Estamos a 28 de marzo de 2019. Queda un día para que se cumplan los dos años marcados por el Tratado para la salida del Reino Unido de la UE, desde que el 29 de marzo de 2017 la primera ministra británica, Theresa May, apretara con su carta el botón del famoso artículo 50 para salir de la UE. La negociación ha resultado no sólo más dura sino aún más compleja de lo esperado, y eso que se anunciaba complejísima cuando se abrió. Ha habido varios momentos de tensión que han requerido reuniones al más alto nivel, entre los 27, y con May. Los líderes de los 27 decidirán hoy por unanimidad una prórroga por seis meses más, que se puede ampliar. Nadie quiere una ruptura a las bravas. Mejor darse más tiempo y los tratados lo permiten.
El calendario aprieta. De hecho, no la salida en sí pero sí sus términos requerirán la ratificación no sólo de Londres sino de los 27 y del Parlamento Europeo, sin excluir algún referéndum (por ejemplo, en los Países Bajos). Todo esto le plantea peligros políticos a May pues el año que viene, como muy tarde en mayo de 2020, tiene elecciones generales, y quiere acudir a ellas con la cuestión cerrada.
Sin embargo, ya ha quedado claro que el drama del Brexit, si es que concluye, tendrá, como previó Denis Mcshane, ex ministro laborista de Asuntos Europeos, varios actos, y varios ritmos. Habrá varios Brexits. Una cosa será la salida política del Reino Unido de las instituciones, y otra, por ejemplo, un acuerdo comercial con el resto de la UE que puede tardar varios años en concretarse, más allá de los períodos transitorios que se planteen en diversos sectores. De hecho, es probable que las negociaciones más duras –no ya la salida sino el nuevo encaje del Reino Unido con una UE a la que ya no pertenecerá– empiecen cuando se cierre la salida, aunque desde el principio quedara claro que el país no iba a quedarse ni en el Mercado Único (rechazando la libre circulación de capitales, bienes y servicios), ni en la libre circulación de personas ni bajo la jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia. Lo que defina esa nueva relación con un nuevo marco institucional en todas las materias, incluyendo la crucial de la seguridad, será a la larga más definitorio para el país y para la propia UE que el Brexit en sí. Ya lo sabían los duros negociadores de una y otra parte: estaban negociando a la vez el presente y el futuro, y este resulta el más complejo de definir.
Con ser complejos, los problemas, sin embargo, no son sólo externos para May y su equipo. Los internos se le acumulan también a la premier británica, pese a su mayoría en la Cámara de los Comunes, que espera revalidar en las próximas elecciones ante la debilidad de los laboristas. Pero teme ser en exceso prisionera de los partidarios a cualquier precio del Brexit en su propio partido, a pesar de que el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) esté en descenso. No acaba de desaparecer, como vigía del proceso. El Parlamento de Westminster tendrá la última palabra, a no ser que logre prender el movimiento a favor de un nuevo referéndum sobre el resultado de las negociaciones de divorcio con la UE, opción que impulsan John Major y Tony Blair, dos ex primeros ministros, conservador el uno, laborista el otro. Pero por lo señalado anteriormente, no está claro el momento adecuado para un nuevo referéndum. Tampoco estas voces se articulan a través de ningún partido, salvo el Liberal-Demócrata frenado por el sistema electoral, dado que los laboristas siguen a la deriva sobre este y otros temas.
Las encuestas, y la anticipación de resultados de las elecciones europeas de este mes de mayo, marcan un grave retroceso de los conservadores en una Escocia donde ha prendido la idea de un segundo referéndum de independencia para romper con el Reino Unido y permanecer –o más correctamente, volver a entrar– en la UE. Entre los 27 no se quiere que Escocia se independice, por el efecto contagio que pudiera tener en otros países, pero tampoco se desea ceder demasiado a Londres como para hacer que el Brexit no le resulte costoso a los británicos, dado que el resto de los europeos va a tener que pagar un precio.
También en Irlanda del Norte soplan vientos para evitar poner en peligro una paz que tardó 75 años en conseguirse, y lograr –si no se consigue mantener una necesaria dimensión europea para esta paz– una cierta reunificación con la República, y evitar así salir de la UE. Los unionistas, aún mayoría, rechazan romper con Inglaterra, si bien saben que a la larga tienen a la demografía en su contra.
Y así llevamos dos años. Mientras, la evolución de la UE no ha quedado en suspenso, aunque sí distraída por estos esfuerzos. Pero esa es otra historia.