En contra de lo que piensan quienes afirman que no corren buenos tiempos para la defensa antimisiles, existen motivos para pensar que tiene y tendrá una importancia creciente. Las declaraciones del ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, según el cual el acuerdo interino alcanzado entre el P5+1 e Irán eliminaba cualquier justificación que pudiera tener la OTAN para desarrollar su sistema antimisiles, fueron un tanto prematuras. Por otro lado, en los últimos tiempos se han producido dos acontecimientos que han alimentado el debate sobre el sistema de defensa antimisiles aliado del que forma parte la base naval de Rota: por un lado, la elección de China como proveedor de un sistema antimisiles a Turquía, y, por otro, el anuncio ruso de que desplegará misiles tácticos Iskander en su distrito militar occidental.
Creciente amenaza
La situación es algo más compleja de lo que sugieren algunos análisis apresurados. En primer lugar, no hay que olvidar que la defensa antimisiles de la OTAN no está dirigida contra un único país. Es más, la proliferación y la amenaza de los misiles balísticos ha crecido de forma exponencial en el últimos años (recordemos su utilización en Libia y en Siria). Éstos han crecido en número, en alcance, en sofisticación y en letalidad, y están en manos muy diversas. Algunos expertos hablan de hasta una treintena de países armados con ellos, algunos de los cuales podrían utilizarlos para intimidar a sus vecinos, extender su influencia y proteger a sus regímenes autoritarios. Pero lo que preocupa cada vez más es su posible utilización por parte de actores no estatales que podrían hacer uso de ellos para aterrorizar a poblaciones civiles, desbaratar negociaciones políticas, y minar la estabilidad regional.
De hecho, fue la constante revisión de la amenaza potencial que suponen los misiles balísticos lo que llevó a la OTAN en 2010 a acordar el desarrollo de un sistema antimisiles que pudiese proteger las poblaciones, los territorios y las tropas europeas. En base a sus propias evaluaciones, la Alianza diseñó un sistema lo suficientemente amplio como para dotarse de una defensa contra ataques limitados por parte de actores estatales y no estatales, y también lo suficientemente modesto como para que no desencadenara una carrera armamentística en la región. Se trata, por tanto, de un sistema limitado, no un paraguas que protege contra todo y en todo momento. Con un amplio abanico de capacidades, que combine sistemas territoriales y de teatro, la OTAN podrá al menos complicar los cálculos de potenciales adversarios y hacer que se lo piensen dos veces antes de actuar. Y en última instancia, si el sistema no lograse disuadir a potenciales agresores, podrá mitigar los efectos que tendría un ataque de estas características. En suma, la proliferación de misiles balísticos es un reto fundamental para la seguridad de este siglo XXI (y no sólo para la OTAN), y puede mitigarse en parte gracias a los grandes avances tecnológicos registrados en el campo de la defensa antimisiles.
No sólo es disuasión nuclear
En contra de lo suele afirmarse, la defensa antimisiles no está dirigida exclusivamente contra las armas nucleares. Estos sistemas no distinguen lo que hay dentro de la cabeza del misil, ya sean armas convencionales, químicas, biológicas o nucleares, y sólo tienen en cuenta si han sido lanzados desde corta, media o larga distancia. Evidentemente, los misiles balísticos representan un riesgo geopolítico cuyo alcance es difícil de precisar, pero que sin duda puede ser altamente desestabilizador. De ahí que sea necesario estar preparado para contrarrestar la amenaza de un misil sin conocer de antemano su naturaleza exacta.
El sistema de defensa antimisiles de la OTAN perpetúa la ambigüedad que supone el hecho de formar parte de la defensa y disuasión contra armas convencionales y no convencionales a un mismo tiempo. Esto no significa que la Alianza no sea consciente de la amenaza que representa esa peligrosa combinación de misiles balísticos y cabezas nucleares, amenaza que suele relacionarse con un estado muy concreto. Irán posee el arsenal más amplio de misiles superficie-superficie en Oriente Medio, estimado en más de 1.000 unidades, con un alcance que oscila entre los 150 y los 1.600 kilómetros, lo cual le permitiría alcanzar territorio turco. En los últimos años las fuerzas armadas iraníes han mejorado su precisión y los sistemas en general, que amenazan, según los expertos, a ciudades e infraestructuras clave de su área regional. Irán también ha testado, aunque no desplegado, misiles balísticos con un alcance de hasta 2.200 kilómetros, capaces por tanto de alcanzar objetivos situados en el sureste europeo. Y lo más importante: los misiles balísticos iraníes y su desarrollo no están incluidos dentro del diálogo entre el P5+1 y Teherán, y por lo tanto el desarrollo de misiles de medio y largo alcance sigue su curso, o al menos nadie lo ha frenado.
