El problema del desempleo juvenil no es solo cosa de los países del sur de Europa; según datos del Banco Mundial, casi un 30% de la población saudí de entre 15 y 24 no ejerció ninguna actividad laboral durante el 2013. No obstante, las diferencias entre España y la monarquía del Golfo son más que evidentes: aspectos políticos y religiosos aparte, casi un 50% de los saudíes tiene menos de 25 años, prácticamente el doble que en nuestro país, donde la edad media sobrepasa los 40. En este contexto, la monarquía del Golfo se enfrenta a todo un desafío: evitar que la desafección de unos jóvenes acostumbrados a un holgado nivel de vida provoque turbulencias en un Estado que valora la estabilidad y el orden por encima de todas las cosas.
A simple vista, el “despertar árabe” podría refrendar la máxima de que con dinero también se compra la calma social. En efecto, el fallecido Rey Abdulá no tardó en reaccionar cuando vio que las protestas comenzaron a extenderse por el mundo árabe en 2011. Además de reforzar la presencia de las Fuerzas de Seguridad en las zonas susceptibles de albergar manifestaciones, realizó cuantiosas transferencias directas e indirectas de dinero a sus ciudadanos. El resultado fue inmediato y la gerontocracia saudí pudo respirar aliviada. Sin embargo, esas medidas no necesariamente le confieren mayor legitimidad al gobierno. En palabras de Eman Al Nafjan, creadora del blog Saudiwoman’s Weblog en una entrevista para la BBC:
si algo hemos sacado de estas revueltas a lo largo de Oriente Medio es que los saudíes somos más conscientes de los derechos humanos. Estamos poniendo en duda a las autoridades políticas y a las clases dirigentes religiosas y exigiéndoles respuestas.
La presencia de grupos opositores al régimen no es algo nuevo en Arabia Saudí. Desde 2003 existe un grupo compuesto por intelectuales suníes, chiíes, islamistas y liberales que exige el establecimiento de una monarquía constitucional. Lejos de ver cumplidas sus aspiraciones, este movimiento prodemocrático ha coadyuvado a la consolidación de una nueva generación de jóvenes activistas que está captando la atención de Occidente. La historia de Raif Badawi, condenado a mil latigazos por fomentar el debate abierto en internet, ha dado la vuelta al mundo en cuestión de horas, igual que lo hicieron los vídeos grabados por varias mujeres mientras conducían.
Voces como las de Al Nafjan o Badawi no constituyen casos aislados. Hoy en día, una buena parte de la juventud del país realiza sus estudios en el extranjero –solo en 2014, 54.000 estudiantes saudíes se matricularon en alguna universidad estadounidense– y está familiarizada con el discurso de la democracia, la libertad, la transparencia, la rendición de cuentas y los derechos humanos. Además, tanto chicos como chicas cuentan con una herramienta fundamental en los tiempos que corren: internet. En una sociedad en la que abundan los ordenadores o los smartphones, la era digital ofrece a los ciudadanos saudíes una ventana directa a un mundo más allá de sus fronteras.
Según datos del Gobierno saudí, el 91% de los individuos de entre 15 y 35 años utiliza dispositivos inteligentes y el 21% de los accesos a internet se hace a través de los mismos –el doble de la media mundial–. No sorprende pues que internet se haya consolidado como la alternativa perfecta a un inexistente espacio público en el que poder expresar frustraciones e inquietudes personales, sociales, políticas o religiosas. Tanto es así que el reino ocupa el podio en cuanto a las cuentas de Twitter y YouTube que existen en relación a los usuarios totales de internet. Es más, el 40% de los tuits publicados en todos los países árabes durante el primer cuarto del 2014 procedieron de cuentas saudíes.
Internet ha puesto de manifiesto también que las voces por el cambio pueden proceder igualmente de los sectores más conservadores. El influyente clérigo salafista saudí Sheikh Salman al Adwah sorprendió a su público anglófono en 2012 cuando publicó el siguiente mensaje en sus perfiles de Facebook y Twitter: “Puede que la democracia no sea un sistema ideal, pero es el menos dañino y puede desarrollarse y adaptarse para que responda a las necesidades y circunstancias locales”. Obviamente, tales palabras habrían tenido mucha más resonancia si, en vez de publicarse en su cuenta en inglés, con 36.500 seguidores, lo hubiera hecho en la árabe, con seis millones y medio. Aun así, es un gesto que no puede ni debe pasar inadvertido.
Por desgracia, el nuevo marco de expresión que ofrece internet no está tampoco exento de censura y represión, lo que impide que las voces prodemocráticas salgan del anonimato o se expresen sin miedo a ser castigadas por ello. A fin de cuentas, no hay que olvidar que el régimen recibe duras críticas por su falta de respeto a los derechos humanos más básicos. Sin embargo, cualquier movimiento, por tímido que sea, podría ser clave a la hora de canalizar el descontento de una población que ve cómo el Estado no satisface sus aspiraciones personales o sus necesidades sociales.