Abundan los estudios sobre el crecimiento de la desinformación –de diversos orígenes– y de las noticias falsas, las fake news, a través de las redes sociales y otros sistemas de transmisión. Pero no tantos sobre su impacto real. Y este puede ser menor que el que se supone. Al final los bots rusos, chinos u otros pueden generar mucha injerencia e interferencia, pero poca influencia política real. Su efectividad puede ser más baja de lo que se suele pensar.
No significa que sean inocuos. Por ejemplo, el bulo que corrió sobre la causa en la expansión del coronavirus del desarrollo de la tecnología 5G de comunicación de móviles ha llevado a la destrucción violenta de antenas en algunos lugares de Irlanda, el Reino Unido, los Países Bajos, Alemania y Chipre. Y aunque en parte la idea pudo haber sido fomentada desde EEUU, una reciente encuesta del Centro Pew refleja que un 30% de los estadounidenses –mayoritariamente jóvenes– cree que el virus se desarrolló en un laboratorio (en un lugar u otro) a pesar de la falta de evidencias para sustentar esa tesis. En Europa, también pero menos. Todo es parte de la batalla en curso por el control del relato. Más aún cuando este año está de nuevo en juego la presidencia del país aún más poderoso del mundo.
En la campaña presidencial de 2016 en EEUU, la injerencia desde fuentes rusas –en beneficio de Donald Trump, denigrando a Hillary Clinton– fue manifiesta a varios niveles, y se teme que pueda volver a repetirse una operación así en este crucial 2020. Robar información de los cuarteles generales del Partido Demócrata, utilizarla y difundir noticias falsas es una cosa. Sin embargo, ¿cuál es el nivel real, la efectividad, de esta supuesta incidencia? Un importante estudio de Christopher A. Bail et al. sobre el impacto de la Agencia de Investigación de Internet de Rusia (IRA) en las actitudes y comportamientos políticos de los usuarios de Twitter en EEUU llega a la conclusión de que fue mínimo, al menos en términos de mayor polarización. Ello a pesar de que los usuarios de esta red social suelen vivir encerrados en “cámaras de eco” (o de resonancia) y tienen un elevado interés en la política. La IRA es muy activa. Sólo en 2016 produjo más de 57.000 publicaciones en Twitter, 2.400 en Facebook y 2.600 en Instagram. El citado estudio se basa en 1.239 usuarios de Twitter, republicanos y demócratas, a finales de 2017, unidos a datos no públicos de la IRA. De hecho, sólo un 11,3% de los participantes en la experiencia interactuó directamente con los bots rusos. No obstante, las conclusiones dejan abiertas cuestiones importantes sobre el impacto de la campaña rusa de desinformación y manipulación. Pero esta aproximación representa un primer estudio relevante sobre este problema.
Un anterior famoso estudio publicado en 2018 por la revista Science, que analizó 126.000 historias en inglés, tuiteadas por tres millones de usuarios, a lo largo de más de 10 años, concluyó que “la verdad simplemente no puede competir con el engaño y el rumor”. O como lo presentó The Atlantic, que “las falsedades casi siempre superan la verdad en Twitter, penetrando más rápida y profundamente en la red social que la información precisa”. Sin embargo, otro estudio reciente concluye que los sitios web de noticias falsas pueden no tener un efecto importante en las elecciones. En 2016, un 44% de los votantes, en su mayoría de derechas, vieron al menos una de estas páginas web. No obstante, esos votantes también accedieron a muchas noticias legítimas por Internet.
Ahora bien, si estos estudios son correctos, no solo los bots no parecen importar mucho cuando se mide bien, sino que las noticias falsas, definidas de un modo general como “información deliberadamente falsa o engañosa que se hace pasar por noticias legítimas”, tampoco. Otro estudio de Duncan Watts et al. también apunta en esa dirección, para empezar porque, al menos en el ecosistema informativo de EEUU, en términos de las noticias, la televisión domina sobre otros medios de comunicación incluyendo las redes sociales. Las noticias falsas comprenden sólo alrededor del 1% del consumo general de noticias y el 0,15% de la dieta diaria de los estadounidenses en los medios de comunicación. E incluso así, las noticias en sí ocupan una pequeña fracción del consumo de medios, al menos en EEUU. Los consumidores buscan otras cosas en ellos.
En todo caso, el asunto de la infodemia y su penetración revela una gran inseguridad occidental. No parece haber el mismo temor a la inversa en Rusia, ni en China, que está en la curva de aprendizaje en este terreno de la desinformación y las operaciones de influencia, como apunta la experta checa Ivana Karásková. Claro que EEUU cuenta con un presidente que se ha situado como desinformador en jefe.