No obstante las negociaciones en curso sobre el programa nuclear iraní, Teherán mantiene cierta capacidad para enriquecer uranio y para ensamblar un arma nuclear en el futuro, aunque esté sujeto a ciertas restricciones y a la vigilancia del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Si EEUU y la OTAN frenaran el despliegue del sistema antimisiles, éstos tardarían más en volver a activarlo de lo que Irán requeriría para construir un arma atómica, en el caso de que quisiera revertir la actual situación bajo el acuerdo interino. Éste es el primer argumento para desestimar las declaraciones de Lavrov antes mencionadas que fueron, por lo tanto, un tanto prematuras, aunque cuadran perfectamente con la dialéctica rusa en relación a la defensa antimisiles aliada.
El sistema de la OTAN del que forman parte los buques estadounidenses que albergará la base de Rota no supone una amenaza para las armas estratégicas nucleares disuasorias rusas, y así será incluso cuando el sistema alcance la capacidad operativa completa. Basta con observar los tipos de interceptores contemplados, así como la cantidad y la localización de los varios elementos que lo componen para verificar que no está dirigida contra los ICMB (Inter-Continental Ballistic Missile) rusos, que son muy numerosos, sofisticados, y de muy largo alcance.
Rusia siempre se ha opuesto al desarrollo y despliegue de cualquier sistema de defensa antimisiles porque supuestamente altera el principio de disuasión nuclear, y porque nunca han dispuesto de las capacidades tecnológicas ni financieras para competir con estos programas. A pesar de que Moscú parece reconocer que los SM-3 desplegados por la OTAN en Europa no tienen capacidad alguna para contrarrestar los ICBM rusos, las negociaciones con la Alianza destinadas a definir una fórmula estable de cooperación en la defensa antimisiles no han tenido el resultado apetecible. No obstante, la oferta de la OTAN de seguir negociando para cooperar en este ámbito sigue en pie, ya que la Alianza considera que podría ser un game changer en sus relaciones con el vecino oriental.
En un esfuerzo por tranquilizar a Moscú, en marzo de 2013 se canceló la cuarta fase del EPAA (European Phased Adaptive Approach) –la contribución estadounidense a la defensa antimisiles de la OTAN, a través de la cual participa España– que proveería de una capacidad de defensa al territorio norteamericano contra misiles balísticos intercontinentales (Carlota García Encina, “La restructuración de la defensa antimisiles de Obama: ¿qué pasa con Rota?”, Comentario Elcano, nº 26/2013, Real Instituto Elcano). A pesar de ello, los rusos siguen arremetiendo contra el sistema antimisiles europeo. Ya en 2011, el entonces presidente Dmitry Medvedev anunció varias medidas contra él, tales como la activación de un radar de alerta temprana antimisiles en Kaliningrado, el fortalecimiento de las defensas aéreas y espaciales para proteger sus armas nucleares estratégicas y la posibilidad de desplegar modernos sistemas de armas en el oeste y el sur del país, que podrían incluir la instalación en Kaliningrado de misiles Iskander. Estas amenazas se han vuelto a repetir tres años después, y aunque algunos medios rusos afirman que Moscú desplegará los Iskander a lo largo de 2014 no hay nada seguro. Simplemente forman parte del tira y afloja entre Rusia, la OTAN y EEUU sobre el escudo antimisiles en Europa.
Todos quieren un sistema antimisiles
En los últimos tiempos, la defensa antimisiles ha evolucionado notablemente en cuanto a tecnología y niveles de protección se refiere. Ha emergido además como una labor multilateral –en parte por su elevado coste– y existe una clara tendencia a integrar sistemas entre varias regiones del planeta.
Cuando Barack Obama decidió modificar la arquitectura de la defensa antimisiles estadounidense en 2009, ideó una estructura que pudiera dar protección a su territorio pero también al área europea, tanto al personal civil y militar estadounidense como a la población y territorios de los aliados. Nació así el mencionado EPAA del que forma parte Rota, en el que además destacaba la intención de Washington de que fuera multinacional y se integrara en la OTAN, y así se hizo. La filosofía y los principios que inspiraron la creación del EPAA están siendo aplicados por EEUU en otras regiones, como Asia-Pacífico y el Golfo Pérsico.
Así pues, desde 2012 existe un foro de cooperación entre EEUU y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), donde se desarrolla la colaboración y la interoperabilidad de las distintas arquitecturas antimisiles. En Asia-Pacífico también se ha reforzado la cooperación en este ámbito, sobre todo con Japón y Corea el Sur, y también se trabaja de forma conjunta en el desarrollo de los interceptores SM-3, que son los que integran también el EPAA. Cuando Rusia arremete contra el sistema OTAN, en realidad lo están haciendo contra la incertidumbre que les provoca esta arquitectura global del sistema antimisiles auspiciado por EEUU, que va mucho más allá de dar cobertura al territorio norteamericano y que Washington ha convertido en una labor multilateral de la que no forman parte los rusos.
