A principios del 2020 la entonces senadora por California, Kamala Harris –y primera mujer en convertirse en fiscal general de California en 2011– disputaba la nominación por la candidatura demócrata a la presidencia de EEUU. En uno de los debates entre los candidatos, lanzó un potente ataque contra Joe Biden sobre el tema racial, y muchos pensaron entonces que había infligido un serio golpe al veterano político. Pocos meses después, la campaña de Harris llegaba a su fin y era Biden quien la volvería a poner en el foco de la atención nombrándola más adelante como su vicepresidenta. Biden anunció el ticket en medio de las protestas raciales en EEUU y su identidad racial fue inmediatamente tema de conversación. El 19 de noviembre de 2021, durante una hora y 25 minutos, Kamala Harris se convirtió en la primera mujer en asumir la presidencia de EEUU, mientras el presidente estaba en una revisión médica rutinaria.
Nacida en California, de madre india y padre jamaicano, creció en la cultura afroamericana y como orgullosa mujer negra, tal y como afirma en su autobiografía The Truths We Hold. De hecho, su auto-identificación como afroamericana ha sido cuestionada en varias ocasiones, algo que ella no ha dudado en zanjar con contundencia: “I am who I am”, definiéndose simplemente como “americana”. Harris, además, se mueve entre la fina línea que separa las alas progresista y moderada del Partido Demócrata, no siendo lo suficientemente progresista para unos, considerada moderada pragmática por otros, y radical para la Fox.
Pero los motivos por los que durante las últimas semanas Harris ha copado los titulares de los periódicos estos días son otros, haciéndose eco de un viaje por Europa durante el cual limó asperezas con Emmanuel Macron tras el acuerdo AUKUS, asistió a una conferencia internacional sobre Libia, y habló en el Paris Peace Forum. Uno de los motivos que hace que los viajes al extranjero sean atractivos para los vicepresidentes es que les presenta como líderes en la escena mundial, les eleva. Y para alguien que ha pasado la mayor parte de su carrera en la política doméstica ha sido una oportunidad para comenzar a construir una trayectoria en política exterior, quizás porque en un futuro la necesite si quiere presentarse como candidata a la presidencia.
Había, además, mucha curiosidad por parte de otros líderes mundiales acerca de esta mujer prácticamente desconocida en Europa, la mujer que ostenta el cargo más alto en EEUU, aunque quizás la más poderosa sea Nancy Pelosi. Pero Harris parece no sentir el poder de su puesto.
La presidencia de Biden empezó con buen pie y siguió hasta verano. La variante Delta, la salida de Afganistán, la crisis migratoria en la frontera, la creciente inflación y los cuellos de botella en las cadenas de suministro han desplomado los índices de popularidad del presidente hasta el 43%, y el de su vicepresidenta hasta el 28%. Y mientras, algunas informaciones hablan estos días de una relación algo tensa entre ellos. Ella siente que no ha tenido el apoyo de la Casa Blanca ante las críticas que ha sufrido por parte de la derecha, y además le han puesto límites políticos. Ser la primera mujer y la primera mujer de color en ese puesto es histórico, pero también conlleva un escrutinio desmesurado y no se perdonan ni siquiera los pequeños errores, como ella suele señalar. Por otro lado, es la primera vicepresidenta en décadas que llega al cargo con menos experiencia en Washington que el presidente. De hecho, es el presidente el que dirige las negociaciones en el Congreso para sacar adelante los planes de infraestructuras, precisamente el papel que le dio Obama a él como vicepresidente, negociar con los congresistas.
Sus partidarios afirman que es una líder a la que no ponen en posiciones de liderazgo, lo que no tendría sentido si el partido está pensando en el largo plazo. Desde luego la Casa Blanca no la ha ayudado, dándole tareas extremadamente difíciles como el tema de derecho al voto y las leyes electorales y en el tema migratorio, por lo que no debería sorprender la falta de progreso, al ser temas prácticamente intratables con el reparto actual de escaños en las cámaras.
Para otros, sin embargo, Harris está rindiendo por debajo de sus predecesores y de las altas expectativas que los demócratas pusieron en ella, además de una patente disfuncionalidad en su oficina. A ello se suma un rumor típicamente extravagante en Washington que señala que Biden podría destituir a Harris como vicepresidenta, nombrándola para el tribunal supremo, o su rivalidad con Pete Buttigieg de cara al 2024.
Todos estos rumores e informaciones llevaron a la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, a tuitear un mensaje de unidad: “la vicepresidenta no sólo es un socio vital del presidente de EEUU, sino un líder audaz que ha asumido los retos clave e importantes a los que se enfrenta el país, desde el derecho al voto hasta abordar las causas profundas de la migración o ampliar la banda ancha”. Es significativo que la Casa Blanca tuviera necesidad de enviar un mensaje a través de las redes para decir que su trabajo es importante.
Kamala Harris ya se ha asegurado su lugar en la historia. Pero todas esas expectativas al ser elegida quizás fueron demasiado altas. Porque si fracasa, no fracasa solo Kamala Harris, sino la primera mujer en ser vicepresidenta. Además, los rumores sobre la posibilidad de que esté en la corta lista de los posibles sucesores hacen que se espere de ella un comportamiento presidencialista. Pero el propio cargo no ayuda a ello, porque es un puesto secundario en el que tiene que dar cobertura al presidente, apretar los dientes y ser leal.
¿Podrá Harris dar un giro y ganar la nominación demócrata de 2024 si Biden no se presenta? Desde luego algunos ya han salido a por ella y todo apunta a que serán implacables.