Cachemira: el conflicto recurrente que lastra el futuro del sur de India y Pakistán

Vista general del mercado cerrado en Pahalgam (Anantnag, India) el 23 de abril de 2025, con las tiendas cerradas y calles desiertas. Al fondo se alzan las montañas del Himalaya bajo un cielo azul despejado. Cachemira
Vista general del mercado cerrado en Pahalgam (23/04/2025). Foto: Waseem Andrabi / Hindustan / Getty Images

El atentado reciente en la turística estación de montaña de Pahalgam, en el estado indio de Yammu y Cachemira, nos recuerda dinámicas del pasado que creíamos casi superadas. El impacto ha sido mayor debido a su naturaleza inesperada. Al menos 26 turistas perdieron la vida en lo que parece un atentado contra forasteros e hindúes, evocando la década de 1990, cuando la población hindú del Valle tuvo que emigrar.

Este es un momento de fuerte polarización de las identidades religiosas y nacionales en el subcontinente. La securitización de dichas identidades está dificultando la vida de las minorías en todos y cada uno de estos países sin excepción. Mientras el mundo se transforma, el escenario cachemir parece haberse detenido en el tiempo, a pesar de las diversas fuerzas que intentan cambiar el statu quo que mantiene esta región del Himalaya inmersa en un “conflicto congelado” con pocas posibilidades de resolución. Las posturas de la India y Pakistán están tan enrocadas, que no hay forma de resolver ni el conflicto territorial ni el problema de fondo con la población cachemir a ambos lados de la Línea de Control (LoC), considerada como la frontera.

Estamos ante una escalada verbal muy previsible de cara a sendas poblaciones: la india, por reclamar una respuesta contundente; y la pakistaní, por requerir una reacción a la respuesta en sintonía.

1. Una batalla sobre el relato y un conflicto identitario existencial

Desde 1947, la reclamación del territorio de Cachemira ha mantenido a Pakistán y la India en un conflicto que los ha enfrentado en cuatro guerras y con la India experimentando atentados recurrentes. Las muchas rondas de diálogo, procesos de paz, medidas de fomento de confianza y los alto el fuego no han conseguido mejorar una relación bilateral dañada desde el inicio. Sin embargo, existen diferencias respecto a dinámicas del pasado.

En 2019 hubo un punto de inflexión. En el atentado de Pulwama, a menos de dos horas de Pahalgam por la autopista entre Yammu y Srinagar, un convoy militar indio fue atacado por insurgentes, matando a 40 miembros de las fuerzas de seguridad. Esta agresión dio lugar a los ataques quirúrgicos en territorio pakistaní por parte de la fuerza aérea india, además de ser antesala de los cambios legislativos que tuvieron lugar meses después, en agosto.

El gobierno de Narendra Modi revocó el estatuto de autonomía, recogido en el Artículo 370 de la Constitución, del que el estado de Yammu y Cachemira disfrutaba desde su acceso a la India en 1947. La reclamación de todo el territorio se mantiene por ambas partes, pero con la revocación del estatuto, se zanjaba la cuestión de la especificidad de la administración cachemir. Así, la reclamación por parte de Pakistán pierde fuerza, al ser territorio nacional y, por tanto, a ojos de la administración india, pasa a ser un asunto puramente interno.

La idea tras esta decisión tenía en cuenta la necesidad de cambiar el rumbo en las relaciones con Pakistán y su persistencia en el uso de fuerzas irregulares para desgastar el gobierno indio y mantener el conflicto vivo. Por parte de la India, la incapacidad de cambiar la estrategia pakistaní la forzaba a buscar otras opciones para enviar una señal inequívoca. La integración de la región y su bifurcación en dos mitades (Yammu y Cachemira y el estado de Ladakh) pretendía zanjar las reclamaciones y pretensiones de un futuro plebiscito en el que los cachemires a ambos lados de la LoC eligieran un país u otro. Desde Pakistán, la identidad construida en torno a la oposición existencial a la India y la pérdida de su papel como conducto prioritario para las fuerzas internacionales en Afganistán le quitaban parte de la relevancia en la región del sur de Asia. La creciente convergencia de intereses entre Estados Unidos (EEUU) y la India en torno a la rivalidad con China aleja a Pakistán de Washington y lo acerca más a Pekín. 

2. El siglo XXI no es el siglo XX

La falta de respaldo en la estrategia de internacionalización del conflicto de Cachemira, ante la soledad de Islamabad en su condena a la India, se debe en gran medida a cambios sistémicos. En un momento en el que los países árabes del golfo Pérsico están inmersos en los giros hacia un cambio de alineamientos y la transición energética, el papel de las ideologías ha dejado de tener el peso normativo que tenía en el pasado. Si los saudíes ya no están tan interesados en exportar el wahabismo, sino más bien, una imagen de modernidad ante una visión futurista y tecnológica del legado del reino, los emiratíes se han mostrado mucho más a favor de acercar posturas con la India que de seguir respaldando el rasgo identitario islámico en sus relaciones exteriores, especialmente, tras la firma de los Acuerdos de Abraham con Israel.

Pakistán se queda, por tanto, solo en su revisionismo identitario frente al pragmatismo y la transaccionalidad que prima en las relaciones internacionales en esta suerte de interregno hacia un nuevo sistema cuya forma está por definir, pero en el que la India va a ser un actor clave.

Además, el atentado del 22 de abril tuvo lugar durante una visita a India del vicepresidente estadounidense J.D. Vance y su esposa Usha, de origen indio y religión hindú, junto a sus tres hijos. La llamada de atención y la voluntad de minar el relato indio de éxito respecto a la pacificación del conflicto de Cachemira señala una vulnerabilidad que los ecos hipernacionalistas del gobierno de Modi no logran acallar. La escalada verbal tras el atentado evoca ecos de guerras pasadas.

El shock estructural provocado por la naturaleza del cambio en el papel que desempeña EEUU deja en el aire quién puede protagonizar la diplomacia itinerante que en el pasado llevaron a cabo John Kerry o Hillary Clinton entre Nueva Delhi e Islamabad. Teniendo en cuenta el éxito, o más bien su ausencia, en la mediación estadounidense entre Rusia y Ucrania, cabe plantearse si hay algún otro actor capaz de tomar ese papel o si la mediación de Washington puede ser contraproducente.

Estamos ante una escalada verbal muy previsible de cara a sendas poblaciones: la india, por reclamar una respuesta contundente; y la pakistaní, por requerir una reacción a la respuesta en sintonía. En el peor de los escenarios, podemos tener una escalada bélica, dada la destrucción de los últimos puentes de concordia que quedaban entre ambos: desde la retirada unilateral de Modi del Tratado de Aguas del Indo (1960) a la revocación pakistaní del Acuerdo de Simla (1972), que establecía la voluntad de resolver las disputas a través de medios pacíficos y negociaciones bilaterales. El mundo no puede permitirse otro frente abierto, especialmente, con países poseedores de armamento nuclear y una larga historia de animosidad.