En toda América crece la preocupación por Venezuela. El abultado resultado de las elecciones regionales, a lo que se suman las repercusiones continentales provocadas por el agravamiento de la crisis económica y el desborde de la violencia, ha incrementado la atención de los gobiernos latinoamericanos. Algunos países limítrofes, como Colombia y Brasil, ven como miles de venezolanos cruzan constantemente sus porosas fronteras, una cifra que crece a diario. Esta corriente migratoria también se aceleró en otros países de la región, como Argentina y Chile. De ocurrir un desborde violento o agravarse la crisis humanitaria las repercusiones en el conjunto de América Latina serían considerables.
Hasta hace un par de años la mayoría de los gobiernos de la región despachaban como “asuntos internos” cuanto ocurría en Venezuela y aplicaban la doctrina de la no injerencia. Las cosas empezaron a cambiar con la muerte de Hugo Chávez, pero la elección de Mauricio Macri y la intensificación de la represión bolivariana aceleraron el proceso. El recorte de poderes de la Asamblea Nacional, controlada por la oposición, el rechazo del referéndum revocatorio, la postergación de las elecciones (las regionales recién celebradas deberían haberse convocado en diciembre de 2016) fueron restando apoyos. Sin embargo, aún permanecen firmes las amistades tejidas en torno al ALBA (Alianza bolivariana de los pueblos de nuestra América) y a Petrocaribe.
La elección de la Asamblea Constituyente, un autogolpe de los sectores más duros del régimen, terminó de inclinar la balanza y llevó a buena parte de los líderes latinoamericanos a denunciar los actos dictatoriales de Nicolás Maduro. También fue importante la actuación de Luis Almagro, el secretario general de la OEA (Organización de Estados Americanos) que intentó aplicar infructuosamente la “carta democrática” al gobierno de Caracas. Las sospechas de fraude en las elecciones del 15 de octubre han agravado las percepciones y han aumentado las presiones para que los gobiernos de la región “hagan algo”.
En los últimos meses buena parte de los presidentes latinoamericanos optó por adoptar una postura de mayor firmeza. Enrique Peña Nieto asumió un papel más activo, e incluso Juan Manuel Santos, que durante tiempo guardó un prudente silencio por la influencia negativa que podía tener Maduro en las negociaciones de paz con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia reconvertida en Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), cambió de postura. Pedro Pablo Kuczynski convocó en agosto una reunión de cancilleres americanos para abordar una situación cada vez más grave. El resultado fue la Declaración de Lima, respaldada por 17 países, que condenaba la ruptura del orden democrático en Venezuela, no reconocía a la Asamblea Constituyente y otorgaba su pleno respaldo al Parlamento “democráticamente electo”. De allí surgió el llamado Grupo de Lima, integrado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú.
Después del fracaso de la negociación impulsada por Ernesto Samper, secretario general de Unasur, debido a su claro apoyo a Maduro, el presidente Danilo Medina intentó retomar el diálogo en República Dominicana, contando incluso con el ex presidente de gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el respaldo de Bolivia, Nicaragua, Chile y Paraguay, que teóricamente debían facilitar y garantizar un diálogo que finalmente no cuajó.
Tras las recientes elecciones regionales el Grupo de Lima emitió un comunicado señalando que es urgente impulsar “una auditoría independiente de todo el proceso electoral [venezolano], con el acompañamiento de observadores internacionales especializados y reconocidos”, con el objetivo de “aclarar la controversia generada sobre los resultados de dicho comicio y conocer el verdadero pronunciamiento del pueblo venezolano”.
Solo la convergencia de la presión internacional, especialmente la latinoamericana, y la movilización de la oposición pueden desbloquear una situación que se degrada cada día. Pero para ello es necesario mejorar la coordinación tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea (UE). Sin embargo, la capacidad de presión de la comunidad internacional seguirá siendo limitada mientras Rusia y China sigan sosteniendo al régimen venezolano de una u otra manera. De momento, solo Cuba puede reencauzar y solucionar tamaña crisis. Y si bien Raúl Castro tiene la llave para desactivar el conflicto, es de temer que de momento opte por no hacer nada, dado todo lo que perdería si cambian las cosas en Venezuela, incluyendo la por ahora impensable convocatoria de elecciones presidenciales en el corto o medio plazo.