La OTAN, por su parte, en su proceso de adquirir una defensa antimisiles aliada ha abierto la puerta a terceros países, principalmente de Oriente Medio, para que puedan colaborar en este ámbito, aunque a día de hoy no existe ningún compromiso formal en este sentido. Detrás de esta oferta hay una necesidad de una mayor participación –estos sistemas son demasiado complejos y costosos como para que unos pocos lo saquen adelante– que no ha sido cubierta por todos los aliados. Aparte de EEUU –que aporta el EPAA, y a través del cual contribuyen España, Rumanía y Polonia– otras contribuciones nacionales corresponden a Alemania, Francia y los Países Bajos. Pero Bruselas sigue esperando un mayor compromiso por parte de unos aliados que reducen peligrosamente sus presupuestos de defensa nacionales.
No obstante la tendencia a construir y compartir sistemas de defensa antimisiles entre varios países, hay algunos que buscan contar con una capacidad independiente en este campo. Es el caso de Turquía, que desde 1997 ha perseguido este objetivo de forma prioritaria, y que así refleja en su Libro Blanco del año 2000. Ankara busca la adquisición pero también la coproducción de estos sistemas, para convertirse un día en exportador de dicha tecnología.
En 2007 Turquía sacó una licitación para adquirir un sistema de defensa antimisiles de largo alcance, licitación que modificó en 2013 para incluir un acuerdo de coproducción. China es, por ahora, la reciente adjudicataria frente a otros dos competidores, uno estadounidense y otro europeo, lo que ha causado un gran revuelo en la OTAN. China ha ofrecido a Turquía un sistema más barato, es más generosa en el tema de la coproducción y transferencia de tecnología y ha prometido una pronta entrega, prevista para 2017. El consorcio estadounidense que concursaba no pudo competir en términos de coproducción y sobre todo de transferencia de tecnología, mientras que el grupo italo-francés no podía competir en precio con los chinos. Pero dado el revuelo que se ha formado, aún es posible que haya marcha atrás.
Los militares turcos se decantan más por los Patriot estadounidenses y los expertos en la materia subrayan que el sistema chino no está lo suficientemente testado. Pero el principal motivo que podría modificar la elección turca es la incompatibilidad del sistema chino con el sistema de OTAN, del que además Turquía es una pieza fundamental por participar en él a través del EPAA –como España– alojando un radar AN/TPY-2. La Alianza ha afirmado que no pagará el coste que supondría compatibilizar ambos sistemas, mientras que EEUU ve con cierto peligro el hecho de que China se convierta en un suministrador importante de este tipo de tecnología. Pero detrás de este pequeño embrollo turco, no hay que olvidar que el país está en primera línea de la creciente amenaza de los misiles balísticos y que en noviembre de 2012 la OTAN tuvo que desplegar –por tercera vez– misiles Patriot en suelo turco cerca de su frontera con Siria.
El futuro
La mejor noticia para el sistema antimisiles que se despliega en Europa se produjo a finales de diciembre de 2013, cuando el presidente de EEUU, Barack Obama, firmó la Ley de Autorización de Defensa Nacional. Esta permite aumentar el gasto federal destinado a la defensa antimisiles de 358 millones de dólares a 9.500 millones, y una parte de esta cantidad se destinará al EPAA y a la mejora de las variantes del SM-3. Y todo ello a pesar de los grandes recortes que está sufriendo el Pentágono, lo que da cuenta de la importancia que se otorga en Washington a la amenaza de los misiles balísticos y a la necesidad de luchar contra su proliferación. La Casa Blanca, en suma, ha mantenido su compromiso y su contribución a la defensa antimisiles de la OTAN, una política que sostiene sin cambios y en la que existe un fuerte consenso entre republicanos y demócratas en el Congreso, algo no tan frecuente en los tiempos que corren.
Mientras tanto, Rota se prepara para acoger en breve a las cuatro naves de la clase Arleigh Burke que se desplazarán para formar parte de la defensa antimisiles en Europa: el USS Donald Cook (DDG 75), que ya está amarrado en la base gaditana, el USS Ross (DDG 71), el USS Porter (DDG 78) y el USS Carney (DDG 64), cuya llegada está prevista para el 2015. Estos destructores multi-misión ejecutarán una amplia gama de tareas –operaciones de seguridad marítima, ejercicios bilaterales y multilaterales– encaminadas todas ellas a mejorar la seguridad del teatro europeo. No hay olvidar que Rota es crítica para operaciones navales y aéreas en la zona, mucho más allá de la defensa antimisiles. Por otro lado, en septiembre de 2013 la empresa pública española Navantia anunció la firma de un contrato con la Armada de EEUU para el mantenimiento de los cuatro destructores, con los beneficios que ello conlleva. En suma, la llegada del USS Donald Cook a Rota supone un avance más en la seguridad europea y también en la cooperación transatlántica. La OTAN continuará trabajando para obtener la capacidad operativa plena de su sistema y para disponer de unas capacidades creíbles frente a la amenaza creciente de los misiles balísticos.