“Existe una gran posibilidad de que el Ártico ruso sea la primera línea de defensa en caso de un conflicto militar global, porque esa es la dirección más probable de un ataque con misiles nucleares del adversario”, ha afirmado recientemente Viacheslav Shtyrov, presidente del consejo ruso de expertos en el Ártico y la Antártida. “Los ejercicios militares de la OTAN en su flanco oriental y en la región de Ártico están dirigidos contra Rusia”, dijo el ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, el pasado 16 de abril. Sus aseveraciones no sorprenden, dado el aumento de las tensiones entre Rusia y Occidente a causa de la crisis de Ucrania, la intensificación de las maniobras militares en la zona, y el hecho de que cuatro de los ocho países que comparten las fronteras en la región (EEUU, Rusia, Canadá, Groenlandia, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia) sean miembros de la OTAN. Además, a partir del 24 de abril, los EEUU ostentan la presidencia del Consejo Ártico para los próximos dos años.
Dicho organismo fue creado en 1996 (desde 2006 España tiene estatus de país observador) como desarrollo de la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, en sus siglas inglés). Fue un buen ejemplo de la cooperación entre Rusia y Occidente tras el final de la Guerra Fría, a pesar de la persistencia de disputas territoriales (sobre todo por la cordillera Lomonosov donde, en 2007, los rusos marcaron territorio con una bandera rusa de titanio a 4.302 metros de profundidad) y del hecho de que los EEUU sea el único país de los ocho que no ha ratificado aún el UNCLOS; es decir, el marco legal para instituir fronteras y repartir los recursos naturales.
Aunque los científicos de varias organizaciones dedicadas a la lucha contra el cambio climático y los think thanks consideran que la cooperación dentro del Consejo Ártico es imprescindible para afrontar todos los problemas de la región y sugieren no convertirla en un escenario de rivalidades geopolíticas, lo más probable es que aumenten las tensiones por territorios y recursos naturales (el 30% de las reservas mundiales de hidrocarburos están allí). A esto se añade que Rusia había comenzado a incrementar su presencia y la acumulación de fuerzas militares en la zona antes de que estallara la crisis de Ucrania.
Rusia ha restaurado las antiguas bases soviéticas de su Flota del Norte –creada entre 1933 y 1937, es la única del mundo que cuenta con rompehielos de propulsión nuclear–, sobre todo las de Murmansk (cuarteles generales) y de Severomorsk (puestos y mandos administrativos), y ha establecido dos nuevas: una en el Archipiélago Novosibirsk y otra en la isla Wrangel . Desde la publicación en 2009 del documento Fundamentos de la política estatal de la Federación Rusa en el Ártico hasta el año 2020, el Ártico se ha convertido en uno de los intereses prioritarios rusos. La Nueva Doctrina Militar, firmada por Putin en diciembre de 2014, enfatiza esta circunstancia. Rusia ha anunciado que, a partir del 1 de mayo, activará los drones en la zona y ya ha publicado (como pura provocación, claro está) imágenes de satélite sobre supuestos aviones espías norteamericanos. La presencia de aviones rusos junto a las fronteras canadiense o norteamericana, entrando a menudo en el espacio aéreo de dichos países, es cada vez más habitual.
Los miembros de la OTAN han realizado maniobras militares conjuntas con Noruega, el único país (aparte de Rusia) que posee bases militares en la zona. Ante la ruptura de la cooperación entre Rusia y Occidente a causa de la crisis de Ucrania, el Ártico empieza a cobrar un nuevo significado para la política de seguridad y defensa de la OTAN.
La respuesta de dicha alianza a la crisis de Ucrania ha sido la decisión de promover una disuasión convencional respecto a Rusia. Para ello, en su asamblea de Gales (septiembre, 2014) adoptó el llamado Readiness Action Plan (RAP) con vistas a fortalecer y asegurar el Flanco Oriental (o sea, el territorio de los países que comparten frontera o son más cercanos a Rusia). Se compone de tres sub-flancos estratégicos: Mar Báltico, Mar Negro, y flanco continental e implica una Fuerza de Reacción Rápida (Very High Readiness Joint Task Force o HRF). Estos dos planes serán complementados por maniobras militares conjuntas con los países que se sientan amenazados por Rusia, incluidas Suecia y Finlandia que no son miembros de la OTAN.
Dado el aumento de las operaciones atlantistas en el Ártico y la región del Báltico, la puesta en marcha del RAP para el Flanco Oriental y la prontitud de la respuesta rusa al fortalecer las capacidades militares de sus flotas del Mar Negro y del Norte, y de sus bases de Kaliningrado y de Bielorrusia, el único hielo que se está derritiendo en el Ártico es el de la superficie marina, porque el clima metafórico de la cooperación científica y económica y de las cuestiones de seguridad y defensa se está volviendo peor que el de la Guerra Fría y amenaza con volverse gélido.
El Ártico será el escenario de las futuras rivalidades nacionalistas al estilo del siglo XIX –lucha por el territorio–, pero también el de las consecuencias geopolíticas de la crisis de Ucrania, que aunque no es global, tendrá consecuencias globales.