El anuncio por la Administración Trump de aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio puede poner en marcha una espiral que lleve a una guerra comercial. En sí, las medidas no son de una enorme importancia. Sí lo son por lo que pueden significar. El anuncio no responde a una ligereza, sino a tres argucias: (1) lo vincula a la seguridad nacional; (2) lo usa como medio de chantaje sobre socios y aliados para otros fines; y (3) le puede permitir hacerse definitivamente con el discurso del Partido Republicano. Trump intenta cumplir lo que prometió en la campaña de 2016, que muchos no se tomaron en serio.
La falsa razón de la seguridad nacional: para justificar estos aranceles, la Administración Trump ha esgrimido la razón de la seguridad nacional, acogiéndose a la sección 232 de la ley de comercio de 1962 aprobada en plena Guerra Fría. La Organización Mundial del Comercio (OMC) permite explícitamente restricciones comerciales basadas en la seguridad nacional. Pero casi nunca se han invocado. Hacerlo dificulta en extremo recurrirlo ante la OMC, pues ésta difícilmente se va a meter a discutir qué es y qué no es seguridad nacional. Es una forma de dinamitar la OMC, que no es una organización de libre comercio sino de reglas comerciales (que ha conseguido que China modifique algunas de sus prácticas, por ejemplo). Es evidente que estas medidas de Trump poco tienen que ver con la seguridad nacional. Según las informaciones del Pentágono, las necesidades militares de EEUU en acero y aluminio no representan más del 3% de la producción nacional.
Hay una cierta alianza entre el aparato comercial y el de seguridad nacional de esta Administración. El secretario de Defensa, James Mattis, y el consejero de Seguridad Nacional, el general H.R. McMaster, están obsesionados con la carrera con China por la supremacía tecnológica. Todo esto puede tener mucho que ver con ello, aunque justamente en materia de acero y aluminio China no sea de los países más afectados por estas medidas anunciadas. La abrupta salida de Rex Tillerson del Departamento de Estado y su sustitución por Mike Pompeo, ex director de la CIA, junto a la dimisión del primer asesor económico del presidente, Gary Cohn, reemplazado por Larry Kudlow (partidario del libre comercio pero que dice poder convivir con esas propuestas proteccionistas), refuerza la brigada del America First y del proteccionismo, que encarna como ningún otro –tras el propio Trump– el representante (ministro) de Comercio.
La seguridad nacional se ha esgrimido desde la Casa Blanca para hacer política, y para socavar la OMC. La seguridad nacional está cada vez más presente en la política comercial de la Administración Trump… y en la de otros países. Siguiendo consideraciones de seguridad nacional de este tipo, el presidente ha vetado (antes de que se anunciara) la compra del fabricante de chips (y otras cosas) Qualcomm por Broadcom (basado en Singapur). El Comité sobre Inversiones Extranjeras en EEUU (CFIUS, por sus siglas en inglés) está cada vez más activo. Esta deriva de la seguridad también ha entrado en Europa ante la posibilidad de adquisición de empresas tecnológicas por capital chino. Aunque no en el terreno de la seguridad, el anuncio de la adquisición de un 10% de las acciones de Daimler (fabricante de Mercedes Benz) por la china Geely ha generado un escalofrío en Berlín.
La argucia del chantaje. Trump deja en suspenso las medidas para Canadá y México, siempre que, como quiere, se llegue a un acuerdo para modificar el Tratado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA en inglés). Los europeos están pendientes también de ver si van a tener un trato especial por parte de EEUU como socios y aliados, o no, lo que implicaría tomar represalias y una posible escalada (y hace tiempo que Trump tiene enfiladas las importaciones de automóviles alemanes de alta gama). O si Washington va a diferenciar entre europeos (lo que resultaría inaceptable pues iría en contra de la unidad comercial de la UE), o plantear otras exigencias. Según ha informado Politico, Robert Lighthizer le indicó a la Comisaria Europea Cecilia Malmström que la UE podía estar exenta de estas medidas si se mostraba más fiable y activa en la lucha contra las sobrecapacidades (es decir, contra China) y otras actuaciones.
Hacerse con el discurso y el Partido republicano. El proteccionismo es parte del ADN de Trump mucho antes de llegar a la Casa Blanca. Pero no del Partido Republicano, más librecambista. El partido y muchos de sus think-tanks estaban en contra. Pero Trump se está haciendo con el partido. Como ha indicado Fareed Zakaria, “Trump está más en línea con la base de su partido que la mayoría de sus líderes”. Cita una encuesta según la cual el apoyo de los votantes republicanos al libre comercio ha bajado un 21% en una década, mientras ha subido entre los demócratas un 14%. Toda una inversión de las tendencias tradicionales. Cuando, además, en materia comercial el Ejecutivo ha ido ganando sobre el Legislativo, sobre el Congreso.
Todo ello parece un poco desfasado cuando el peso de la economía se desplaza a nuevos productos, a las cadenas globales de valores, a la inteligencia artificial, y a la economía de los intangibles. Hoy los flujos globales de datos contribuyen más al crecimiento global que el comercio global de productos, como indica un informe sobre la economía digital transatlántica. Japón, por su parte, ha logrado resucitar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) de la que se salió EEUU con Trump, ahora bajo la forma de un Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, Comprehensive and Progressive Trans-Pacific Partnership, o TPP11). Claro que la respuesta de la UE a Trump podría ser la de rescatar las negociaciones para el zozobrado TTIP, el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión.
Trump tuiteó que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Un año antes, en el Foro Económico Mundial en Davos, el presidente chino Xi Jinping había afirmado: “Nadie puede ganar una guerra comercial”.