Que los jefes de campaña de los tres únicos candidatos que la Autoridad Nacional Independiente para las Elecciones (ANIE) ha permitido participar en las elecciones presidenciales celebradas en Argelia el pasado día 7 hayan suscrito un comunicado conjunto, en el que sostienen que “las cifras anunciadas por el ANIE contradicen el contenido de las actas entregadas por las mesas electorales”, da una idea cabal de la chapuza. Ya se daba por descontado, sin ningún atisbo de duda, que Abdelmadjid Tebboune volvería a imponerse, sin opción alguna tanto para Youcef Aouchiche, del Frente de Fuerzas Socialistas, como para Adelali Hassani Cherif, del Movimiento de la Sociedad por la Paz. La única incógnita por despejar era la de saber cuántos de los 23,5 millones de potenciales votantes (de una población total de 46,7 millones) se iban a acercar en esta ocasión a las urnas. Y ni así los encargados de enmascarar el hartazgo de la población con un juego político que les resulta cada vez menos atractivo han sido capaces de salir airosos del empeño.
El régimen argelino, como si nunca hubiera habido un movimiento Hirak (2019-2021) que, en el marco de la denominada “primavera árabe”, convulsionó al país con una pretensión democratizadora, parece empeñado en retroceder en el tiempo.
Todavía a la espera de conocer los resultados definitivos, y con la cifra oficial del 39% de participación en 2019 como referencia (récord histórico de abstención), la ANIE ya se adelantó la misma noche de la cita electoral, afirmando que la participación había sido del 48%. Un dato que, a falta de verdadera competencia entre candidatos, pretendía mostrar que al menos Tebboune había logrado invertir la tendencia de una población crecientemente decepcionada con una clase política empeñada en mantener un statu quo ajeno a sus intereses y necesidades. Una cifra que choca con el hecho de que tres horas antes del cierre de las urnas la misma ANIE hablaba de un 26%. Un dato que, al día siguiente, cuando anunció que Tebboune había obtenido el 95,65% de los votos (58% en 2019), con 5.329.253 de papeletas a su favor de un total de 5.630.196 emitidas, pasaba a ser del 23%. No puede resultar extraño que el candidato socialista afirme que lo ocurrido coloca al país “en una situación incómoda y peligrosa”.
El régimen argelino, como si nunca hubiera habido un movimiento Hirak (2019-2021) que, en el marco de la denominada “primavera árabe”, convulsionó al país con una pretensión democratizadora, parece empeñado en retroceder en el tiempo. Todo parece indicar que busca reproducir un statu quo como el gestionado durante décadas por el Frente de Liberación Nacional (FLN), como partido único, centrado en la idea de la estabilidad a toda costa y con los militares como guardianes supremos. En esa línea, Tebboune se ha dedicado a asentar su poder personal, apoyado tanto por el FLN (aunque a las elecciones se ha presentado oficialmente como independiente) como por las poderosas Fuerzas Armadas y de seguridad, con el añadido de una decena de fuerzas políticas que progresivamente se han ido acomodando a su dictado, desde el grupo islamista El Bina al Watani, a los liberales de la Agrupación Nacional para la Democracia (RND) y al Frente Moustakbal. Mientras tanto, el movimiento Hirak se ha ido diluyendo, sobre todo a partir de la pandemia.
En definitiva, en estos cinco años se ha producido un franco deterioro del escenario político –como quedaba de manifiesto en la carta pública firmada por los principales representantes de 11 fuerzas políticas el pasado 23 de julio–. Y la situación no es mejor en el terreno económico. Sus tímidas reformas –abriendo parcialmente la puerta a los inversores extranjeros, que no terminan de verse atraídos por las condiciones impuestas por el régimen– no han impedido que, en un país en el que más del 44% de su población tiene menos de 25 años, el porcentaje de paro juvenil supere el 31%, la inflación esté por encima del 9% (era del 2% en 2019) y las reservas de divisas hayan caído hasta los 67.000 millones de dólares (cuando en 2013 llegaban a los 192.000).
Y aunque la invasión rusa de Ucrania, con el consiguiente incremento de los precios del gas y del petróleo, le concedió un respiro para aliviar la presión ciudadana por la generalizada falta de bienestar y la insatisfacción de sus necesidades básicas, ese periodo ya ha finalizado. De hecho, para un país en el que los ingresos por la venta de hidrocarburos suponen en torno al 20% del PIB y el 40% de los ingresos públicos, la actual caída de los precios internacionales ya está haciéndose notar en las calles, con una visible reducción de las importaciones y una creciente falta de determinados productos de consumo a disposición de los argelinos.
Tampoco en la escena internacional ha logrado Tebboune mejores resultados, a pesar de su mayor activismo, más allá de haberse sentido cortejado como un suministrador necesario por varios países europeos decididos a reducir su dependencia energética de Moscú. Por una parte, la tensión vecinal con Marruecos sigue aumentando, y, por otro, ha entrado nuevamente en crisis con Francia, mientras pierde espacio ante Rabat en el contencioso saharaui.