El derrocamiento del presidente egipcio Hosni Mubarak, antes de que hubiera trascurrido un mes desde que el presidente Ben Ali tuviera que abandonar Túnez, confirma que la pregunta no es ya si las demandas de regeneración política y defensa de los valores democráticos que han impulsado las movilizaciones en esos dos países llegarán a otros estados de la región, sino cuándo, a través de qué vías y con qué alcance se producirán.
Lo ocurrido en Túnez ha sido la chispa que ha hecho prender el fuego del malestar socio-económico, de la frustración por la falta de oportunidades y del rechazo a la corrupción y el mal gobierno, y lo ha transformado en una protesta anti-autoritaria de carácter político. La agenda reivindicativa se basa en la convicción de que la raíz del malestar no se encuentra en la injerencia de terceros, ni en conspiraciones alentadas desde el exterior, sino en los regímenes autoritarios que rigen los destinos de los países de la región.
El déficit de buen gobierno compartido en los diferentes Estados –subrayado por el PNUD en sus Informes sobre el Desarrollo Humano Árabe– alimenta y estimula las demandas de regeneración democrática como base para alcanzar un desarrollo social y económico más equilibrado. Quien las canaliza es una juventud alfabetizada digitalmente, que frente al sentimiento de hogra (hastío o abandono) que, hasta hace poco, la dominaba ha recuperado la autoestima colectiva, alimentada por una toma de conciencia de que pueden ser actores y motores de la transformación política de sus sociedades.
Ya se ha señalado que no todos los regímenes árabes son iguales ni disponen de los mismos recursos simbólicos, financieros, clientelares o represivos para el mantenimiento de sus democracias de fachada. Sin embargo, todos ellos sin excepción, se enfrentan a un nuevo escenario de demandas abiertas de democracia y libertad. Su contenido y alcance puede variar, pero no parece probable que el discurso que descarta la reproducción de protestas invocando argumentos como la existencia de mayores espacios de libertad, una mayor tolerancia hacia la oposición o la existencia de mejores niveles de renta pueda garantizar que así vaya a ocurrir.
Facebook y las redes sociales sirven para hacer público y compartir, como si de una agenda colectiva se tratara, un calendario de movilizaciones en la calle (12 de febrero en Argelia, 17 de febrero en Libia, 20 de febrero en Marruecos, etc.) cuyo desarrollo es amplificado a través las cadenas por satélite con al-Jazeera a la cabeza. ¿Nos encontramos ante revoluciones pre-anunciadas en las que sus promotores explotan al máximo las oportunidades de movilización y participación democrática on-line? Lo que sí está claro es que el contenido y los tempos de la agenda política en los países de la región no la están marcando sus gobernantes, por primera vez en mucho tiempo, sino nuevos actores de la sociedad civil a través de movilizaciones bottom-up (desde la base) que sitúan la cuestión de la democratización en el centro de la vida política.