Se ha vuelto un tópico hablar de que el siglo XXI será el siglo de Asia, de que se está produciendo un cambio en el centro de gravedad de la economía mundial. En las últimas décadas el ascenso económico de Asia ha sido verdaderamente espectacular. Asia cuenta además con bases sólidas que pueden permitir el mantenimiento a largo plazo de esta senda de crecimiento.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que la zona se enfrenta a una serie de incertidumbres y riesgos políticos. Además, existen diferencias muy sustanciales en los planteamientos de los países asiáticos: no se puede hablar por tanto de un “bloque asiático”, de una postura más o menos unificada de dichos países.
La consultora McKinsey ha publicado recientemente un interesante estudio sobre el ascenso de Asia, “The future of Asia: Asian flows and networks are defining the next phase of Globalization”. En él se señala que “en 2000, Asia representaba el 32% del PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo. Esta participación aumentó al 42% en 2017 y va camino de llegar aproximadamente el 52% para 2040. Por el contrario, la participación de Europa disminuyó del 26 al 22%, y la de América del Norte del 25 al 18% entre 2000 y 2017 (…) En cuanto al consumo, en 2000 Asia representó el 23% del total mundial, creciendo hasta el 28% en 2017. Para 2040, Asia podría representar el 39% del consumo global”.
Un rasgo de este despegue económico es la creciente integración regional. Como señalan dos expertos de McKinsey, alrededor del 60% del comercio total de bienes de los países asiáticos ocurre dentro de la región, gracias a cadenas de valor asiáticas cada vez más integradas. La financiación y los flujos de inversión también están aumentando dentro de la región, con más del 70% de la financiación de startups de Asia proveniente de la región. Los movimientos de personas (el 74% de los viajes dentro de Asia son realizados por asiáticos) también ayudan a integrar la región.
En contraste con la tendencia a la fragmentación y el proteccionismo en otras zonas del mundo, Asia está impulsando procesos de integración. Como muestra basta mencionar el reciente impulso que han recibido dos acuerdos de integración con una fuerte presencia asiática, el Comprehensive Agreement for Trans-Pacific Partnership (CPTPP), surgido tras el abandono por parte de Estados Unidos del TPP, y que une a países asiáticos y americanos; y el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), que une a los países de ASEAN con Australia, Nueva Zelanda, China, Japón y Corea del Sur.
A pesar de esta favorable evolución económica, Asia se sigue enfrentando a importantes retos: pobreza en extensas capas de la población, problemas de medio ambiente, infraestructuras insuficientes y los enfrentamientos geopolíticos.
El ascenso de Asia debe ser matizado teniendo en cuenta algunos hechos.
En primer lugar, existen enormes diferencias entre los países asiáticos, en su economía, sistemas políticos, religiones, cultura, etc. Por ejemplo, como señala McKinsey, la renta per cápita varía entre menos de 900 dólares en Nepal y más de 57.000 en Singapur.
En segundo lugar, existe un amplio trasfondo histórico de enfrentamientos y rivalidades entre diversos países asiáticos. La guerra de Corea, la guerra de Vietnam, las diversas guerras que han librado India y Pakistán, son algunos ejemplos que ponen de manifiesto estas divergencias. En la actualidad, quizás los dos focos de conflicto más preocupantes están en la península de Corea y en las ambiciones territoriales de China en el mar del Sur de China.
Como es lógico, la presencia de China se hace sentir de manera determinante en todos los ámbitos, por su tamaño, su economía y poder militar, entre otras cuestiones.
El papel de China tiene una doble vertiente. Por un lado, tiene un peso económico fundamental en la región. Por otro, sin embargo, también tiene una serie de contenciosos y recelos históricos, con diversos países. Basta tener en cuenta que en la etapa de la República Popular China, ésta se ha visto involucrada en enfrentamientos militares, de distinta índole, en Corea, con Rusia (en la época de la Unión Soviética), India, Vietnam y Taiwán.
Un reciente estudio del Pew Research Center, entre 34 países del mundo, pone de relieve los recelos que existen en Asia frente a China.
En la encuesta en la que se basa el estudio se pregunta a los encuestados si tienen una opinión favorable o desfavorable de China. Japón, un vecino de China, es, de todos los países encuestados, aquél en el que un mayor porcentaje de población (el 85%) tiene una opinión desfavorable de China, por sólo un 14% con una opinión favorable (le siguen Suecia, con un 70% de población con opinión desfavorable, y Canadá, con un 67%). De los seis países asiáticos considerados en el estudio, en cinco el porcentaje de población que tiene una opinión desfavorable de China es sensiblemente superior al porcentaje que tiene una opinión favorable, como puede verse en el gráfico. En el sexto país, Indonesia, ni siquiera se llega a imponer la opinión favorable: se produce un empate.
En conclusión, Asia será un elemento determinante en el siglo XXI, sin duda, en primer lugar por su pujanza económica. Pero no estamos ante un bloque homogéneo. Nada parecido a la Unión Europea, por ejemplo. El ascenso económico de Asia está acompañado de fuertes diferencias entre países, enfrentamientos, contenciosos, que se arrastran desde hace mucho tiempo. No hay, y difícilmente la habrá, una “voz asiática” en la comunidad internacional.