El resultado favorable al Brexit del referéndum británico del pasado 23 de junio ha provocado un cataclismo en la situación política británica. Tanto que no resulta inconcebible que la salida del Reino Unido de la UE no llegue nunca a ocurrir. Mucho va a depender de lo que pase en la política británica. Y de la actitud de la firmeza de la propia UE y de sus instituciones. La UE, que es un gran ejercicio de prospectiva –no para adivinar el futuro sino para construirlo–, y los gobiernos de los Estados miembros han sorprendido no tanto por su sorpresa, sino por su falta de previsión. Se han dejado la asignatura para septiembre, como poco.
Crisis política británica
El Partido Conservador ha entrado en crisis. Está por ver a la vuelta del verano a quién elige como líder y primer ministro. Tras la renuncia del irresponsable y populista Boris Johnson, parece tener bastantes posibilidades Theresa May, actual ministra del Interior, una pro-permanencia, aunque con cautela, pues ha señalado con claridad que “Brexit significa Brexit”. Si es Michael Gove, un neoconservador a la cabeza de la campaña por el Brexit y que aseguró que no buscaba el puesto de premier, peor. No parece que se pueda producir, sin embargo, una escisión de los conservadores, muchos de cuyos parlamentarios, si hay elecciones generales anticipadas –como es probable– tendrán que vérselas directamente en cada circunscripción, sobre todo en Inglaterra (Londres aparte), con ciudadanos que han votado a favor de la salida.
El Partido Laborista está también patas arriba debido al débil liderazgo de Jeremy Corbyn en esta cuestión, y a sus escasas posibilidades de éxito en unas elecciones. Al líder se le ha rebelado de forma muy mayoritaria su grupo parlamentario, aunque puede contar con unas bases que se han renovado en profundidad tras la última derrota electoral, entre las que aún es mayoritario aunque según algunas encuestas haya perdido apoyos. No hay líderes claros como en los 80, para encabezar una escisión en el laborismo. Veremos penosamente a dos partidos laboristas convivir bajo un mismo techo.
Todo parece indicar que hasta que no se resuelvan estas cuestiones, y hasta pasadas unas previsibles elecciones anticipadas en las que la cuestión del Brexit va a ser central, Londres no se decidirá a activar el famoso artículo 50 del Tratado de la UE que señalará un punto de inflexión, la decisión de salirse, y pondrá en marcha el cronómetro de salida. Con otros líderes y otro parlamento, la situación puede cambiar, y llevar, con el tiempo, a otro referéndum, quizá, sobre las condiciones pactadas para salir de la UE. ¿Y si los ciudadanos las rechazan entonces? No cabe olvidar que el Reino Unido no tiene constitución escrita, por lo que puede ser muy flexible.
Factores de arrepentimiento
Se percibe un cierto arrepentimiento político (“arrepentexit” o regrexit) en el que juegan varios factores. Para empezar, la división del país entre la parte más dinámica de la sociedad –Londres y los jóvenes que, cuando lo han hecho, han votado a favor de la permanencia– frente a los mayores y ambientes ingleses más rurales que han votado a favor. También cuenta la perspectiva de una separación escocesa para permanecer en la UE. Pues sería el fin del Reino Unido e incluso de una cierta idea imperial que aún persiste. Es un caso muy distinto al planteado con en el pasado referéndum de independencia, que hará las delicias de muchos juristas –el añorado Francisco Rubio Llorente hubiera disfrutado– ante una Unión que lo es de Estados, sí, pero también de pueblos y de ciudadanos. No se trata para los escoceses de salirse y volver a entrar, sino de quedarse en la Unión.
Puede pesar también el propio significado del referéndum que (a diferencia del escocés) era consultivo, y para el que David Cameron no quiso unas reglas claras, a la canadiense, con una mayoría rotunda pues aunque el salirse ganó por 52% a 42, y una alta participación (72%), el voto por el Brexit representa poco más de un tercio del electorado británico. No se ha llegado al 55% de votos a favor que la propia UE le exigió a Montenegro para independizarse de Serbia. También están pesando las mentiras que dijeron los brexiters sobre cómo los millones de libras que se iba a ahorrar el Reino Unido en su contribución a la UE se podían dedicar a financiar el sacrosanto Sistema Nacional de Salud, el que la inmigración se iba a parar o que Turquía iba a entrar, entre otras cosas por el estilo.
Firmeza de la UE
El resto de la UE, los 27, y de sus instituciones, no aceptan una pre-negociación con Londres previa a la activación del artículo 50. Han dejado claro primero que si éste quiere pleno acceso al Mercado Interior de la Unión tendrá que permitir también la libre circulación de trabajadores, como Noruega. Al final, lo más que se le va a ofrecer a los británicos es un estatus como el de ese país: estar en el mercado interior y sus cuatro libertades (de circulación de bienes, servicios, capitales y trabajadores, pese a lo prometido, y si no, será más duro), incluso pagar, pero no participar en las decisiones que tendrán que aplicar. Londres hoy aún tiene la fuerza que le da la decisión sobre si apretar o no el botón de eyección del artículo 50 de salida, pero los 27, y la Comisión y el Parlamento Europeos, el poder de fijar el tipo de relaciones que mantendrá el Reino Unido, si sigue unido, con Bruselas. Si empiezan, van a ser unas negociaciones asimétricas. Tienen, asimismo, que disuadir a otros de seguir este camino.
La UE es consciente de que, si hay negociaciones, serán tanto sobre el divorcio con el Reino Unido como sobre el futuro de Europa. Con dos cuestiones delicadas: algunos países pueden aprovechar para rebajar la UE (como la Presidencia eslovaca que ha empezado el 1 de julio y que ha convocado para septiembre la cumbre sobre el Brexit y el futuro de Europa); y las posibles pretensiones del próximo gobierno británico de, para quedarse, exigir más de lo que se le ofreció a Cameron antes del referéndum.
Con lo cual, aunque el referéndum marca la reversibilidad de la construcción europea, lo que ocurra en el Reino Unido puede marcar la reversibilidad del referéndum. La prensa populista y antieuropea lo ha entendido bien y está lanzada en una campaña contra lo que, por ejemplo el Daily Mail, llama la trama contra el Brexit (plot against Brexit).
Darlo como irreversible
La canciller alemana Angela Merkel, sin hacer sangre, da el Brexit como “irreversible”. Hace bien en decirlo. Primero porque la vida comunitaria ha de seguir desde esta premisa y se va a definir desde ella una renovación del proyecto. Y segundo, porque es la forma de lograr, si acaso, lo contrario. La única forma de que no lo haya es asegurarnos de que la situación de salida que se negocie sea flagrantemente peor que la de estar dentro. Sólo así un futuro primer ministro británico con liderazgo podría presentarse a unas elecciones con un nuevo referéndum en el programa antes de confirmar la salida.
Como señala Denis MacShane, ex ministro laborista para Europa con Tony Blair, “la batalla por Gran Bretaña y la batalla contra el Brexit no ha concluido”. Muchas cosas se están moviendo. Veremos. Pero no demos nada por seguro. En cualquier caso, la prisa es siempre mala consejera. Pero tampoco conviene dejarse llevar a un retraso indefinido, pues generará incertidumbre.