El siglo XXI está siendo trepidante para los Estados del Pacífico. En la última década los desastres naturales han aumentado su frecuencia e intensidad como consecuencia del cambio climático. La subida del nivel del mar supone una amenaza existencial para muchos Estados insulares del Pacífico; Tuvalu será probablemente el primero en desaparecer a causa de este fenómeno. Agotados otros caladeros, las reservas pesqueras del Pacífico, las mayores sin explotar del planeta, se han convertido en objeto de deseo para muchos Estados.
La geopolítica misma de la región está cambiando. APEC y el Partenariado Transpacífico aspiran a unir económicamente las dos riberas del Pacífico. Surge el concepto de Indopacífico, como un nuevo escenario de competición geopolítica. China aparece como nuevo actor en un Pacífico donde hasta ahora las grandes potencias dominantes eran Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
En la última década surgieron dos modelos de arquitectura regional para hacer frente a este contexto cambiante. El primero fue el representado por el Plan Pacífico de 2005, que buscaba fomentar la integración regional e insistía en un crecimiento económico sostenible. Replicaba en parte las ideas y objetivos que subyacieron en su día en la creación de ASEAN. El segundo fue el promovido por Fiji: el Foro de Desarrollo de las Islas del Pacífico (PIDF, por sus siglas en inglés), que pretendía ser un foro de cooperación sur-sur, centrado en la economía verde y azul y que, punto importante, dejaría fuera a Australia y Nueva Zelanda.
Ninguno de estos proyectos llegó tan lejos como había pretendido. El Plan Pacífico no cumplió las expectativas por un exceso de ambición y una falta de recursos (cosas que a menudo van unidas en las relaciones internacionales). El PIDF no logró ni suplantar al Foro de las Islas del Pacífico (PIF, por sus siglas en inglés), ni ser el germen de una arquitectura regional en la que no estuvieran Australia y Nueva Zelanda. Pero, más allá de sus carencias, ambos proyectos dejaron huella.
El Plan Pacífico dio paso al Marco para el Regionalismo Pacífico, más realista y que ha acercado el PIF a las sociedades civiles de sus miembros. El PIDF puso de relieve el valor de la cooperación sur-sur y descubrió las dos áreas donde los Estados insulares del Pacífico pueden pesar en la escena internacional: el cambio climático y los océanos.
En el COP21 del pasado diciembre, los Estados insulares del Pacífico tuvieron un gran protagonismo y lograron un éxito importante cuando el acuerdo final recogió menciones al objetivo de limitar la subida de las temperaturas a 1,5 grados con respecto a los niveles preindustriales. El COP21 enseñó a los Estados insulares del Pacífico dos lecciones:
1) Si actúan unidos, pueden ser un elemento a considerar en el escenario internacional. No en vano representan 12 votos en el sistema de Naciones Unidas.
2) La importancia de establecer alianzas con otros grupos de Estados: bien con pequeños Estados insulares en otras regiones geográficas (a este respecto, un reforzamiento de AOSIS, la Alianza de Pequeños Estados insulares, que agrupa a 44 de estos Estados en el Caribe, el Índico y el Pacífico sería a considerar), bien con otros Estados frágiles y vulnerables, no necesariamente insulares.
Por último cabría preguntarse lo que implica para la UE y para España el ascenso de estos Estados en la escena internacional.
La UE tiene una vinculación de longa data con estos países a través del partenariado con los países ACP. En el marco del XI Fondo Europeo de Desarrollo, la UE va a destinar 166 millones de euros a los Estados del Pacífico para el período 2014-2020, habiendo fijado como prioridades la integración económica, el uso sostenible de los recursos y el buen gobierno. A esto hay que añadir otras acciones de la UE, como el Partenariado para el Acceso a la Energía en el Pacífico que ha establecido con Nueva Zelanda.
A pesar de la importancia de estas acciones, la impresión es que la UE no acaba de creerse que puede jugar un papel central en la región. Ello puede atribuirse a una falta de seguridad en sí misma de la UE cuando sale de su zona de confort (básicamente el Mediterráneo y la Vecindad Oriental), así como a los grandes desencuentros producidos con varios Estados pacíficos a propósito de la pesca. La UE considera que las fórmulas actuales de explotación pesquera en el Pacífico (Vessel Day Scheme) no son sostenibles y esto se ha convertido en la principal piedra de contención para la conclusión del Acuerdo de Asociación Económica Comprensiva. No obstante, durante la pasada Cumbre del PIF (7-11 de septiembre de 2016), algo empezó a moverse entre los Estados insulares del Pacífico, para los que la cuestión de la sostenibilidad y el control efectivo sobre la pesca que se realiza en sus Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) ha adquirido una nueva urgencia.
En los próximos meses habrá dos citas en las cuales la UE podrá poner en valor su papel protagonista en cuestiones de cambio climático y protección del medio ambiente: el COP 22 (Marrakesh, noviembre de 2016) y la Cumbre de los Océanos (Nueva York, junio de 2017). Ambas ofrecerán una oportunidad inigualable para aproximarse a los Estados insulares del Pacífico y reafirmar a la UE como un actor global.