Si bien reconforta saber que los resultados de unas elecciones en el mundo árabe no se conocen de antemano, el desenlace de la primera vuelta de las presidenciales tunecinas –adelantadas tras el fallecimiento en ejercicio de sus funciones del presidente Beji Caïd Essebsi– ha resultado cuando menos sorprendente por lo inesperado del desenlace.
Oficializados ya los resultados preliminares, los dos candidatos que se enfrentarán en la segunda vuelta de los comicios son difícilmente reconocibles más allá de los confines de la pequeña república norteafricana. Kaïs Saïd, con el 18, 4 % de los sufragios ocupa la primera posición, mientras que Nabil Karoui alcanzó el 15,58 % para asegurarse la segunda. Ciertamente dos candidatos atípicos: el primero, un profesor de derecho constitucional que se dio a conocer al gran público como tertuliano en televisión durante el periodo de redacción de la constitución, inmediatamente después de la revolución, y el segundo, un magnate de la publicidad y los medios de comunicación actualmente en prisión preventiva acusado de evasión fiscal y blanqueo de capitales. Desconocidos ambos hasta tal punto que ha sido necesario verter abundante tinta para darlos a conocer al público internacional tras la publicación de los resultados de esta primera vuelta.
El objetivo de este artículo, sin embargo, no es centrarse tanto en el resultado –cuya sincronía con la tendencia populista actual resulta evidente–, sino extraer conclusiones menos aparentes sobre el proceso electoral. No debemos olvidar que Túnez sigue siendo la única democracia del Norte de África, una muy joven y todavía en periodo de consolidación que, como tal, nos permite hacernos una idea –salvando las distancias– de lo que está por venir, esperemos que más pronto que tarde, en el resto de la región.
En tal sentido, cabe destacar que la campaña electoral llevada a cabo por la mayoría de los candidatos ha girado alrededor de prerrogativas que exceden las atribuciones del presidente de la República, limitadas principalmente por el artículo 77 de la constitución a la preservación de la integridad territorial y a la gestión de la diplomacia y la defensa nacional, además de comandar las fuerzas armadas. Las libertades individuales, la justicia social, la economía, la corrupción y los posicionamientos que sobre estos y otros temas adoptaban los diferentes candidatos acabaron vertebrando una campaña en la que la estrategia de cada uno sobre cómo desempeñarían sus funciones como jefe del Estado acabó quedando en un segundo plano. Así pues, temas como la europeización de Túnez mediante el Acuerdo de Libre Comercio Completo y Profundo (ALECA, por sus siglas en francés) que permitiría su integración gradual en el espacio económico europeo y su acceso al mercado único y la redefinición de la estrategia antiterrorista o la injerencia de terceros países en la política de defensa de Túnez se antojan temas axiales para la presidencia de la República sobre los cuales apenas sí se debatió superficialmente.
Llamativa resultó también la sobrerrepresentación del liberalismo político entre los candidatos. Dejando a un lado disquisiciones más profundas sobre el carácter conservador y las tendencias más o menos cercanas al islamismo de alguno de los presidenciables, y aún teniendo en cuenta que la correspondencia izquierda/derecha no siempre encuentra equivalencia en el sistema bipolar clásico, solo seis de los 26 candidatos podrían adscribirse o asociarse a posicionamientos de izquierdas. Además, no por previsible resulta menos sorprendente la debacle de la izquierda; un triste 3,63 % de los sufragios es el resultado cosechado por el mejor clasificado de los candidatos, Mohamed Abbou, quedando relegado el histórico dirigente del Frente Popular, Hama al-Hammami a la decimoquinta posición con menos del 1 % de los sufragios.
De otra parte, la implosión de Nida Tunis –partido creado principalmente para ejercer de contrapeso frente a Ennahdha– ha generado un fenómeno curioso: el manifiesto y exacerbado egoísmo de todas aquellas figuras políticas medianamente reconocibles que en algún momento militaron o gravitaron cercanas a Nida Tunis y que han acabado fundando recientemente su propio partido político. Youssef Chahed, Mehdi Jomaa, Mohsen Marzouq, Saïd al-Aïdi… No son pocos los presidenciables que, sin una ideología reconocible, sin militancia de base e incluso sin estructura suficiente, se lanzaron a crear su propio partido personalista. Posiblemente buscando visibilidad en una suerte de precampaña electoral de cara a las legislativas han acabado provocado la dispersión de un voto que Essebsi sí consiguió cohesionar en torno a su figura.
En cualquier caso, la ausencia –a excepción de Ennahdha– de grandes partidos con una estructura y una ideología reconocibles en el tiempo ya forma parte de la realidad política tunecina. Habida cuenta de los resultados de esta primera vuelta de las presidenciales, no cabe duda de que las próximas elecciones legislativas del próximo 6 de octubre resultarán en un parlamento enormemente fragmentado. Cierto, Ettakatol, Afek, el Frente Popular, al-Watad e incluso Nida Tunis concurrirán a los comicios, pero, habida cuenta del reparto de votos en las presidenciales no parece que vayan a alcanzar un éxito reseñable.
Por último, reseñar que ni la candidata enseña del antiguo régimen, Abir Moussi, con un 4,02 % de los votos, ni el presidenciable del partido islamista Ennahdha, el profesor Abelfatah Mourou, con el 12,88 %, obtuvieron el respaldo mayoritario de la ciudadanía. Ni islamismo, ni vuelta al pasado, ni otra figura paternalista; una vez Túnez haya votado a su nuevo presidente y se vuelva a constituir la Asamblea de Representantes del Pueblo Túnez tendrá ya los dos pies en una nueva fase de su transición democrática.