Si podemos sacar una enseñanza del imparable movimiento de las calles de Túnez o Egipto y de otros países más tímidamente a día de hoy es que las sociedades árabes no son las sociedades apáticas y desconfiadas ante la democratización, reacias a la modernidad y sumidas en debates internos sobre su modo de ser musulmanes.
Hace ya dos décadas, con el Proceso de Barcelona, las sociedades mediterráneas fueron invitadas a organizarse, a entrar en diálogo y a comunicarse en un proyecto común de paz y búsqueda de la democracia. Fueron meses de gran actividad, construyendo redes, aprovechando sinergias… La paz en la región no ha llegado aún y los diálogos se han ido apagando no sólo por cansancio o falta de entusiasmo de los implicados sino por los oídos sordos de unos regímenes que, pasado el primer momento de control y cooptación de líderes y argumentos, se han hecho fuertes en sus palacios de gobierno y han reprimido las reivindicaciones.
Los regímenes árabes, gigantes con pies de barro y carentes de la legitimidad que sólo un estado de derecho proporciona, reforzados y rearmados gracias a la lucha global contra el terrorismo internacional, han asumido el papel de garantes de la calle y del orden público. Se han convertido en defensores de unas constituciones y unos sistemas electorales que reproducen ad nauseam caras y discursos. Alejados de las necesidades de sus poblaciones se han entregado a la complacencia. Han bloqueado los debates, cerrado sus posiciones ante las propuestas de política global europea y se han inmerso en procesos de corrupción.
¿Y qué tenemos ahora? Es la calle la que se ve invadida por tunecinos y egipcios de toda clase y condición, es la calle la que plantea las demandas. ¿Se trata quizás de un nuevo movimiento social, que genera una identidad nueva comprometida en el proceso, una identidad que no es nacionalista y que no se construye en torno a la religión, ni a la lengua?. El simbolismo del 6 de abril, la inmolación en público del joven tunecino, son gestos y momentos en los que explotan los deseos de una voluntad democrática y de participación.
No, lo que estamos viviendo ahora, más allá de las formas nuevas o recicladas en las que la calle acabará organizándose, ha de de ser entendido, siguiendo a O’Donnell y Schmitter como una sociedad civil compuesta de individuos que han tomado conciencia de que los gobernantes han venido actuando buscando sólo su propio beneficio, y que están ahora en condiciones de plantear demandas y de expresar sin ambages su disconformidad con el régimen. En movimiento. En transición.