Escuchar “La Marsellesa” cantada por los espectadores en el estadio de Wembley con ocasión del partido Inglaterra-Francia resultó emocionante. Que se reunieran los ministros de Defensa de los 28 para activar por vez primera y por unanimidad el artículo 42.7 del Tratado de la UE, el que se refiere a la asistencia mutua, ha sido también un hito. Pero de palabras más que de hechos. La forma de esta asistencia se definirá bilateralmente, no desde la Unión Europea. Por detrás persisten diversas concepciones de Europa.
Recordemos que el citado artículo señala que
“si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance”.
Francia, en su concepción de estar en guerra contra el Estado Islámico (Daesh), y lo está desde hace meses, ha preferido acudir a esta disposición que al artículo 222 del Tratado de Funcionamiento de la UE (¡qué nombre más horrible!) que se refiere específicamente a la ayuda militar u otra “en el territorio del Estado miembro” tras un ataque terrorista o un desastre natural. Es decir, no a una acción en el escenario internacional.
En la UE, donde hay países neutrales, se trata de asistencia más que de defensa mutua. La OTAN en su artículo 5 proclama que “un ataque armado” contra uno o varios de los Estados parte, “acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellos” (aunque no implica ningún automatismo en la respuesta y sólo se ha activado una vez tras el 11-S). Este concepto, propio de una alianza militar, de que un ataque contra uno es un ataque contra todos, no aparecía en el artículo 5 de la Unión Europea Occidental (UEO, disuelta en 2010 con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa que incorpora algunas de sus disposiciones). Sus miembros sí se comprometieron, ante una “agresión armada” contra uno de ellos, a prestarle “ayuda y asistencia por todos los medios a su alcance, tanto militares como de otra índole”, compromiso que se incorporó a ese 42.7 del Tratado de Lisboa.
Francia ha pedido asistencia, ya sea para intervenir directamente contra Daesh en Siria o Irak (sólo el Reino Unido y Dinamarca hasta ahora parecen dispuestos a ello), para remplazar a tropas francesas en el Sahel y otros lugares del África Subsahariana, en especial Mali y la República Centroafricana (Alemania, e Irlanda muestran su disposición a este respecto; España, en período electoral, está estudiando su oferta). Pero esa asistencia, según explicó la alta representante para la Política Exterior y de Seguridad, Federica Mogherini, no se planificará a nivel de la UE, sino bilateralmente con París, muy dado a esta bilateralidad. Es decir que, al menos de momento, no implicará una operación o misión de Política Común de Seguridad y Defensa la UE. La Unión, ha explicado Mogherini, puede facilitarla y coordinarla “siempre que sea útil y necesario”. Puede que acabe siéndolo (como otras operaciones francesas, por ejemplo en Mali, que empiezan de forma unilateral y acaban bajo un manto europeo), pero el paso dado por París, de haberse articulado mejor, podría haber supuesto un avance importante para el objetivo de una política de defensa común, de la que, sin embargo, muchos Estados miembros recelan.
Francia ha preferido invocar la cláusula europea que la de la OTAN pues, como han explicado sus diplomáticos, esta dificultaría la participación de Rusia (y de Turquía) en esa nueva coalición internacional contra el Estado Islámico que está impulsando François Hollande. En el Consejo de Seguridad de la ONU, también ha logrado aprobar por unanimidad una resolución según la cual todos los miembros tomarán las “medidas necesarias” para acabar con Daesh. Ha evitado hacerlo bajo el capítulo 7 (“uso de la fuerza”) de la Carta de Naciones Unidas, para conseguir el apoyo de Rusia y China. Es decir, que Francia ha mantenido a raya, de momento, a la UE, a la OTAN y a la ONU como tales. Francia está impulsando un nuevo tipo de eje contra Daesh, eje con profundas raíces históricas.
