Con frecuencia se tiende a abusar de los nombres de las regiones geográficas analizándolas como una unidad homogénea. A pesar de la diversidad que lo caracteriza, el Mundo Árabe no es una excepción. Un buen ejemplo es la aplicación automática y sin matices del “efecto dominó” a la denominada “primavera árabe”, cuyos límites pueden apreciarse en la evolución de los acontecimientos en Libia. Como en otros países de la región, a través de las redes sociales se convocó a los ciudadanos de Arabia Saudita a un “día de rabia” para el 11 de Marzo, pero no hubo respuesta a ese llamamiento a excepción de una pequeña protesta de unos cientos de chiíes en el Este del país, donde son mayoría. Esta débil respuesta no debe extrañar, pues aunque Arabia Saudita tiene algunas características similares a otros países árabes, también presenta marcadas diferencias. Entre las similitudes pueden citarse la presión demográfica materializada en una juventud incapaz de ser empleada por el mercado laboral, un gobierno autoritario y represivo, y el hecho de que una gran mayoría de saudíes demandan reformas políticas y económicas.
Pero las diferencias también son relevantes. Como ha apuntado el profesor Gonzalo Escribano en sendas notas para este Observatorio, Arabia Saudita es el principal actor en el mercado mundial del petróleo y dispone de cantidades de liquidez muy importantes (y en aumento por la cobertura de la cuota OPEP de Libia), lo que le ha permitido prevenir las protestas. La casa saudí siempre se ha mostrado propicia a comprar la calma social, y con ese fin acaba de anunciar dos importantes paquetes económicos consecutivos que superan los 125.000 millones de $. Pero la política de “comprar la calma” no soluciona por sí sola los problemas a largo plazo, que requerirían una reforma política y económica. Además, la promoción del “wahabismo” ha supuesto un profundo apoyo muto entre la familia real saudí y la clase religiosa, que incluso emitió “fatwas” declarando que las protestas callejeras constituían una violación del Islam.
El régimen saudí ha tenido tiempo suficiente desde el desenlace de las revueltas de Túnez y Egipto para reflexionar sobre la manera de evitar un desenlace semejante mediante un sólido paquete de medidas preventivas que combina amenazas, promesas, dinero y recompensas por cooperar en preservar la calma. El gobierno se movió con rapidez pactando con los chiíes, recibiendo a una delegación de la ciudad de Qatif, la más importante de la provincia del Este, y liberando líderes políticos. Es en esta provincia, donde por cierto se localizan buena parte de las reservas de petróleo del país, donde las protestas pueden ser más violentas y por dónde la influencia iraní se podría introducir. Esa es la razón por la que el gobierno empieza a dar tímidos pasos en la liberalización de las elecciones municipales, con rumores de que también podrían aplicarse a las elecciones del consejo de la “shura” a nivel nacional.
Otra diferencia característica del país es el papel del ejército, que ha resultado clave en Túnez y Egipto. El régimen de reclutamiento de la Guardia Nacional garantiza la seguridad dentro del territorio y la del status quo, pues la mayor parte es reclutada entre las tribus de las provincias del Oeste y del Centro, suníes, mientras que a las tribus de las provincias del Este se las excluye. La Guardia Nacional tiene una larga tradición de lealtad a la casa saudí demostrada en las protestas chiíes de 1979 y 1980. Por todo ello, Arabia Saudí podría ser una pieza de demasiado peso específico para ser tumbada por el mero “efecto dominó” desatado por las revueltas tunecinas.