Lo tenían muy fácil, una vez que habían decidido convocar elecciones presidenciales para el próximo 18 de abril. En el más puro estilo lampedusiano, bastaba con consensuar un candidato entre todas las facciones que se identifican genéricamente con le pouvoir –una amalgama en la que destacan Said Buteflika, hermano del actual presidente; el general Ahmed Gaid Salah, jefe del Estado Mayor; el primer ministro, Ahmed Ouyahia; y Ali Haddad, significado empresario de la construcción y cabeza visible de la principal asociación patronal de Argelia– para asegurarse otra vez la victoria, manteniendo el control de la situación sin necesidad de ningún verdadero cambio de rumbo.
Pero tan seguros de su poder y tan alejados de la realidad de las calles argelinas están todos ellos que se han atrevido a confirmar la candidatura de un Abdelaziz Buteflika que tan solo cabe identificar como un fantasma político, incapaz de llevar las riendas del país desde hace muchos años. Previamente, y sobre todo desde 2017, se habían dedicado a realizar una purga que eliminara cualquier posible obstáculo. Y así, por el camino han quedado un primer ministro, Abdelmalek Sellal, el en su día intocable jefe de los servicios de inteligencia, Mohamed Mediane “Tawfik”, los jefes de la fuerza terrestre y aérea, así como varios comandantes de regiones militares y el jefe de la policía, hasta llegar al presidente del parlamento, Said Buhadya, y al secretario general del FLN, Djamel Ould Abbes. De ese modo pretendían, sobre todo, asegurar su propio poder usando las últimas gotas del capital político del decrépito Buteflika, incapaces por otro lado de lograr un acuerdo sobre una nueva figura que garantizase los intereses de unos y otros.
Pero, a la vista de lo ocurrido desde que arrancaron las movilizaciones ciudadanas el pasado 22 de febrero, todo indica que no contaban con la reacción de una ciudadanía que creían todavía frenada por el brutal impacto de la tragedia civil que asoló el país en la última década del pasado siglo y que costó unos 200.000 muertos. De ahí que, desde el inicio de las movilizaciones contra la farsa urdida en el palacio presidencial de Mouradia, empezara a quedar claro que no había un plan alternativo. En definitiva, quienes solo se preocupan hoy de mantenerse en el poder no han sabido calibrar el nivel de hartazgo de una población extremadamente joven (más de un 70% de los 41 millones de argelinos tiene menos de 30 años), que no ve el futuro con esperanza ante el altísimo nivel de corrupción que caracteriza al país y que siente que ni sus demandas ni sus necesidades son tenidas en cuenta por quienes mandan.
Y ahora ya puede ser tarde para reconducir el proceso. Sin dejar de lado el clásico recurso a la represión (de momento limitada), la generalización de las protestas ha llevado a intentos del poder por encontrar una mínima salida tan ridículos como adelantar las vacaciones escolares (buscando desactivar la movilización estudiantil) o publicar una carta del actual presidente –recluido en un hospital suizo hasta el pasado día 10, lo que le ha impedido incluso presentar personalmente su candidatura siguiendo los procedimientos establecidos. En ella, Buteflika dice comprometerse a que, si resulta elegido, pondrá en marcha de inmediato una Conferencia Nacional para aprobar reformas profundas del sistema, impulsará una nueva Constitución (que será sometida posteriormente a referéndum popular), creará una Autoridad Electoral Independiente, adoptará diversas medidas de apoyo a los jóvenes y, como estrambote final, realizará una convocatoria anticipada de nuevas elecciones en el plazo de un año (a las que renuncia a presentarse).
Con lo ocurrido hasta aquí le pouvoir queda retratado tanto por su afán de poder como por su falta de voluntad para salirse del camino emprendido. También resulta inmediato entender que su credibilidad es nula y que, por tanto, difícilmente sus grotescos gestos van a calmar a una población que siente que el fin del régimen está próximo. Sin embargo, quizás eso último sea confundir la realidad con los sueños porque es obligado reconocer que las manifestaciones impulsadas por el movimiento Mouwatana no tienen un liderazgo operativo y, menos aún, un programa alternativo. Asimismo, es bien sabido que la oposición está sumamente fragmentada y debilitada, lo que incluye al Movimiento Islamista de la Sociedad por la Paz, escasamente capaz de contrarrestar el poder del Frente de Liberación Nacional y la Reagrupación Nacional para la Democracia.
Visto así, y mientras Buteflika llega a su final, tan solo cabe esperar un incremento de la tensión en las calles, acompañado de una mayor represión. Entretanto, sin descartar que incluso se llegue a un nuevo retraso en la convocatoria electoral, ya comienza a vislumbrarse como le pouvoir busca desesperadamente alguna fórmula transitoria, echando mano de figuras más o menos presentables a los ojos de la opinión publica para salir airosos del reto sin ceder nada sustancial a cambio.