Tras Londres, y además de Berlín, Hollande viaja a Washington para hablar con Barack Obama y a Moscú para coordinarse con Vladimir Putin. Y este renacer de Putin y de Rusia, y algunos llamamientos a la normalización de las relaciones entre la UE y Moscú desde la Comisión Europea, ponen los pelos de punta a muchos gobiernos de Europa Oriental, a comenzar por los bálticos y polacos, temerosos del vecino y que no quieren que lo de Ucrania se olvide. Tampoco, pese a su acercamiento táctico, será fácil superar las distancias entre Moscú y Washington. Y sin EEUU, los europeos pueden poco.
Ni siquiera los de la UE están de acuerdo en cómo calificar lo que está pasando. Así, Stefan Löfvén, primer ministro de Suecia, país que estos días está llevando a cabo operaciones antiterroristas en su propio territorio, ha afirmado que “no estamos en guerra” pero “estaremos con Francia y la UE”.
La inteligencia preventiva ha fallado. La propia Mogherini ha tenido que deplorar las resistencias de los Estados miembros a compartir información e inteligencia en la lucha antiterrorista. Hay coordinación, pero insuficiente. La inteligencia más profunda no se comparte a 28, sino entre los más grandes, entre ellos España. Uno de los más destacados europeístas, Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga y hoy presidente del grupo de los liberales en el Parlamento Europeo, ha pedido la creación de una agencia europea de inteligencia y de un cuerpo europeo de fronteras y otro de guardacostas.
Los ministros de Interior de la UE pretenden ahora impulsar más cooperación en inteligencia e intercambio de datos y que Europol lance en enero el Centro Europeo de Antiterrorismo, además de nuevas medidas de refuerzo de las fronteras exteriores, sobre todo de la zona Schengen de libre circulación, o el famoso PNR (registro de nombres de pasajeros) que lleva meses discutiéndose. Es decir, que hay más avances integrados en el terreno policial que militar.
Se han cuestionado los fallos de inteligencia de Francia y de Bélgica, respecto a sospechosos localizados cuyas pistas en sus viajes a Siria y de vuelta a menudo se han perdido, como pasó con el supuesto cerebro de los atentados de París, Abdelhabid Abbaaoud. En el fondo, mucho más complicado es el caso de uno de los asesinos suicidas de la sala Bataclan, Samy Amimour, pues responde a un nuevo patrón: de una familia argelina laica y con un empleo decente como conductor de autobús. A lo que hay que añadir unas armas que se sospecha, por la profusión de fusiles Kaláshnikov, que provienen del mercado negro de los Balcanes o de los restos de Libia.
Pese a la solidaridad verbal, y veremos si práctica, las divisiones entre Estados europeos responden también a divisiones en sus sociedades. A comenzar por la propia Francia donde, aunque el apoyo a las medidas propuestas por el Ejecutivo ha sido muy amplio, la derecha abucheó al primer ministro socialista, Manuel Valls, en el Parlamento, por los supuestos fallos de seguridad ante los atentados del 13 de noviembre, y Marine Le Pen ha pedido la dimisión del gobierno en pleno estado de emergencia. Ello a pesar de que el actual gobierno ha rectificado los recortes en medios y efectivos de la policía que introdujo Sarkozy.
En el Reino Unido, para frustración de algunos de sus diputados laboristas, su jefe de filas, Jeremy Corbyn, ha rechazado por adelantado su beneplácito a la demanda del primer ministro David Cameron de autorización del Parlamento para el uso de la fuerza contra Daesh en Siria (sí lo hace en Irak), aunque el Partido Conservador dispone de mayoría absoluta. Eso sí, el premier británico, en su visión de Europa, insiste en que la seguridad debe permanecer en manos nacionales. Y en el este de la UE, como ya hemos explicado, varios gobiernos han aprovechado el discurso de la seguridad tras los atentados de París para cerrar aún más sus fronteras a los refugiados de Siria.
Esta hubiera sido una buena oportunidad para impulsar una política europea de defensa ante una amenaza común. Pero esta crisis le ha pillado a Europa en mal estado y dividida por múltiples ejes. No hay una visión común o un liderazgo para transformar suficientemente la reacción ante estos ataques del nuevo yihadismo en un nuevo paso en la integración europea que sería necesario.