censura presentada por la izquierda contra el primer ministro Michel Barnier. De esta manera, el gobierno Barnier no sólo se convierte en el más efímero de la Quinta República, sino también en el único Ejecutivo que ha caído por una moción de censura desde George Pompidou en 1962. Con el objetivo de conseguir cierta estabilidad en un parlamento muy dividido, Barnier se apoyó tácitamente en la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional, siendo ésta un actor clave votando a favor de la moción de censura. Sin gobierno, Francia entra en un nuevo período de inestabilidad política mientras se asoma una crisis de la Quinta República.
La caída de Barnier se ha producido en un momento delicado para la situación financiera del país galo. El déficit francés se sitúa en más del 6%, cuando Bruselas establece el mínimo en un 3%. No cuadran las cuentas en un Estado que ha invertido muchos de sus recursos en inyectar dinero en las empresas francesas para evitar su pérdida de competitividad. El Ejecutivo de Barnier tenía la difícil tarea de presentar un presupuesto que redujera el déficit a costa de un mayor recorte del gasto (40.000 millones de euros) y subida de impuestos (20.000 millones). Unas políticas impopulares que en definitiva le han costado el puesto al primer ministro y a todo su gabinete. Barnier había anunciado su intención de recurrir al artículo 49.3 –que permite aprobar una medida sin el voto parlamentario– para evitar el bloqueo de la Asamblea Nacional y así poder aprobar los presupuestos. Sin embargo, este calculo ha conllevado la primera moción de censura victoriosa por el uso del 49.3.
‘’La realidad es que el sistema no tiene mecanismos para resolver la crisis política francesa. La Quinta República no está diseñada para la situación actual con tres polos políticos (la izquierda del NFP, el bloque central macronista y la extrema derecha) que se bloquean’’.
¿Y ahora qué puede pasar en Francia? El escenario más plausible es que Emmanuel Macron nombre un nuevo primer ministro que provenga del espacio político del bloque central –Ensemble y aliados– o de los Republicanos. Es decir, un nuevo Ejecutivo con apoyos parlamentarios débiles que incluso podría ser más efímero que el gobierno Barnier. Como ya ocurrió hace meses, se está explorando la posibilidad de incluir al Partido Socialista –o al menos a su sector más moderado– en la ecuación. No obstante, es difícil que se produzca tal movimiento debido a que la salida de la coalición de izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP) puede salirle muy cara a los socialistas en una futura cita electoral.
También se está hablando en Francia de intentar asir con más fuerza el apoyo de los de Le Pen para un nuevo gobierno. Sin embargo, Marine Le Pen no parece que tenga incentivos para asegurar un gobierno estable. Primero, porque sus bases no lo apoyarían; segundo, porque el escenario de inestabilidad y desgaste de sus rivales favorece sus perspectivas electorales; y tercero, porque está inmersa en un proceso judicial por desviación de fondos que podría significar su inhabilitación política. A Le Pen le podría interesar llevar la situación en Francia al límite intentando que Macron no tenga más remedio que dimitir y así poder presentarse a unas elecciones presidenciales que tiene muchas posibilidades de ganar.
Por otro lado, no es esperable que Emmanuel Macron decida nombrar un primer ministro proveniente del NFP. Básicamente porque sería admitir el hecho de que se equivocó al designar a Barnier desde el principio, además de demostrar que Francia ha perdido meses por culpa de su decisión. En este sentido, el presidente francés nombró a Michel Barnier para mantener “la estabilidad institucional” y sobre todo para que un Ejecutivo de izquierdas no echara para atrás sus políticas, como la reforma de las pensiones. Una situación que se sigue manteniendo.
El problema raíz en Francia es que, según dictamina la Constitución, no se pueden convocar nuevas elecciones legislativas a la Asamblea Nacional hasta junio. La Constitución establece que debe pasar un año desde la última disolución de la Asamblea y convocatoria de los comicios. Algo que ya hizo Macron tras las elecciones europeas de junio del 2024. Así, el escenario en Francia es que persista la inestabilidad política en una Asamblea Nacional dividida. Una solución a corto plazo sería que Emmanuel Macron decidiera dimitir, algo que parece descartable por el momento. El propio presidente ha asegurado que agotará su mandato hasta 2027. Aunque esta decisión pudiera cambiar, es probable que la dimisión se produjera en un escenario de grave crisis en el país.
La celebración de elecciones legislativas en junio tampoco es esperable que resuelva el problema político en Francia. Los resultados de los comicios pueden ser parecidos a los anteriores e incluso pudiera ser que la extrema derecha consiguiera la mayoría en la Asamblea debido a la debilidad del frente republicano. Una victoria de Agrupación Nacional sería un shock para el sistema político francés que tendría también sus consecuencias en Europa.
La realidad es que el sistema no tiene mecanismos para resolver la crisis política francesa. La Quinta República no está diseñada para la situación actual con tres polos políticos (la izquierda del NFP, el bloque central macronista y la extrema derecha) que se bloquean. El sistema favorece que se pueda llegar a una mayoría de gobierno en el parlamento. Sin embargo, la situación política y social de Francia es muy diferente a cuando Charles de Gaulle diseñó el sistema en 1958. Más aun cuando en 2017 el sistema de partidos tradicional saltó por los aires dando lugar al auge de la extrema derecha y el liderazgo en la izquierda de la Francia Insumisa. En un contexto de mayor polarización y debilidad de los partidos tradicionales, la Asamblea Nacional produce gobiernos efímeros y débiles que pueden ser tumbados cuando dos bloques se alinean. En este sentido hay que hablar de crisis de la Quinta República francesa.
Así pues, nos queda el escenario más probable: que el nuevo primer ministro que nombre Macron dure menos que Barnier, con una aritmética parlamentaria muy dividida y siendo necesario esperar seis meses para convocar elecciones. Si no ocurre nada imprevisto, la foto en Francia es de bloqueo e inestabilidad política.