En vísperas de la gran ampliación de la UE en 2004, y en coincidencia con las divergencias de Europa y EEUU sobre el conflicto de Irak, algunos analistas y políticos con pocos pelos en la lengua, popularizaron la expresión “caballos de Troya”. Se referían, sobre todo, a países ex comunistas, de Europa Central y Oriental, acusados de ser un instrumento de Washington para “americanizar” a Europa. La gran aportación europea al mundo, el Estado del Bienestar, con su singular dimensión de la UE, se vería amenazado por un puñado de países convertidos al neoliberalismo, recientemente admitidos en la OTAN y dispuestos a difundir los valores del individualismo a modo de reacción extrema al colectivismo que les subyugó durante años. El paso del tiempo demostró que muchos de esos temores eran infundados. Los nuevos socios de la UE también descubrieron las ventajas del Estado del Bienestar y sus correspondientes fondos europeos, y de paso se dieron cuenta, sobre todo con la Administración Obama, que EEUU ya no tenía el mismo interés por el viejo continente que en la época, no de la guerra fría sino en la de la inmediata posguerra fría.
El paradigma más difundido de “caballo de Troya” americano era el de Polonia. Todavía hay quien recuerda la imagen del sheriff Kane, encarnado por Gary Cooper en High Noon, sobre los pasquines electorales de Solidaridad en las elecciones de 1989. Pero la Polonia de Donald Tusk, sin dejar de mantener una relación privilegiada con Washington, fue enseguida consciente de que el enfoque de su política exterior tenía mucho más que ver con su situación geopolítica entre Alemania y Rusia. Polonia sigue siendo uno de los países más europeístas de la Unión. Su destino, marcado por una historia trágica, está indisolublemente unido a los valores europeos, y otro tanto podría decirse de las tres repúblicas bálticas.
Con todo, los que se empeñan en ver caballos de Troya americanos en Europa tienen puesto su punto de mira en el TTIP (Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones entre EEUU y la UE). Caballos de Troya de cartón y madera han salido a las calles europeas en el pasado otoño y seguirán saliendo en esta primavera para transmitir los mensajes del movimiento antiglobalización: ¡No al TTIP!, ¡Soberanía de los pueblos! Siguen apuntando con el dedo al enemigo americano, y apenas tienen que mencionar como en otros tiempos a la OTAN, aunque con su populismo están contribuyendo a resucitar un nacionalismo que se creía extinguido en la historia de la integración europea. Lo más curioso que de tanto hacer profesión de fe de soberanismo, el populismo termina por aproximarse, al menos en el uso de los términos, a la “democracia soberana” de la Rusia actual.
Hay también quien percibe un “caballo de Troya” ruso en la Hungría del conservador Viktor Orban, aunque seguramente extiende este calificativo a la Chequia del socialista Bohuslav Sobotka, a la Eslovaquia del también socialista Robert Fico o a la Bulgaria del centro-derechista Boiko Borisov. Ninguno de estos políticos es proclive a las sanciones de la UE contra Rusia. Nadie podrá tacharles ahora de “caballos de Troya” americanos, aunque en su actitud parecen pesar razones más pragmáticas que ideológicas. Su dependencia energética de Rusia alcanza un nivel similar al de sus respectivos nacionalismos. Fuentes de energía, financiación y vínculos históricos-culturales tienen la fuerza suficiente para que algunos países ex comunistas miren a Moscú y se convierten en apasionados de la geopolítica tradicional, algo que se pensaba superado con la UE. Es de algún modo un cierto retorno a la política de equilibrio, porque, después de todo, como afirmara Viktor Orban: “Las estrategias de política exterior reposan exclusivamente en los intereses del pueblo húngaro, el Estado húngaro y la nación húngara”.
Sin embargo, hay un tercer “caballo de Troya” en el que pocos suelen reparar. Es el caballo europeo. La Rusia de Putin sí se dio cuenta del riesgo. Lo demostró desconfiando del Eastern Partnership, una iniciativa de Bruselas dirigida a Bielorrusia, Moldavia y Ucrania en 2009, si bien su oposición no fue tan radical como a la ampliación de la OTAN. Moscú receló de este soft power europeo y mostró luego abiertamente su irritación al vetar el acuerdo de asociación de la UE con Ucrania y al intentar acelerar los pasos hacia una Unión Euroasiática. El fomento de una auténtica economía de mercado, la democracia y la lucha contra la corrupción en territorios del antiguo espacio soviético suponen una amenaza geopolítica mucho más seria que la expansión de la Alianza. La UE es aquí el caballo de Troya para Moscú. De ahí que la propuesta bienintencionada de dotar a Ucrania de un estatus de neutralidad similar al de Austria, Finlandia y Suecia esté condenada al fracaso. Son países neutrales, pero a la vez pro-occidentales, algo que le está vetado a Ucrania.