El ministro argentino de Relaciones Exteriores, Héctor Timerman, volvió exultante de su viaje privado a Londres, creyendo cumplido su principal objetivo de instalar en la atención de la opinión pública local el problema de Malvinas. Desde su perspectiva había puesto una pica en Flandes. Es verdad que su paso fue recogido por todos los medios y captó la atención mediática. Según él, su visita «estuvo en la tapa de los diarios y de todos los noticieros ingleses». Sin embargo habría que evaluar si lo que en Argentina llaman la «diplomacia del altavoz» ha servido a los intereses de su país. Ya en Inglaterra, en una entrevista concedida a The Guardian y a The Independent, Timerman dijo que en menos de 20 años las islas podrían ser recuperadas por su país. Es decir, en menos de dos décadas las Falkland pasarían a ser Malvinas.
El ministro, que participó en un seminario organizado por la embajada argentina en Londres, no logró, o no quiso, una foto con su colega William Hague. El desencuentro entre las partes evidenció el diálogo de sordos que preside la relación entre los gobiernos de David Cameron y Cristina Fernández, aunque esto no siempre ha sido así en la historia bilateral. Hague propuso que en la reunión previamente acordada con Timerman participaran representantes isleños, lo que fue tajantemente rechazado por el ministro argentino. Para Timerman, los actuales habitantes de las Falkland/Malvinas no tienen ningún derecho que esgrimir en este contencioso y no es necesario contar con ellos. Nuevamente la retórica se elevó sobre otras consideraciones. Para unos la presencia de los isleños era una imposición, y para los otros la imposición era su exclusión.
Timerman también visitó el parlamento británico, donde se reunió con el grupo de parlamentarios interesados en la relación bilateral, especialmente en sus vertientes económica-comercial y cultural. Y si bien las Malvinas no estaban en la agenda, las introdujo de todas formas. Para evitar el malestar de sus anfitriones, lo que logró a medias, citó a Churchill y alabó la participación británica en la lucha contra el fascismo durante la II Guerra Mundial. Pese al esfuerzo de seducción empleado por el ministro el encuentro finalmente se mantuvo en los cauces formales del respeto mutuo.
Sus polémicas afirmaciones no cayeron nada bien en el auditorio reunido en la Cámara de los Comunes, ante el cual insistió en conceptos como los previamente vertidos a la prensa: «Hemos tratado de encontrar una solución pacífica desde hace 180 años a este conflicto. Creo que los fanáticos no están en Buenos Aires, sino en el Reino Unido, porque están a 14.000 kilómetros de las islas. Creo que están usando a la población que vive en las islas por razones políticas y para tener acceso a los recursos petrolíferos y nacionales que pertenecen al pueblo argentino».
El broche de oro de su viaje fue el «Primer Encuentro de Grupos Europeos Pro Diálogo sobre la Cuestión Malvinas», un seminario con periodistas, políticos, intelectuales y académicos europeos. En él participaron Grupos Pro Diálogo de Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, Reino Unido, Rumania y Suecia, solidarios o favorables con la reivindicación argentina.
En el texto se señala que «América Latina se ha opuesto a lo que considera la persistencia de un enclave colonial en la región y aboga por la pronta reanudación de las negociaciones» entre Argentina y el Reino Unido, aunque se deja constancia de que éste último «se niega a dialogar». El documento, claramente favorable a las tesis argentinas, abunda en «la creciente militarización de la zona por parte del Reino Unido, que ha convertido a las Islas Malvinas en una de las áreas más militarizadas del planeta. América Latina es una zona de paz y la escalada militar británica es motivo de preocupación en todos los países de la región». Pese a hacerse público el texto del documento, no se dieron demasiados detalles sobre la identidad de los 42 presentes en el seminario, aunque sólo han trascendido algunos nombres: los británicos Jeremy Corbyn y Richard Gott, la jurista francesa Sophie Thonon, el senador irlandés Terry Leyden, el profesor español Juan Carlos Monedero y el senador holandés Theo Van Boven. También se mencionó la presencia de Ignacio Ramonet, ex director de Le Monde Diplomatique.
La principal impulsora del encuentro, que debía saldarse con la firma de un manifiesto, fue la embajadora argentina ante el Reino Unido, Alicia Castro. Desde su llegada a la embajada en Londres a comienzos de 2012, proveniente de Caracas (donde estuvo entre 2006 y 2011), su gestión se caracterizó por su ejercicio de la diplomacia militante y no estuvo exenta de polémica. A fines de abril pasado, durante una intervención de Hague en Lancaster House sobre la situación de los derechos humanos en el Reino Unido, le preguntó de forma abrupta si su país estaba dispuesto a negociar con Argentina sobre Malvinas y darle una chance a la paz. De hecho, mientras la embajadora Castro puede desarrollar con entera libertad su labor en el Reino Unido, e incluso Timerman viajó a Londres sin problemas, habría que ver cuál sería la reacción argentina frente a una situación recíproca.
Lo ocurrido en la capital británica es una muestra más de la asfixiante y obsesiva política argentina sobre Malvinas, puesta en práctica por el anterior presidente Néstor Kirchner. Era permanente la denuncia por parte de los diplomáticos argentinos, con independencia de la naturaleza del evento en el cual participaran, de lo que entendían por arcaica relación colonial. Por lo general, los resultados eran contrarios a los buscados, dado el hartazgo de sus interlocutores, más allá del respaldo formal a ciertas reclamaciones. La solidaridad internacional con Argentina en lo relativo a las Malvinas es mínima, salvo en América Latina y entre los países más beligerantemente antiimperialistas, como Irán o Bielorrusia. De hecho, el viaje a Londres del ministro Timerman casi coincide cronológicamente con la firma de un acuerdo con Irán para poner punto y final a las investigaciones por el atentado contra la AMIA en Buenos Aires en 1994.
La postura del gobierno argentino es clara. Timerman, ya de vuelta en Buenos Aires, señaló: «El gobierno británico utiliza a los ciudadanos británicos que viven en las islas para justificar su propia intransigencia. Nosotros queremos dialogar, queremos cumplir con las resoluciones de las Naciones Unidas». Sin embargo, el diálogo está bloqueado por la postura » del gobierno británico de moverse un ápice de su posición» sobre la soberanía sobre las islas. Por el contrario, Argentina es firme defensora del «diálogo» en su reclamo por las islas. Es más, para Timerman «en ningún momento» se han impuesto condiciones ni un ultimátum para reunirse con sus pares británicos. Tras la intransigencia británica percibe «Un fuerte olor a petróleo. Un interés comercial». Ahora bien, el ministro cree que si el Reino Unidos acepta las resoluciones de las Naciones Unidas, que instan a que se reanude el diálogo bilateral entre los países, «no debería llevar mucho tiempo volver a tener la soberanía de Malvinas». Con todo, la pregunta del millón es cuál es, para el actual gobierno argentino, la agenda de una probable negociación bilateral, si de entrada se excluye la cuestión de la soberanía.