La última visita del Jefe de Estado, no exenta de controversia, ha sido a Arabia Saudí. Un país actualmente inmerso en la guerra de Yemen, donde lidera la coalición de Estados Árabes y el bloqueo económico que la propia ONU ha calificado de crisis humanitaria con especial incidencia en la población infantil. Los ataques a instalaciones civiles y los bombardeos sobre hospitales, motivaron al Parlamento Europeo a proponer el embargo de la venta de armas por parte de los países europeos.
Arabia Saudí ha sido socio indispensable para Occidente desde los años 40, cuando un EEUU necesitado de petróleo forjó una alianza que, a partir de los intereses cruzados entre energía, seguridad y control regional, apostaba por la hegemonía saudí en la región especialmente tras la revolución iraní de 1979. La rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, de raíces religiosas, centra desde entonces la geopolítica de la región y sin ella no se entiende nada.
Lo cierto es que tanto el rol petrolero como el liderazgo regional saudí se visibilizan en el crecimiento sostenido de su presencia global. Arabia Saudí ocupa el 10º lugar en el ranking de 2015, detrás de Canadá y delante de Italia. Se trata de una posición excepcionalmente alta, dado su tamaño en términos de PIB (19º) y de población (39º). En 2000 ocupaba la 16ª posición, ascendiendo desde entonces de manera ininterrumpida de la mano del incremento de los precios internacionales del petróleo. De este modo, las exportaciones de productos energéticos suponían en 2015 el 67% de la presencia global saudí, y le permitían liderar el ranking de presencia económica en la región, a pesar del mayor registro de Emiratos Árabes Unidos en exportaciones manufactureras, de servicios o en inversión en el exterior.
Con la caída de los precios del petróleo en los últimos años, los principales productores mundiales han visto reducida su presencia en el mundo. Sin embargo, y a diferencia de otros países petroleros, Arabia Saudí ha compensado esas pérdidas en la dimensión económica con aumentos de presencia blanda, fundamentalmente en dos indicadores: migraciones y cooperación al desarrollo.
Siendo el cuarto receptor de inmigración a nivel mundial, principalmente de origen asiático y del mundo árabe, aproximadamente un 35% de la población de Arabia Saudí es extranjera, cifra que asciende al 89% si consideramos la fuerza de trabajo del sector privado, estando los puestos públicos restringidos en su mayoría a saudíes. Un crecimiento de inmigración, atraída por su liderazgo económico regional, que se intentó regular recientemente con reformas laborales que también generaron polémica.
El crecimiento de los fondos destinados a cooperación al desarrollo guarda también una estrecha relación con sus ganancias petroleras. Quinto donante a nivel mundial según datos de la OCDE, el volumen bruto de ayuda oficial al desarrollo de Arabia Saudí asciende al 1,9% de su renta nacional bruta –el compromiso medio del conjunto de los países miembros de la OCDE se sitúa en 0,3%–. Una herramienta de influencia político-religiosa y de fuerte orientación regional, como se aprecia al desglosar la ayuda emitida según destino.
A su dominio regional en presencia económica y blanda se añade la dimensión militar. Aunque con un bajo registro a nivel mundial, la presencia militar de Arabia Saudí ha crecido en los últimos años debido al aumento de equipamiento. Cabe señalar que en el cómputo de presencia militar se consideran las tropas desplegadas en el exterior y los medios necesarios para dicho despliegue –fundamentalmente buques y aviones de transporte–. Es de esperar que, en la próxima edición del Índice Elcano de Presencia Global, la presencia militar saudí aumente por las tropas desplegadas en Yemen, pero no por la compra de corbetas españolas que, por sus características, están destinadas a patrulla y no a proyección exterior.
El liderazgo regional de Arabia Saudí ha tenido reflejo en el Índice de Presencia Global, tanto en su dimensión económica como en la militar y blanda, con una clara interconexión petrolera y de intereses con EEUU. Pero diversos acontecimientos recientes tanto internacionales (como las primaveras árabes, las posiciones adoptadas en Siria, o el acuerdo nuclear con Irán) como internos (con conflictos sucesorios en la casa saudí), podrían dar muestra de un punto de inflexión en las relaciones bilaterales que recuerda a la evolución de las relaciones con Irán, aliado estratégico hasta 1979. Ello dependerá en buena medida de la postura adoptada por la nueva administración estadounidense, y la evolución de los conflictos armados en una región que, como en las últimas décadas, seguirá siendo uno de los centros neurálgicos de la geopolítica mundial.