Algún día, si antes no desaparecemos todos nosotros como resultado de la Destrucción Mutua Asegurada en la que seguimos sumidos, las armas nucleares desaparecerán de los arsenales mundiales. Ese es el horizonte que imaginan los 50 países que han ratificado el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), permitiendo así su entrada en vigor el pasado 22 de enero. También es lo que, en última instancia, plantea el Tratado de No Proliferación (TNP), desde su entrada en vigor en 1970. E incluso el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, y el papa Francisco han vuelto a demandar lo mismo con ocasión del Día Internacional para la Eliminación Completa de las Armas Nucleares, el pasado 26 septiembre.
Esa es también, aparentemente, la tendencia histórica desde el final de la Guerra Fría. De las más de 60.000 cabezas nucleares que se llegaron a contabilizar en los momentos más tensos de la confrontación bipolar, se estima, siguiendo los datos del Anuario SIPRI 2021, que a principios de este año había un total acumulado por las nueve potencias nucleares de 13.080 cabezas nucleares estratégicas, mientras que un año antes la cifra era de 13.400.
Pero en paralelo a esas cifras, demandas y acuerdos es inevitable reconocer que se está produciendo una secuencia armamentística que hace pensar que, desgraciadamente, la eliminación de los arsenales nucleares no está a la vuelta de la esquina. El último dato que así lo indica es la noticia del lanzamiento de un misil planeador orbital nuclear hipersónico, en agosto pasado, por parte de China. Se trata de una tecnología muy avanzada, en la que también están empeñados Estados Unidos y Rusia, que hace aún más difícil la defensa antimisil contra un ataque nuclear, y que nos acerca cada vez más a la posibilidad de que los ingenios nucleares no solo sirvan para la disuasión sino también para la batalla. Es la misma China que está construyendo actualmente más de 200 silos para misiles balísticos intercontinentales, y la misma que no está limitada por ningún tratado como los que han venido firmando Washington y Moscú desde hace décadas.
En esa misma línea, y recordando que los avances tecnológicos incorporados a este campo determinan que el poder destructivo de una ojiva moderna supera exponencialmente al de sus predecesoras, el citado Anuario confirma que se está produciendo un aumento en el número de cabezas operativas en manos de unidades militares. Si en enero del pasado año eran 3.720, un año después han pasado a ser 3.825. De momento, tanto Estados Unidos como Rusia, que poseen a partes iguales el 92% de todas las cabezas nucleares, están enfrascados en los más ambiciosos programas de modernización de sus arsenales estratégicos, incluyendo sus vectores de lanzamiento (sean misiles balísticos y de crucero), sus plataformas submarinas y aéreas (con la próxima entrada en servicio de vehículos nucleares no tripulados), y los comúnmente denominados escudos antimisiles. Este último ingenio, en el que EEUU va más adelantado que Rusia, es uno de los principales factores que explica el esfuerzo ruso por dotarse también de armas hipersónicas que puedan atravesar cualquier sistema de defensa estratégica.
Pero también otros países, como Reino Unido, han entrado en esa misma senda. En su reciente Revisión Estratégica, Londres ha anunciado que ha decidido elevar su techo máximo hasta las 260 cabezas, frente a las 180 que mantenía hasta ahora, e iniciar la construcción de los nuevos submarinos Dreadnought. Y en esa misma línea están, siguiendo la misma fuente, China (pasando de 320 a 350; aunque crece la percepción de que son muchas más y de que podría llegar a 1.000 al final de la presente década); Pakistán (de 160 a 165); India (de 150 a 156); y Corea del Norte (de una estimación de 30-40 a otra de 40-50). Mientras tanto, se asume que Francia e Israel mantienen las que poseían un año antes (290 y 90 respectivamente); Estados Unidos ha pasado de 5.800 a 5.550; y Rusia, por contra, se queda con 6.255 (6.375 un año antes).
El panorama se complica aún más cuando Japón parece prepararse para duplicar su gasto en defensa, y ya se atreve a plantear el debate sobre la conveniencia de contar con armas nucleares, con China en mente. Lo mismo cabe decir de Corea del Norte, ya empeñado sin disimulo en dotarse de capacidad nuclear de segundo golpe; o de Irán, aunque en este caso todavía se pueda pensar que sus esfuerzos buscan, sobre todo, contar con alguna baza de negociación para liberarse de las sanciones en vigor. Y solo queda que la Unión Europea entre en algún momento en ese terreno, como elemento último de la tan ansiada como etérea autonomía estratégica.
Y todo ello mientras se sigue debilitando el marco internacional que pretende controlar un proceso proliferador tan inquietante. Con el START III prorrogado hasta 2026, por el camino ha quedado el Tratado de Misiles Antibalísticos, el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias, el Tratado de Cielos Abiertos o el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (pero sin entrar en vigor por la resistencia de China, Corea del Norte, Estados Unidos, India, Israel y Paquistán a ratificarlo). El TPAN, entretanto, no existe para ninguna de las nueve potencias nucleares y para ninguno de los países de la OTAN.