El Brexit, y la elección de Trump, han mutado, y de virus divisivo –que parecía provocar un contagio– se han transformado en una suerte de vacuna para la UE y sus Estados miembros. Pero no por un tiempo ilimitado. Tras las elecciones francesas y la victoria de Emmanuel Macron y de su partido –y la previsible de Angela Merkel o de Martin Schulz en Alemania en septiembre– la UE dispone de cuatro años para poner su casa en orden, y relanzarse respondiendo a las preocupaciones de sus ciudadanos. El Brexit y Trump han servido de acicate para detener diversos populismos eurófobos, pero si los gobiernos de los Estados miembros y las instituciones de la Unión no responden a las preocupaciones (económicas, culturales y vitales) de los ciudadanos, a su creciente sentido de inseguridad, los populismos volverán a ganar fuerza.
De Gaulle habló en su día de EEUU como “federador externo”. El actual presidente de EEUU puede hacerlo desde una dimensión negativa, como catalizador, ante la pérdida del padre o del hermano mayor, de nuevos pasos en la integración europea. Con un poco de ayuda de Putin, gracias a su presión sobre las fronteras orientales de la UE/OTAN.
“Nuestro optimismo debe aún ser sumamente cauto”, declaró en Bruselas ante la reunión el jueves pasado del Consejo Europeo su presidente Donald Tusk. “Pero tenemos buenas razones para hablar de él”, añadió citando la recuperación económica, entre otros factores.
Los 27 han reaccionado unidos frente al Brexit y unas negociaciones que finalmente han empezado con un gobierno británico debilitado tras las elecciones que convocó Theresa May. La Comisión Europea ha aprovechado este tiempo muerto para presentar interesantes documentos de reflexión sobre toda una panoplia de temas, desde el futuro de la UE a la globalización, la Europa social, la Unión Económica y Monetaria o una unión de seguridad y defensa. Es, en el fondo, la reactivación de la idea siempre prometida pero nunca materializada de una Unión Política. Hay, sin embargo, división de opiniones al respecto entre los 27, en una Unión en la que el par franco-alemán sigue siendo indispensable, pero ya no suficiente. Es otra Europa en la que los otros cuentan más.
Pero París-Berlín es central. La iniciativa la tiene Macron, con propuestas decididas. Ahora bien, el poder decisivo lo sigue teniendo Alemania, y ¿cuánto está dispuesto Berlín a pagar por Macron? De momento, Merkel se ha abierto a la idea de un presupuesto y un ministro de Finanzas para la Eurozona, pero aún no a los eurobonos. La cuestión central es ver si Berlín cederá a la hora de flexibilizar la austeridad o su doble déficit –el comercial y el presupuestario–, gastando más, subiendo los salarios y aceptando cambiar algunas reglas del juego. Una sociedad alemana envejecida, preocupada por sus fondos de pensiones, augura poco margen de maniobra. Pero la respuesta, ya sea de Merkel o de Schulz (o de ambos juntos), no dependerá sólo de Alemania sino de la credibilidad que gane Macron con unas reformas internas en Francia que se han demorado durante demasiado tiempo. Si el nuevo presidente francés logra insuflar un nuevo dinamismo en Francia, Alemania podría flexibilizar su situación. Macron necesita también que Alemania colabore. Si Alemania no lo hace, podría fracasar como han fracasado antes que él Nicolas Sarkozy y François Hollande. En todo esto, a España, que tiene la oportunidad de volver a influir, le conviene que Macron tenga éxito y que Alemania se vuelva hacia él. Hay cuatro años: el tiempo de una legislatura alemana (más, quizá, un año más de mandato de Macron).
Si éste fracasa, y si en general la UE no logra parar el gran desacoplamiento –que la economía general crezca, pues crece y genera empleo, pero que una parte importante de las sociedades no se beneficien suficientemente de ello– regresarán los populismos. Pues en los Países Bajos, Austria y Francia, de momento (¿e Italia?) se ha conseguido evitar la victoria de populismos de uno u otro signo, pero éstos han crecido, se han normalizado, banalizado, y se han integrado en el paisaje político. Y estarán ahí si en estos cuatro/cinco años la UE y sus Estados miembros gobernados desde un nuevo centro, no responden.
El discurso está girando. Incluso el Reino Unido parece estar separándose de un Brexit “duro” a favor de uno más “suave” que garantice unas estrechas relaciones con la UE. Quizá por ello, en su discurso del Trono, sobre el programa del gobierno, la reina Isabel II luciera un vestido y un sombrero de unos colores tan europeos. Pese a algunos graves problemas (inmigración, democracia y Estado de Derecho) en el Este, Europa parece haberle perdido miedo al futuro, aunque no haya aún un consenso sobre cómo debe ser ese provenir. Los próximos años, llenos de dificultades, serán decisivos. Está por ver. ¿Habrá que acabar diciendo “¡Bendito Brexit!”, “¡Bendito Trump!”?