En junio de 2013, cuando ya existían indicios suficientes del empleo de armas químicas en la guerra civil siria y se comenzó a especular sobre un ataque de advertencia o de castigo contra el régimen sirio, advertimos de la importancia que tendría la opinión pública en la decisión final. Como han aprendido en carne propia el primer ministro británico, David Cameron, y están aprendiendo ahora los presidentes François Hollande y Barack Obama, ya no se pueden poner en marcha intervenciones militares que no cuenten con un apoyo político y social suficiente. Ninguno de los tres ha sabido articular un relato convincente del desarrollo y resultados de una acción armada que convenciera a sus electores. No han sabido narrar cuál sería el alcance concreto del ataque ni qué pasaría tras él porque sus asesores de seguridad y sus estados mayores saben muy bien que, incluso una acción militar “limitada” puede acabar produciendo efectos no deseados. No han sabido construir una situación feliz tras el ataque armado que compensara los riesgos corridos. Lanzándose “a la piscina” sin un relato convincente, se han encontrado esta vez con unos electores renuentes a apoyar otra acción militar en la que no ven qué tienen que ganar y temen verse envueltos en otro conflicto prolongado de los que quieren olvidarse.
Quienes decían que no existía otra salida que la militar, creyeron que las evidencias bastarían para persuadir a sus poblaciones y aliados de respaldarles en el ataque, fiándose de ellos y sin tener en cuenta el clima de desconfianza acumulado sobre la legalidad y utilidad de intervenciones anteriores. Tanto las encuestas periódicas previas al ataque como las realizadas posteriormente muestran un rechazo generalizado a una intervención armada en Siria, incluso aunque el régimen sirio haya empleado las armas químicas a gran escala. Si la encuesta de junio de 2012 del German Marshall Fund, Transatlantic Trends, revelaba cansancio y desconfianza respecto a las últimas grandes misiones internacionales y la mayoría de los encuestados (59% de los europeos y 55% de los estadounidenses) era partidaria de permanecer “completamente” al margen de la guerra siria. En el anticipo de la encuesta en septiembre de 2013, la oposición continúa incrementándose (72% de los europeos y 62% de los estadounidenses).
Entre las encuestas más recientes, como la de septiembre de 2013 del diario Le Figaro mostraba que el porcentaje de encuestados bastante o muy favorables a una intervención internacional en Siria había bajado del 52% en agosto de 2012 al 36% en septiembre de 2013 (quienes se oponen a la intervención han pasado del 48% al 64% en el mismo período). Unos porcentajes muy parecidos a los alemanes (del 45% al 37% a favor y del 55% al 63% en contra). A esta tendencia decreciente del apoyo a una intervención internacional, hay que añadir la mayor renuencia a una intervención militar de cada país. En la misma encuesta francesa, en septiembre de 2013 –y tras conocerse el empleo de armas químicas y su atribución al régimen sirio–, el 68% de los encuestados franceses y el 77% de los alemanes se oponía a una participación francesa o alemana, respectivamente, en esa hipotética intervención internacional. En España también se produce el desfase entre quienes están a favor de que se haga algo (la comunidad internacional) pero no de que tengan que hacerlo sus países. Según las encuestas del Real Instituto Elcano (BRIE) de febrero de 2013, el 57,5% de los encuestados españoles apoyaba una intervención internacional pero sólo el 35,1% apoyaba la participación española. En el BRIE de junio, el porcentaje de quienes apoyaban una intervención internacional bajó al 46,6% y la de quienes apoyaban la participación española bajó al 30,2%.
Los relatos oficiales sobre el uso de armas químicas, la responsabilidad gubernamental y la conveniencia de un ataque militar no han logrado mudar desde la emoción del hacer algo al compromiso de hacerlo a quienes se mostraron sensibles al uso de las armas químicas. Por el contrario, los relatos de lo que pasó e iba a pasar, han acentuado la oposición a cualquier ataque militar. Según los datos de la encuesta New York Times/CBS News Poll de 9 de septiembre de 2013, el 60% de los encuestados estadounidenses se oponen a los ataques porque temen que tras ellos se verían envueltos en otra guerra de larga duración y se incrementaría el riesgo de atentados terroristas. También se oponen (75%) a la entrega de armas a los rebeldes. Además, el 62% se opone a que EEUU continúe solucionando conflictos de terceros y el 72% a que se dedique a derribar dictaduras para implantar democracias.
Los líderes de EEUU, Francia y el Reino Unido no han sabido leer el cambio de cultura estratégica de sus sociedades, o no han querido escuchar a quienes desde los servicios armados y de inteligencia les prevenían de su existencia. Como resultado, sus prerrogativas se van a ver mermadas por la presión parlamentaria y social: ni el primer ministro británico puede revalidar la relación especial que mantenía con EEUU ni el presidente francés puede embarcarse por su cuenta en una aventura militar. Del mismo modo, el presidente Obama, sea por errores propios (trazar unas líneas rojas que no estaba dispuesto a respaldar) o ajenos (el secretario de Estado y sus asesores de seguridad nacional no han dejado de insistir en un relato humanitario contraproducente) se ha visto obligado a refugiarse tras el Congreso para compartir riesgos y responsabilidades.
Las prerrogativas presidenciales para emplear la fuerza no son los únicos daños colaterales de la guerra civil siria. La credibilidad del sistema de seguridad occidental, basada en el respeto al derecho internacional y a la voluntad de exigir su cumplimiento, está en juego. Quizá sea difícil preservar ese orden internacional en un mundo que ya es global y donde las potencias que han emergido recientemente no quieren relevar en su liderazgo a las potencias que declinan. Para hacer de la necesidad virtud, habrá que sincerar los relatos por parte de los gobiernos (el 69% de los estadounidenses considera que la Administración Obama no ha explicado bien sus objetivos) y de las sociedades (no pueden emocionarse cuando llegan las imágenes y endurecerse cuando llegan las facturas). Actuar o inhibirse tiene un precio y una responsabilidad compartida.